

Foto: 5.18. Esculturas / Mayo 18. Memorial Park (Gwangju, Corea del Sur).

Gwangju: la ciudad de la demo-cracia: “Gwangju tiene el 18 de mayo. Cuando estés en la ciudad, no podrás escapar de la frase 18 de mayo, o “5.18”, como se suele definir aquí. Está el Parque de la Libertad 5.18, los Archivos 5.18 y la Plaza 5.18 frente a los edificios de la antigua capital provincial. Está el Cementerio Nacional 18 de Mayo, al que se llega tomando el autobús número 518 hacia el norte por la Calle de la Democracia. En caso de que de alguna manera olvides la fecha, el ayuntamiento de Gwangju, construi-do en 2004, te lo recordará: su mitad izquierda tiene cinco pisos y su mitad derecha tiene 18”. Tomado de: https://koreaexpose.com/gwangju-the-city-of-democracy/
Por Luz Helena Cordero Villamizar
La ficción da ojos al narrador horrorizado. Ojos para ver y para llorar…
Quizá hay crímenes que no deben olvidarse, víctimas cuyo sufrimiento
pide menos venganza que narración. Sólo la voluntad de no olvidar
puede hacer que estos crímenes no vuelvan nunca más. [Paul Ricœur]
La ficción completa el relato histórico, zurce los hilos rotos, horada en el silencio, en lugares imprecisos, en rostros borrados, recorre tiempos oscuros para develar hechos, descifrar símbolos, para revelar lo que otros callaron. La literatura vuela, repasa, insiste, interroga el olvido, da voz a los muertos. Allí donde el pasado es pesadilla o sueño, la imaginación crea relatos que nos devuelven la memoria y, aunque duelan, producen algo semejante al consuelo. Henri Bergson dice que a la memoria que repite se opone la memoria que imagina. Es que la memoria se alimenta de realidad y de ficción, de hechos que tuvieron lugar un día, pero también de esos que fabulamos o que apenas intuimos, de los que vivimos por el relato de otros, o incluso de los sueños.
Frente a un pasado oscuro, allá donde hubo dolor, humo, infamia, la ficción siembra palabras que levantan la voz, que perduran y rasgan la injusticia, la ofensa del olvido. Paul Ricœur dice que las obras históricas buscan reconstruir lo que fue “real”, mientras que el relato de ficción crea personajes, tramas y acontecimientos que, siendo “irreales”, «expresan su función positiva de revelación y de transformación de la vida y de las costumbres». La ficción despliega las posibilidades no realizadas del pasado histórico, revela lo verosímil, lo que «habría podido acontecer», libera las potencialidades del pasado “real” y los posibles “irreales” de la ficción.
En Actos humanos Han Kang emprende una dolorosa travesía por los hechos acaecidos en mayo de 1980 en la ciudad coreana de Gwangju, donde la represión desatada por la dictadura desencadenó protestas populares que fueron respondidas con una masacre de varios días que dejó miles de víctimas. El horror en los métodos y la impunidad dejó una herida abierta que permaneció oculta por muchos años.
La escritora asume la responsabilidad de develar esta historia mediante múltiples recursos narrativos, saltos temporales, puntos de vista cruzados, distintas voces que son el eco, los rostros y los nombres perdidos, los cuerpos de esa multitud masacrada. Muchachos colegiales, jóvenes sindicalizadas, parientes que buscan a sus muertos por las calles, en arrumes de cadáveres, entre las cenizas de las fosas comunes, sin el consuelo de cumplir con los rituales funerarios.
La violencia no solo se ensaña con los cuerpos. Las almas que deambulan por la novela buscan a sus deudos, indagan por la suerte de sus amigos, huyen de la miseria de la carne. «Cuando el cuerpo muere, ¿qué le pasa al alma? ¿Cuánto tiempo permanece al lado de su antigua casa?» Se pregunta Dong-ho, el chico de tercer año de secundaria, mientras hace el inventario de cadáveres y busca a su amigo Jeong Dae.
“Santo cielo, todos estos cadáveres; ¿no estás asustado?”
“Los soldados son los que dan miedo”, dijiste con una media sonrisa.
¡Cómo laceran las palabras que cuentan este horror! Pero más laceran los hechos, su impunidad y la desmemoria.
En la novela no hay espectadores, todos los personajes están inmersos en la tragedia. Los lectores también estamos hundidos, transitamos por círculos cada vez más profundos. Jeong Dae aparece, intenta separarse de sus despojos que apestan al sol. «Nuestros rostros azul negruzco brillaban apagados a la luz de la luna llena».
Más allá habla el prisionero torturado que se siente culpable por haber sobrevivido: «… mi cuerpo ya no era mío. Que mi vida había sido quitada por completo de mis manos, y lo único que se me permitía hacer ahora era experimentar dolor». Escuchamos también a la editora abofeteada. Ella carga en su bolso las pruebas tipográficas, el cadáver de un libro con unas pocas líneas no tachadas por la censura. Acompañamos en su deambular a la chica de la fábrica que no sabe en qué rincón de su mente podrá acomodar los recuerdos.
Y cómo asimilar el dolor de aquella mujer en ese relato que va de la ternura al espanto, del grito a la mudez. Representa a todas las madres que, en cualquier parte, a través de los tiempos, reclaman justicia. En lugar de llorar como los demás, ella repasa la historia del hijo desde que lo amamantó hasta ese último momento cuando se traga el puñado de hierba que quitaron para su tumba.
Lo tragué, me hundí en el suelo y lo vomité de nuevo, luego, una vez que se abrió camino fuera de mí, tiré otro puñado y me lo metí en la boca.
Estos Actos humanos no admiten respiro. Un capítulo se superpone al anterior y al siguiente, la narración avanza y retrocede. Por momentos hay un tono coloquial, luego se dan giros, las conjugaciones alternan la primera, la segunda y la tercera persona gramaticales, lo que exige una lectura atenta e invita a aguzar los sentidos. La tensión del lector se lleva al máximo.
¿Es cierto que los seres humanos son fundamentalmente crueles? ¿Es la experiencia de la crueldad lo único que compartimos como especie? ¿Es la dignidad a la que nos aferramos nada más que el autoengaño, enmascarando de nosotros mismos esta única verdad: que cada uno de nosotros es capaz de ser reducido a un insecto, una bestia delirante, ¿un trozo de carne? Ser degradado, dañado, sacrificado, ¿es este el destino esencial de la humanidad, uno que la historia ha confirmado como inevitable?
Dan ganas de cerrar los ojos e imaginar que solo es ficción, que se trata de otra novela, pero estamos atrapados desde la primera página y huir es imposible. Sentimos que esa historia la hemos vivido ya, que la conocemos con otros protagonistas, que también ocurrió en nuestro tiempo, que sucede ahora mismo, en aquel sitio del planeta hacia donde no queremos mirar. O la tenemos muy cerca, quizá en nuestro país.
Noviembre de 2024
