Estoy en el suelo, cubierta de vidrios. Siento en la piel el frío, los filos, cientos de arañas clavadas en las manos. Arena entre los dedos, arena en los párpados, en los brazos, en las piernas. Si muevo los dedos, si cierro las manos, vienen los pinchazos. No puedo abrir los ojos. Me han dicho que soy una estatua, que si hago algún movimiento estaré herida, tendré agujas entre los ojos. Tengo el impulso de llorar, pero escucho la voz de mamá advirtiéndome que al menor movimiento puedo quedar ciega. Ella se ocupa ahora de retirar los restos de vidrio con unas pinzas. Ha empezado por el rostro. Confío en sus manos, pero me dan miedo las estatuas. Temo estar muerta. He visto los muertos quietecitos, con los ojos cerrados…

Mamá sigue limpiando. Dice que no entiende por qué la vitrina se desplomó sobre mí. Si yo hablara me tragaría los vidrios.

Era el estante de las medicinas. Miraba a través de sus puertas verdes y transparentes buscando el diccionario. Ya había recorrido toda la casa. Ayer lo dejé en la parte baja de la biblioteca y hoy ya no estaba allí. No es la primera vez que ocurre. Ese libro siempre se desaparece, se mueve por todos lados como si fuera un gato. Salta de mesa en silla, de silla en cama, de comedor a biblioteca, cae al piso y vuelve a volar, como un gran pajarraco. A veces está posado en las piernas de mi hermana, con sus alas extendidas, agitadas, siento el impulso de atraparlo y esconderlo. Tiene la pasta gruesa, como la concha de una tortuga y grandes letras doradas. Adentro sus hojas son suaves, como plumas. No puedo explicar por qué lo persigo. Cuando lo abro, brotan las letras, los dibujos se agitan y tengo ganas de tocarlos. Voy de hoja en hoja, de palabra en palabra, de letra en letra, sin que tenga fin. Dice papá que a veces se escurre entre mis piernas cuando me quedo dormida y que voy a descuajarlo. Solo sé que en los sueños camino sobre sus páginas y me voy de paseo con las letras. La «a» es barrigona y obediente, se lleva muy bien con todas las demás y estira su cola para engancharse a mi brazo. La «o» es muy chistosa y solo quiere rodar. La «p» es muy necia y exigente, la «t» es complicada… y así, todas me quieren y me siguen hasta que despierto para buscarlas y perseguirlas por todos los rincones. Quiero el diccionario ilustrado solo para mí. Me gusta colorear sus dibujos, cazar palabras raras, mirarlo al derecho y al revés. Es un juego sin fin.

Anoche empecé con la «a» de abad, luego vinieron acacia, acaso, aceituna, acústica, ala, alacrán ¡qué miedo me da! y sigue alambique… ¿Y qué es alambique? Me sabe a miel, me suena a pájaro risueño… ¡Ahora recuerdo! Esa palabra me quedó sonando desde anoche y cuando me iba quedando dormida prometí que hoy buscaría lo que quiere decir. ¡Sí! ¡La culpa fue de alambique!

Hoy al llegar del colegio corrí a buscar el diccionario. El muy pillo ya no estaba donde anoche lo dejé. Entonces me fui por los rincones, me metí en el armario, bajo las camas, en la cocina, repitiendo la palabra para que no se me borrara: Ala, ala… alambique, alambiqueee… lo busqué en el patio y tampoco. Mamá dice que los libros deben estar en la biblioteca, pero este pajarraco, este gato, este libro travieso, siempre se hace buscar. Alambique… alambique… ¡Dónde lo habrá puesto mi hermana!

Después de buscar y rebuscar, sentí que una luz se encendía en mi cabeza. Ahí fue cuando me dio por mirar dentro de la vitrina de los medicamentos de papá. ¡Sí! Allá arriba brillaban sus rayos dorados. Con dificultad pude deslizar la puerta. ¡Alambique, alambique! Salté para gritarle, como si él me escuchara y pudiera bajar para ponerse en mis manos. Me estiré, me puse de puntas, no lo pude alcanzar. Fui por el banco de la cocina, me trepé sobre él, estiré mi brazo izquierdo para tocarlo, pero ¡nada! No me di por vencida. Me apoyé en la vitrina y ¡cataplum! todo se vino abajo. El mueble me cayó encima. Luego sentí los gritos de mamá. Ella dice que haga como estatua, que no mueva la cabeza y aquí estoy. Siento agujas en la cara y en todo el cuerpo. Tengo ganas de llorar. Aprieto los ojos y repito la palabra culpable para no olvidarla…

¡Alambique

                alambique

                              alambiqueee!

***