Palabras sin labios en “La clase de griego”

Imagen 1: “Mutismo selectivo”, 2021. Acrílico, acuarela, gouache, tinta sobre papel. 42×33 pulgadas. 

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Estas pinturas son de Nadia Waheed, artista paquistaní (1992) quien hace retratos vibrantes de mujeres del sur de Asia, en medio de paisajes oníricos y expansivos llenos de nenúfares, una densa flora forestal e interminables extensiones de agua. 

 

Imagen 2: “Yo a través de otro: amigo”.  2021 Óleo sobre lienzo de la artista Nadia Waheed.  18×18 pulgadas.

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Ambas imágenes hacen parte del proyecto  virtual de una comunidad de apoyo para personas afectadas por el mutismo selectivo (SM) a través de la redsocial Reddit, disponibles en internet.

Por Luz Helena Cordero Villamizar

Cuando por fin pronuncio la primera sílaba, cierro con fuerza los ojos,
convencida de que cuando los abra todo habrá desaparecido.

 

En esta novela de Han Kang, a una mujer sin nombre solo la motiva aprender griego antiguo, una lengua que ya no se habla. Tiene los labios rígidos y sellados. El lenguaje materno se ha llenado de alfileres que se le clavan en el cuerpo.

Suele aceptarse que el nacimiento de la escritura ocurrió hace seis mil años en Mesopotamia, que se inventó de manera independiente, no sabemos si de modo simultáneo, en Egipto, China y la India. Surgió por la necesidad práctica de hacer registros de las propiedades. Primero nacieron las cuentas, después los cuentos, nos dicen. Se dibujaban las cosas que se querían contar, como los animales, los árboles, los objetos, los esclavos. Luego se quiso anotar las ideas, pero como hacían falta demasiados dibujos para expresar los deseos y los pensamientos, se crearon signos y surgió el alfabeto, la «partitura de las palabras», su sonido. Casi nunca lo pensamos, pues las letras nos parecen algo natural, pero su invención es uno de los mayores logros del ser humano. Si pudiéramos volver atrás, comprenderíamos ese prodigio.

Sin ninguna relación ni propósito, escribía las palabras que le habían causado alguna impresión. De todas ellas, la que guardaba como un tesoro era «숲» (bosque), cuya forma le recordaba a una antigua pagoda: ㅍ era la base, ㅜ el cuerpo y ㅅ la cúpula. Le gustaba que hubiera que entrecerrar los labios y dejar pasar el aire lenta y cuidadosamente para pronunciar ㅅ ㅜ ㅍ; y que al final hubiera que sellar los labios para que la palabra se completase en el silencio. Cautivada por esta palabra cuya pronunciación, significado y forma estaban envueltos en tanta quietud, la escribía una y otra vez: 숲. 숲. 숲.

Escribir consonantes y vocales fue una revolución. Nos lo refiere Irene Vallejo en su bello relato sobre el tema. En nuestro idioma solo algunas letras conservan su antigua ligazón con la imagen de las cosas. La M viene del movimiento del agua, la O de un ojo, la N de una serpiente. Hemos olvidado aquel día en el que por primera vez trazamos el sonido de nuestra lengua. Jugamos a que la a era un ratón si alargábamos su cola, la Z bien podía ser un pato y la flaca i un señor con sombrero. M con a siempre era mamá y qué divertido resultaba aquel juego de combinaciones cuando no aparecía un reglazo o una chancleta de por medio.

Su hermano mayor acababa de empezar la escuela y, jugando a ser maestro, le enseñó el alfabeto coreano antes de que ella cumpliera los cinco años. Aunque no llegó a entender del todo la explicación, se pasó el resto de esa tarde de primavera de cuclillas en el patio pensando en las vocales y las consonantes.

Como la protagonista de la novela, aprendí a leer y a escribir jugando con mi hermano. Esperaba con ansiedad su regreso de la escuela para que me contara lo que le habían enseñado. Él disfrutaba ser mi profesor. Ni siquiera recuerdo cómo se dio, solo sé que así tuvo lugar la magia de las letras, como quien cierra y abre los ojos para descubrir algo nuevo. Y el mundo ya no fue el mismo.

Es raro pensar en las letras, soltarlas y verlas hacer cabriolas en el aire, o pronunciar las palabras para escuchar su sonido bien adentro, sentir cómo penetran las cavidades, cómo resuenan, rebotan o se ahogan.

El lenguaje verbal es uno de esos dones que solo valoramos cuando lo perdemos. Como si un día queriendo decir hola dijéramos adiós, o al tratar de responder una pregunta, en lugar de palabras nos saliera aire caliente, un quejido, o un silencio semejante al dolor. Perder el lenguaje, como perder la visión, es quedar atrapados en las profundidades del adentro.

El lenguaje, que la aprisionaba y la hería como una prenda hecha con miles de alfileres, desapareció de un día para otro. Podía oírlo, pero un silencio como una gruesa y compacta capa de aire se interponía entre el caracol de sus oídos y el cerebro. […] Un silencio anterior al habla, anterior incluso a la existencia, absorbía el fluir del tiempo y la envolvía por dentro y por fuera como una esponjosa capa de algodón.

Mi hermana fue profesora de español, inglés y francés. Cuarenta alumnos por curso durante treinta años. Un día, en medio de una clase, quedó en blanco. En lugar de palabras se instaló en su mente una bruma, surgió un abismo entre ella y el mundo. La posibilidad del lenguaje se había paralizado y un frío la recorrió. Saberse con las palabras adentro, ver la silueta de consonantes y vocales, pero no lograr articularlas, perder el nombre de las cosas.

Cuando pasó un minuto o más sin que pronunciara la siguiente palabra, los estudiantes empezaron a murmurar. Con los ojos muy abiertos, ella tenía la vista fija en un punto del vacío que no era la clase ni el techo ni la ventana…

En la novela la mujer rehúye el contacto social, deambula en la noche por las calles de Seúl, lleva las cicatrices de su historia arropadas bajo su traje oscuro, se detiene en algún punto para sentir colores, para mirar sonidos, o se encierra con su soledad hinchada de sucesos que le dan náuseas o la hunden en la tristeza. Solo quiere aprender griego, una «lengua muerta». Quizá porque no se habla hace miles de años, como encerrarse en un cuarto inaccesible. A no ser que el profesor de griego, ¡oh paradoja!, viva en su propio nicho de penumbra y al tantear el aire logre rozarla con sus manos.

La clase de griego es un tributo al lenguaje y al ámbito de lo sensitivo. Cada párrafo atesora alusiones e imágenes que recorren la piel, que tocan el oído o penetran por los ojos, palabras que vibran con una delicada sensualidad. Bastaría con decir que estas páginas transpiran poesía, pues las historias que ligan a los personajes se tejen con la belleza de lo triste y lo profundo, con la lengua viva de lo sensible, como el vuelo de ese pájaro en la oscuridad que, entre golpes y sofoco, entre aleteos y esperanza, se choca con el cristal, o tal vez huye hacia el silencio.

Uno de los momentos más bellos de la novela es aquel diálogo en la oscuridad entre ella y su profesor. No son ellos sino sus sombras enormes en el techo las que se comunican. Cuando él habla, ella le escribe las respuestas en la palma de su mano. El hombre, que ya recorre el laberinto de su ceguera, hasta ese momento se aferra a imágenes imprecisas que ha logrado retener. Pero con ella no necesita fingir. Ahora le relata su historia, como quien suelta un torrente estancado hace muchos años dentro del pecho. Ella lo escucha y mueve sus pies para decir “aquí estoy, sigue contando, no te detengas”. Lo acompaña con sus propios recuerdos.

¿Por qué ella aprende griego?, ¿por qué él se aferra a esa lengua para comunicarse o para esconderse? ¿Qué azar los empuja a entrecruzar sus sombras, el miedo, la mudez? Las frases que ella llena de silencio cabalgan sobre las que salen de los labios de él, se juntan a las que traza con su dedo sobre la piel, en la palma de la mano. Las preguntas se responden con el abrazo, se acentúan con el calor de los cuerpos, con la respiración. Escuchar la caricia, sentir el borde de la risa y el dolor. Este encuentro lleva a la fascinación. Él no sabe que las pupilas de ella se reflejan en sus ojos casi inútiles. Ya han caído las esclusas, brota «un sonido leve y redondo como una burbuja», y cuando se presiente el retorno del lenguaje articulado, la palabra se ahoga en el beso.

La poesía es la voz que escuchamos allí donde todo parece callar y estallar.

Ella se inclina hacia delante.
Aprieta con fuerza el lápiz.
Agacha más la cabeza.
Las palabras no se dejan asir. Las palabras que han perdido los labios,
que han perdido los dientes y la lengua,
que han perdido la garganta y el aliento, no se dejan asir.
Como si fueran fantasmas incorpóreos, ella no puede tocar sus formas.

Noviembre de 2024

Inscripciones griegas antiguas en una piedra. La historia del alfabeto griego es, sin duda, uno de los mejores ejemplos de ósmosis histórica. Una cultura no tiene fronteras y está en constante evolución.

Esta imagen de caligrafía coreana corresponde al trabajo artístico difundido por Joan Carles Sanchez. “Poema: Energía de la tierra”. © Park Deok-jun. Tomado del blog: https://blog.joancarlessanchez.com/2012/06/caligrafia-coreana.html

Minicuentos autores universales 50

Minicuentos para arrullar gigantes 

Episodio 50

 Selección y voz: Luz Helena Cordero Villamizar

  Edición: Efrén Piña Rivera

   Imagen1: Olga Darchuk “Flamingo”, Oleo sobre lienzo. 24″ x 20″ (sin fecha).  Disponible en la red. Imagen 2: Estampa de un flamenco de 1792, corresponde a la colección de ilustraciones disponible en  el sitio web.  https://www.pictureboxblue.com/flamingo-art-prints/

Tema musical: “Luciérnaga artificial” interpretada por los artistas colombianos Lucille Dupin / Nasa histoires. Del álbum “Aquellas historias” Escrita por Nasa histoires, Prod: Molo Díaz, 2020.

ISABEL GONZÁLEZ GONZÁLEZ (Zaragoza, 1972)
Ella misma destaca de su biografía que creció en una gasolinera de un pueblo. Que se inició en la escritura como autodidacta. Ha publicado una novela que ha tenido muy buena recepción, “Mil mamíferos ciegos,” un volumen de relatos definidos por el escritor Manuel Hidalgo como “de ritmo trepidante, quiebros y sorpresas que anulan al lector la capacidad de reacción, […] tan elaborado como extrañamente visceral”. También ha escrito libros ilustrados. Salta de la realidad al juego ficticio, al humor y la ironía. Utiliza neologismos y un lenguaje de calle, zafado. Dice que cuando escribe se deja llevar por las palabras y no sabe a dónde va a llegar.

Minicuentos autores universales 49

Minicuentos para arrullar gigantes 

Episodio 49

 Selección y voz: Luz Helena Cordero Villamizar

  Edición: Efrén Piña Rivera

   Imagen: “El león moribundo” [Detalle de un relieve asirio, 645-640 a. C. en tiempos del rey Asurbanipal (¿?). Aparece un león que ha sido mortalmente herido por una flecha que le atraviesa el cuerpo por encima del hombro. Se agacha sobre sus ancas, tensando todos los músculos en un intento de mantenerse erguido mientras la sangre brota de su boca]. Lugar del hallazgo: Excavación del palacio del Norte (Nínive) en el Irak actual. Ubicado en Londres, en el Museo británico.

Tema musical: Corky Siegel, “Unfinished jump, Op. 13 from the Hamber Blues suite”. Del álbum “Corky Siegel´s Blues”. Prod: Hans Wurman , Corky Siegel (intérprete de la armónica). Alligator Records, 1994.

MAX AUB MOHRENWITZ (París, 1903 – México, 1972)
Escritor español de origen francés y alemán. Se hizo ciudadano mexicano tras la Guerra Civil Española. Escribió sus vivencias sobre la cárcel y el destierro, obras de teatro, ocho novelas sobre la guerra, poemas, ensayos, una biografía de Luis Buñuel a dos voces, además de sus diarios. También fue periodista, pintor y cineasta. Fue un intelectual comprometido con su tiempo. Se expresó desde la crítica y la ironía, «sorprendente e inesperado para quien la cultura no es un lujo, sino una de las necesidades primordiales, como la educación, la sanidad y los alimentos básicos».

Esos “Actos humanos” que laceran

Foto: 5.18. Esculturas / Mayo 18. Memorial Park (Gwangju, Corea del Sur).

Gwangju: la ciudad de la demo-cracia: “Gwangju tiene el 18 de mayo. Cuando estés en la ciudad, no podrás escapar de la frase 18 de mayo, o “5.18”, como se suele definir aquí. Está el Parque de la Libertad 5.18, los Archivos 5.18 y la Plaza 5.18 frente a los edificios de la antigua capital provincial. Está el Cementerio Nacional 18 de Mayo, al que se llega tomando el autobús número 518 hacia el norte por la Calle de la Democracia. En caso de que de alguna manera olvides la fecha, el ayuntamiento de Gwangju, construi-do en 2004, te lo recordará: su mitad izquierda tiene cinco pisos y su mitad derecha tiene 18”. Tomado de: https://koreaexpose.com/gwangju-the-city-of-democracy/

Por Luz Helena Cordero Villamizar

La ficción da ojos al narrador horrorizado. Ojos para ver y para llorar…
Quizá hay crímenes que no deben olvidarse, víctimas cuyo sufrimiento
pide menos venganza que narración. Sólo la voluntad de no olvidar
puede hacer que estos crímenes no vuelvan nunca más.  [Paul Ricœur]

La ficción completa el relato histórico, zurce los hilos rotos, horada en el silencio, en lugares imprecisos, en rostros borrados, recorre tiempos oscuros para develar hechos, descifrar símbolos, para revelar lo que otros callaron. La literatura vuela, repasa, insiste, interroga el olvido, da voz a los muertos. Allí donde el pasado es pesadilla o sueño, la imaginación crea relatos que nos devuelven la memoria y, aunque duelan, producen algo semejante al consuelo. Henri Bergson dice que a la memoria que repite se opone la memoria que imagina. Es que la memoria se alimenta de realidad y de ficción, de hechos que tuvieron lugar un día, pero también de esos que fabulamos o que apenas intuimos, de los que vivimos por el relato de otros, o incluso de los sueños.

Frente a un pasado oscuro, allá donde hubo dolor, humo, infamia, la ficción siembra palabras que levantan la voz, que perduran y rasgan la injusticia, la ofensa del olvido. Paul Ricœur dice que las obras históricas buscan reconstruir lo que fue “real”, mientras que el relato de ficción crea personajes, tramas y acontecimientos que, siendo “irreales”, «expresan su función positiva de revelación y de transformación de la vida y de las costumbres». La ficción despliega las posibilidades no realizadas del pasado histórico, revela lo verosímil, lo que «habría podido acontecer», libera las potencialidades del pasado “real” y los posibles “irreales” de la ficción.

En Actos humanos Han Kang emprende una dolorosa travesía por los hechos acaecidos en mayo de 1980 en la ciudad coreana de Gwangju, donde la represión desatada por la dictadura desencadenó protestas populares que fueron respondidas con una masacre de varios días que dejó miles de víctimas. El horror en los métodos y la impunidad dejó una herida abierta que permaneció oculta por muchos años.

La escritora asume la responsabilidad de develar esta historia mediante múltiples recursos narrativos, saltos temporales, puntos de vista cruzados, distintas voces que son el eco, los rostros y los nombres perdidos, los cuerpos de esa multitud masacrada. Muchachos colegiales, jóvenes sindicalizadas, parientes que buscan a sus muertos por las calles, en arrumes de cadáveres, entre las cenizas de las fosas comunes, sin el consuelo de cumplir con los rituales funerarios.

La violencia no solo se ensaña con los cuerpos. Las almas que deambulan por la novela buscan a sus deudos, indagan por la suerte de sus amigos, huyen de la miseria de la carne. «Cuando el cuerpo muere, ¿qué le pasa al alma? ¿Cuánto tiempo permanece al lado de su antigua casa?» Se pregunta Dong-ho, el chico de tercer año de secundaria, mientras hace el inventario de cadáveres y busca a su amigo Jeong Dae.

“Santo cielo, todos estos cadáveres; ¿no estás asustado?”
“Los soldados son los que dan miedo”, dijiste con una media sonrisa.

¡Cómo laceran las palabras que cuentan este horror! Pero más laceran los hechos, su impunidad y la desmemoria.

En la novela no hay espectadores, todos los personajes están inmersos en la tragedia. Los lectores también estamos hundidos, transitamos por círculos cada vez más profundos. Jeong Dae aparece, intenta separarse de sus despojos que apestan al sol. «Nuestros rostros azul negruzco brillaban apagados a la luz de la luna llena».

Más allá habla el prisionero torturado que se siente culpable por haber sobrevivido: «… mi cuerpo ya no era mío. Que mi vida había sido quitada por completo de mis manos, y lo único que se me permitía hacer ahora era experimentar dolor». Escuchamos también a la editora abofeteada. Ella carga en su bolso las pruebas tipográficas, el cadáver de un libro con unas pocas líneas no tachadas por la censura. Acompañamos en su deambular a la chica de la fábrica que no sabe en qué rincón de su mente podrá acomodar los recuerdos.

Y cómo asimilar el dolor de aquella mujer en ese relato que va de la ternura al espanto, del grito a la mudez. Representa a todas las madres que, en cualquier parte, a través de los tiempos, reclaman justicia. En lugar de llorar como los demás, ella repasa la historia del hijo desde que lo amamantó hasta ese último momento cuando se traga el puñado de hierba que quitaron para su tumba.

Lo tragué, me hundí en el suelo y lo vomité de nuevo, luego, una vez que se abrió camino fuera de mí, tiré otro puñado y me lo metí en la boca.

Estos Actos humanos no admiten respiro. Un capítulo se superpone al anterior y al siguiente, la narración avanza y retrocede. Por momentos hay un tono coloquial, luego se dan giros, las conjugaciones alternan la primera, la segunda y la tercera persona gramaticales, lo que exige una lectura atenta e invita a aguzar los sentidos. La tensión del lector se lleva al máximo.

¿Es cierto que los seres humanos son fundamentalmente crueles? ¿Es la experiencia de la crueldad lo único que compartimos como especie? ¿Es la dignidad a la que nos aferramos nada más que el autoengaño, enmascarando de nosotros mismos esta única verdad: que cada uno de nosotros es capaz de ser reducido a un insecto, una bestia delirante, ¿un trozo de carne? Ser degradado, dañado, sacrificado, ¿es este el destino esencial de la humanidad, uno que la historia ha confirmado como inevitable?

Dan ganas de cerrar los ojos e imaginar que solo es ficción, que se trata de otra novela, pero estamos atrapados desde la primera página y huir es imposible. Sentimos que esa historia la hemos vivido ya, que la conocemos con otros protagonistas, que también ocurrió en nuestro tiempo, que sucede ahora mismo, en aquel sitio del planeta hacia donde no queremos mirar. O la tenemos muy cerca, quizá en nuestro país.

Noviembre de 2024

El 18 de mayo se conmemora en Corea del Sur el aniversario del Movimiento democrático de Gwangju, conocido internacionalmente como Gwangju Uprising (광주 항쟁), May 18 Gwangju Democratization Movement (5·18 광주 민주화 운동) y May 18 Democratic Uprising, por la UNESCO. A partir del 18 y durante varios días de mayo la ciudad fue sitiada y atacada por el ejército y tropas paramilitares, con el fin de reprimir los movimientos populares prodemocracia, causando numerosos muertos y heridos. [Imagen disponible en internet].

Minicuentos autores universales 48

Minicuentos para arrullar gigantes 

Episodio 48

 Selección y voz: Luz Helena Cordero Villamizar

  Edición: Efrén Piña Rivera

   Imagen: Fotografía de Helen Keller, activista en favor de las personas con discapacidad, por el sufragio femenino, los derechos laborales y la paz mundial, desde su condición de escritora ciega y sorda. Aparece con su maestra, compañera y amiga Anne Sullivan Macy en una tienda de muñecas, en 1933. Disponible en el archivo de fotos y cartas de Helen Keller Consultado en el sitio “Dolls in Old and Antique Photos”.

Tema musical: “Han Mass Og Han Las”. Tema nórdico medieval. Interpretado por la cantante de folclore noruego Sinnika Langeland (Grappa, 1997). Del álbum “Strengen Var Af Røde Guld”. Baladas medievales de Solør, canciones recopiladas por Ludvig Mathias Lindeman en 1864.

GUSTAVO MASSO (México, 1952)
Narrador y guionista cinematográfico. Su narrativa pretende reflejar temáticas sociales como las condiciones de vida de las clases populares. Una de sus novelas, “El albañilito”, transcurre en un barrio popular de la Ciudad de México y recrea un mundo donde campean la crueldad, el humor, la violencia y la injusticia. El escritor anda olfateando para contar verdades ocultas.