
Ese pequeño bulto es él, envuelto en las mantas, rodeado de cojines y muñecos de peluche. Por la ventana se cuela un débil anuncio del sol. Hay olor a mentol, a jarabes, a motas con alcohol. Sobre la mesa arde la veladora y deja ver, de manera intermitente, la estampa de Santa Lucía, patrona de los ciegos. Han dicho que hace milagros. También probaron con José Gregorio Hernández, pero el vaso de agua y los algodones siempre amanecieron intactos, sin rastros de la visita del médico santo. Lo único cierto es el envoltorio sobre la cama. Casi siempre duerme. Veo el movimiento de su respiración, pausada, frágil, un hilo a punto de reventar. Adentro la penumbra, la huella de una queja larga, retorcida, enroscada a las patas de la cama. Nada que recuerde el tiempo de la placidez, las travesuras, el retozo. Un azote sordo, inoportuno, algo como una estantería de plomo ha caído sobre la habitación y lo ha cubierto todo con el color de la derrota. Me acerco para verlo, pero se escapa en un hondo gemido. Van muchos días de agitación en derredor suyo, pasos afanosos, voces entrecortadas, la baba del llanto contenido, caricias tardías, vanos esmeros, idas y venidas del hospital y finalmente esa prolongada quietud.
He oído los ruegos, los reproches a Dios. Toda la furia divina se ha congelado en sus ojos, por los que no entra ni sale la luz. En las noches ellos se insultan, se culpan mutuamente. Lo han puesto en mitad de los dos, un estandarte del fracaso, de su desventura. Sobre él se precipitan ante el más leve quejido. Darían su piel por cubrirlo, su sangre por volverlo a engendrar.
Por mucho que me esfuerce, no logro recordar su rostro. El último día fue interminable. Quise estirarlo hasta el asomo del siguiente. Jugué toda la tarde en la terraza, no quise bajar a comer, seguí pateando la pelota, golpeándola contra los muros, sobre las rodillas, contra el pecho, derribando contendientes invisibles, inoportunos, todo lo que odiaba. Nadie se ocupó de mí. Él se llevó todas las raspas de ternura. Su semblante se perdió en los años viscosos, en los recodos de una casa deshecha, en la memoria de un sueño evaporado. Mi hermano fue una sombra.
***