“Napalm” es el nombre con que se conoce uno de los murales más elocuentes de Bansky, “el artista callejero de Bristol”. Hace parte de una serie de trabajos sobre el amor a las bombas del mundo de hoy.

Por Efrén Piña Rivera

“En Gaza, los corresponsales han descrito el zumbido de los aviones no tripulados israelíes. En árabe se les conoce como “Zananna”, literalmente “niño llorica”” [BBC].

Al documentar la cuestión de los bombardeos encuentro un sinfín de acontecimientos que ilustran esa tendencia a normalizar la soez experiencia de un ataque indiscriminado. Transitar por ese oscuro camino de la historia, reseñar cada episodio en su contexto, es convertirse en amanuense de la ignominia humana. Me dejo arrastrar por la tentación de acopiar aquí algunas de estas tristes situaciones. Por momentos opto por ser acucioso en listas, fechas y lugares, omitiendo detalles, invitando a la consulta, con la intención deliberada de saturar y aturdir. No hay duda de que cualquier lista que se haga al respecto será inequívocamente decepcionante pues los casos son innumerables y siguen en aumento. Los registros siempre serán incompletos. Debo resignarme a breves enunciados para provocar el interés del lego y alguna reacción de quien sí conoce sobre el tema. En todo caso, incluyo ciertos guiños que asocian los eventos luctuosos de la guerra con “el avance” de la ciencia y la tecnología, buscando conectar dos caminos paralelos, el del progreso y la deshumanización, el del tal avance y su efecto en la masificación naturalizada de la muerte violenta. Reúno aquí, a manera de tips, algunas situaciones en un caos ex profeso y algunas preguntas propias después de revisar varios trabajos disponibles sobre el tema.

Uno. Los primeros artefactos explosivos fueron cañas de bambú taponadas en los extremos y rellenas de alguna sustancia explosiva, probablemente de pólvora creada en la China del siglo IX. El artefacto devino en cohete con múltiples variantes cuando se controló la explosión, al dejar libre uno de los extremos del tubo. Como en tantos otros temas los chinos marcaron el derrotero para la humanidad. Es el antecedente de lo que hoy sucede en Palestina y en Sudán, en Ucrania y en Yemen. Así comenzó el que después sería un excelente negocio, el de la producción (y consumo) de armas, un emprendimiento económico que hoy sus dueños no están dispuestos a abandonar.

Fue en la India de finales del siglo XVIII el lugar desde donde los emisarios del Imperio Británico llevaron a Europa esta invención. Y fueron ellos, los ingleses, quienes por primera vez la emplearon en suelo europeo, cuando utilizaron cohetes para incendiar Copenhague en los inicios del siglo XIX. Pero para aquel momento no era esta la tendencia. Como arma del Imperio Británico estaba reservada para dirigirla contra los salvajes, los bárbaros, para amedrentar a sus enemigos “nativos” en distintas aventuras coloniales en Asia, África y América. Los ingleses regularizaron el uso de explosivos lanzados mediante cohetes en Argelia en 1816, en Birmania en 1825, en Ashantee en 1826, en Sierra Leona en 1831, en Afganistán en 1837-1842, en China entre 1839 y 1842 y entre 1856 y 1860. Los emplearon contra Shimonoseki en 1864, en América Central en 1867, en Abisinia en 1868, contra el pueblo zulú en Sudáfrica en 1879, contra los nagas en la frontera afgana en 1880, contra Alejandría en 1882 y contra los rebeldes en Sudán, Zanzíbar y África oriental y occidental en 1894. Es obvio que todos estos casos corresponden al despliegue y manutención de su exitoso proyecto colonial a lo largo de aquel siglo. Los bombardeos no se inauguran en Europa, pero sí es una estrategia consolidada como acción civilizatoria contra el bárbaro y el salvaje. 

Dos. La valoración del mundo no occidental como un espacio abierto y disponible para la conquista y la invasión, por parte de la cultura moderna-colonial, auto otorgaba a las fuerzas europeas la justificación para la eliminación masiva de pueblos en nombre de la civilización y la ley natural. Este modelo de violencia del colonialismo, con licencia para el exterminio, se ejecutó con la simbólica separación entre el guerrero y el bárbaro, adversario sin estatus definido. El bombardeo ahí estaba plenamente justificado como táctica civilizatoria.

En la ficción literaria de Jules Verne, el ingeniero Robur, el conquistador (1886), justificaba el lanzamiento de explosivos desde aeronaves. Era parte del proceso culturizador de Africa, y en contra de los africanos, quienes “con aullidos de terror, intentan escapar del fuego asesino”. Los bombardeados no eran soldados ni civiles, eran seres de calidad inferior que huían de la autoridad y superioridad “natural” del invasor. Dicha doctrina constituyó el antecedente y soporte para las guerras totales del siglo XX. Aquí, civilización y barbarie en el proceso globalizador no son conceptos antagónicos, sino dos aspectos asociados del mismo devenir histórico.

“Bombardeo sobre Vieques” (2010) del pintor Edgardo Larregui Rodríguez. Museo de Arte de Puerto Rico. Acrílico, marcador de aceite, collage, escarcha, vinil reflectante y resina sobre lienzo. 48″ x 66″. Imagen de dominio público, disponible en internet. 

Vieques es el nombre de la isla-municipio puertorriqueña utilizada durante décadas por el ejército de los Estados Unidos, sus aliados de la OTAN y compañías privadas para probar armamento y realizar prácticas de maniobras militares. La isla y su población han sido usados como polígonos de tiro durante más de sesenta años.

Tres. El ensayista sueco Sven Lindqvist, quien aporta muchos ejemplos y reflexiones históricas y éticas sobre el tema que aquí comparto, refiere que, al hacer su selección pocas veces es posible encontrar una justificación más miserable para la agresión a una ciudad por parte de un Imperio que la empleada por los funcionarios británicos para bombardear y arrasar a la legendaria Alejandría en 1882. El Primer Ministro Gladstone, cuenta nuestro guía, se remitió a un derecho fundamental de intervenir en aras de la paz, de la humanidad y el progreso, para destruir y luego ocupar los despojos del importante puerto sobre el Mediterráneo.

La Armada británica bombardeó Alejandría desde la salida hasta la puesta del sol. De noche, la ciudad se transformaba en un mar de llamas. La prensa extranjera sostuvo que el incendio había sido causado por los bombardeos, pero los británicos lo negaron, afirmando que los egipcios habían incendiado la ciudad en su retirada. Ambas partes presentaron testigos oculares que confirmaron sus posturas. El objetivo del bombardeo era aplastar una revuelta nacionalista contra las fuerzas aliadas francesas y británicas. El resultado fue que Egipto se convirtió, durante medio siglo, en colonia británica. Es posible que los británicos hubieran planteado la intervención como un acto humanitario, pero, desde luego, también tuvieron en cuenta intereses nacionales. Desde el punto de vista del derecho internacional, el problema más serio fue el precedente que se había sentado en Alejandría. “A partir de ahora, ¿se considerará lícito -se preguntaba el almirante Aube en Revue des deux Mondes– que la armada bombardee las ciudades costeras indefensas del enemigo?”. En 1911 se habría podido añadir: “Si lo que ya ha hecho la Armada determina lo que se les estará permitido a las fuerzas aéreas en el futuro, ¿qué ciudad podrá sentirse a salvo de la destrucción?

Cuatro. Fue en los comienzos de diciembre de 1903 cuando se elevó por primera vez un avión en el cielo. En la misma semana los esposos Curie recibieron el premio Nobel por sus investigaciones con la radiactividad. Ambos eventos, diríamos simultáneos, confluirían una generación más tarde en el recordado bombardeo atómico, el lanzamiento por parte de la fuerza aérea norteamericana de Little Boy sobre Hiroshima y Fat Man sobre Nagasaki, con el exitoso balance de cerca de 250 mil muertos iniciales y medio mundo doblegado a sus pies, allá por 1945. Es muy elocuente la confluencia impresionante de productos del ingenio en el siglo XX: la concreción del sueño humano de volar, la indagación científica sobre la naturaleza y la ampliación de la capacidad destructiva de la humanidad. La ciencia se ha convertido en un “crimen organizado” escribió  Albert Camus después del memorable episodio, destacando que estaríamos ad portas del “suicidio colectivo”.

A propósito de la misión norteamericana en territorio japonés, aun retumba el testimonio de vida del piloto de aquella misión después del lanzamiento de la primera bomba atómica, a quien sus contemporáneos “estaban dispuestos a honrarle por su participación en la masacre, pero —según anota Bertrand Russell— cuando se mostró arrepentido, arremetieron contra él, reconociendo en este arrepentimiento su propia condena”. El militar texano de nombre Claude Eatherly mantuvo una intensa correspondencia con el intelectual Günther Anders entre 1959 y 1961, donde da muestras de su desconsuelo ante el evento que lo hizo famoso. Ambos mantuvieron su compromiso, cada uno a su manera, en la lucha contra el horror y la sinrazón de la era de los bombardeos atómicos. En el epílogo de “El piloto de Hiroshima” sentencia Anders, convencido de la obsolescencia del ser humano en un mundo regido por máquinas y ante la posibilidad de la aniquilación total de la especie:

Estamos condenados a vivir en la «última época» (Endzeit), una época que sólo puede ponerse fin a sí misma, y que seguirá siendo última aunque logremos aplazar día a día el «fin de los tiempos» (Zeitende) —ésta es la razón de que ninguna interpretación de nuestra era atómica consciente de esta realidad pueda ir a remolque de los acontecimientos—. Este rasgo distintivo de nuestra época jamás desaparecerá, pues una vez que hemos adquirido la capacidad de poner fin al tiempo, ya no hay marcha atrás: podremos ser capaces de aprender cosas nuevas, pero lo que nunca podremos hacer es desaprender lo que hemos aprendido. [Günther Anders, Hiroshima ist überall, 1995].

No se puede perder de vista que fue precisamente un bombardeo el que justificó la entrada de los Estados Unidos en aquella contienda mundial. Y es que las misiones japonesas no solo tuvieron como tarea destruir la capacidad ofensiva de los Estados Unidos en Pearl Harbor. Fueron múltiples y temibles las acciones del Servicio Aéreo de la Armada Imperial Japonesa en China, en la Guerra del Pacífico, en Asia meridional y el Pacífico Sur, con objetivos muy precisos de destruir poblaciones civiles.

Detalle de “Cuatro aviones bombardeando” de Enric Climent (ca. 1937). Carboncillo, tinta a la pluma y al pincel y gouache sobre cartón, 74,5 x 104,5 cm. Barcelona, Museu Nacional d’Art de Catalunya.

Cinco. Hay información contradictoria sobre las primeras misiones aéreas de bombardeo indiscriminado en Europa y alrededores. Si bien se tiene constancia de que un piloto italiano lanzó cuatro granadas con algunas víctimas en Libia en septiembre de 1911 durante la Guerra ítalo-turca, otros escritos señalan que los primeros bombardeos sobre población civil (y el empleo de armas químicas) fueron ordenados por la dictadura militar de Primo de Rivera contra poblados y zocos del norte de África en la Segunda Guerra del Rif. Sí es claro que los bombardeos que fueron “novedad” militar en el siglo XIX se volvieron sistemáticos y una práctica extendida en la Gran Guerra de 1914. El ejército alemán utilizó dirigibles Zeppelin y bombarderos que llevaron a cabo incursiones sobre Lieja, Amberes y París e inauguraron sus ataques masivos sobre Londres en mayo de 1915. Alemania utilizó más de cien dirigibles durante más de cincuenta ataques aéreos a sus rivales. Los soldados alemanes trataban de no sembrar la alarma, de evitar el pánico, en sus acciones contra Inglaterra. Las alertas corrían por cuenta de la policía local provista de un silbato y bicicleta. Y reeditaron los bombardeos en las Islas Británicas en 1940 con el llamado Blitz, y el Blitz Baedeker, planeado por Göring para gloria del Führer. No solo incluyó a Londres sino a otras capitales del Reino Unido: Liverpool, Glasgow, Birmingham, entre muchas más.

Este tipo de ataque cobró especial significación antes y durante la Guerra Civil Española. Tanto nacionalistas como republicanos ya habían bombardeado ciudades en el territorio ibérico como Tetuán, Oviedo, Granada, Zaragoza, Córdoba y Sevilla, según se reconoce en los partes oficiales de guerra. El siempre presente en la memoria de todos es el bombardeo sobre Guernica (País Vasco) en 1937, a manos de la Legión Cóndor al servicio de la Alemania nazi y con la anuencia del Generalísimo Franco. En 1938 la aviación ítalo-germana bombardeará por primera vez la ciudad de Granollers. Desde entonces hasta hoy, el lanzamiento irresponsable de bombas ya perdió su carácter extraordinario y es un componente infaltable en cualquier guerra, un hecho “normal” en cualquier ofensiva militar.

El Tratado de Defensa del Atlántico Norte tiene un lugar destacado en estas alusiones, pues ha hecho un importante aporte en la materia con los bombardeos, sobre todo luego de la caída de la URSS y sus aliados en Europa oriental, es decir, precisamente cuando pierde su sentido defensivo original. La Otan bombardeó Belgrado en 1999 para dar espacio a Kosovo e instalar bases en la región, participó activamente en el derrocamiento y asesinato de Muhammar Al Gaddafi en Libia en 2011 y ya es muy conocida su ininterrumpida y amenazante expansión hacia el Este europeo, mediante la instalación de bases de misiles en las últimas décadas, uno de los motivos de la actual crisis ruso-ucraniana.

Seis. Colombia tiene su propia y vergonzosa experiencia en materia de bombardeos. Y no es cuestión de un pasado liquidado. Hace parte del día a día, desde hace décadas, casi diríamos desde siempre. No hay rincón colombiano, zona rural o entorno natural que no haya experimentado un bombardeo. Y prácticamente no hay ejército, banda, de paramilitares o mafiosos, no hay grupo armado que no haya apelado a estos ataques de forma abierta y en muchos casos veladamente. Sin embargo, los atentados perpetrados desde naves o artefactos aéreos hasta el día de hoy, en la era de los drones, fueron un casi exclusivo privilegio de los múltiples gobiernos al servicio de oligarquías locales o nacionales, desde el Estado y sus fuerzas armadas. Su propósito es el de siempre, el mismo en todos los casos: diezmar adversarios y poblaciones, controlar o destruir territorios, recursos y escenarios estratégicos, vías, puentes, rutas, aeródromos y ese largo etc. Todo en nombre del pueblo y en contra del pueblo mismo.

Listo algunos episodios nacionales sin orden ni concierto. Bombardeos aéreos hubo en el viejo Yacopí de los cincuenta, en Marquetalia, Villarrica, en El Pato y Sumapaz. Sus promotores, Rojas Pinilla y los gobiernos del Frente Nacional. Han sido bombardeadas iglesias y parques naturales, lugares sagrados de pueblos indígenas, lugares de refugio y de recreo. Fue bombardeada la Comunidad de Paz del municipio de San José de Apartadó y la Sierra Nevada de Santa Marta. El gobierno de Duque y su ministro Molano atacaron una celebración campesina con niños y ancianos en Putumayo, el presidente Betancur bombardeó el Palacio de Justicia en el 85 y el presidente Gaviria atacó Casa Verde en La Uribe con el propósito infructuoso de desmantelar el Estado Mayor de las Farc. Álvaro Uribe Vélez bombardeó medio país y más allá, la frontera venezolana y Sucumbíos en el vecino Ecuador. Se trató de “bombardeos inteligentes” en el sector de Teteyé, denunciados por el gobierno de Correa que provocaron crisis diplomáticas. Décadas atrás hubo bombardeos en Leticia, en la región de Tarapacá y Güepí en la guerra con el Perú.

Pero es que además están los amargamente célebres “tatucos” o cilindros bomba que las Farc usaron contra soldados y civiles. Y no fue solo Bellavista en Bojayá sino en múltiples incursiones y tomas guerrilleras. Hoy las llamadas disidencias emplean artefactos explosivos lanzados mediante drones dirigidos contra civiles y uniformados por igual en Argelia, Cauca, y en otros lugares del Pacífico. Se habla de una nueva fase de la guerra con el uso de estos artefactos.

  

“Rojas Pinilla”. Oleo de la pintora colombiana Débora Arango (ca.1954), inspirada en el hito del 13 de junio de 1953, con toma del poder del general Gustavo Rojas Pinilla, otro pretendido pacificador del país mediante el uso de bombas.

Siete: Las luchas insurgentes y contrainsurgentes apelaron a los bombardeos en el entorno latinoamericano. Distintos gobiernos de países de la región, con su propia tradición de militarismo, dictaduras y nacionalismo, con sus experiencias de “colonialismo interno” y guerras de exterminio a “pueblos originarios”, encontraron en el bombardeo interno una fórmula que sigue en boga. Somoza perpetró múltiples masacres en Nicaragua a través de bombardeos en zonas rurales y sobre las ciudades que estaban en manos de la guerrilla sandinista. En Estelí, una ciudad de 40 mil habitantes, dejó más de novecientos muertos. Aviones de la Armada Argentina y sectores de la Fuerza Aérea lanzaron un bombardeo sobre la Plaza de Mayo en el corazón de Buenos Aires en su intento fallido de derrocar a Juan Domingo Perón. La guerra del Chaco, el conflicto entre Perú y Ecuador, Batista en Cuba y un muy extenso etcétera.

Los aviones Hawker Hunter de la Fuerza Aérea Chilena atacaron el palacio de La Moneda en Santiago para asesinar al presidente Salvador Allende en septiembre de 1973. Poco más de un siglo atrás, en 1866, las fuerzas armadas españolas ya habían bombardeado propiedades británicas en la vecina Valparaíso, para aquel momento el “único ejemplo de ciudad comercial atacada con el único propósito de devastarla”, en opinión de la prensa y los juristas ingleses. Chile siempre ha dado ejemplo en el Sur de América y en el mundo.

En la fase final de la Revolución Cubana el dictador Fulgencio Batista utilizó la Fuerza Aérea Cubana para bombardear áreas controladas por los rebeldes. Después del triunfo de los guerrilleros barbudos, Bahía de Cochinos resistió un ataque aéreo en 1961 durante la fallida invasión de Playa Girón para derrocar a Fidel Castro con el apoyo de la CIA y el aval del gobierno de los Estados Unidos.

Durante la Revolución del 32 el gobierno federal de Getúlio Vargas envío a la aviación militar a bombardear las posiciones de los rebeldes paulistas, así como algunas áreas urbanas. El gobierno salvadoreño de Hernández Martínez hizo lo propio para sofocar la rebelión liderada por Farabundo Martí. Fue “la Matanza”, con un estimado de 10 a 40 mil campesinos asesinados. En tiempos más recientes, ya en el siglo XXI, en varios estados de México, como Sinaloa, Tamaulipas, y Michoacán, las Fuerzas Armadas mexicanas utilizaron helicópteros para realizar bombardeos aéreos contra convoyes y campamentos de carteles de la droga. De acuerdo a los testimonios publicados es dificil pensar que se trataron de operaciones quirúrgicas, ajustadas a cálculos milimétricos de precisión. Estos ataques generalmente han sido parte de operaciones dirigidas contra líderes del crimen organizado pero la “tormenta de fuego” solía caer precisamente sobre los civiles.

Militares sublevados e invasores lo hicieron con morteros, desde aviones, helicópteros blackhawks, embarcaciones y ahora también con drones. Grenada y Cuba, Panamá, Guatemala y Nicaragua, esta es otra forma de narrar el devenir del progreso en América Latina, con la ayuda siempre infaltable e infatigable de las fuerzas armadas y las empresas de seguridad de los Estados Unidos. Y así sigue este excelente negocio.

Hoy vemos a diario los ataques con esas pequeñas aeronaves no tripuladas que se controlan de forma remota para dejar su estela de muerte en Yemen, en Sudán y Afganistán, en Somalía y Pakistán, entre Rusia y Ucrania, y hasta hace poco entre Irán e Irak. Los ataques en Guta Oriental (en los suburbios de Damasco) de Al Asad auspiciados por Putin y las ininterrumpidas, descaradas y descarnadas acciones genocidas del Israel sionista en la Franja de Gaza. No tienen sentido más comentarios.

Es normal para todos que un avión deje caer su carga letal sobre poblaciones de manera indiscriminada. ¿Por qué no hay debates públicos al respecto? ¿Por qué son tan limitadas (y cuestionadas) las movilizaciones masivas en contra del bombardeo como estrategia de destrucción de vidas de hombres y mujeres inocentes, niños y viejos inermes? Al final del siglo pasado ya se justificaba la versión más letal y absurda de estas acciones bélicas en las llamadas guerras preventivas. El bombardeo se convirtió en forma de diplomacia y de gestión de la paz. Lo emplearon Nixon y su socio el Nobel de Paz Henry Kissinger (con el napalm en Vietnam o su atentado en la Casa de la Moneda en Santiago). Lo han llevado a cabo los Bush, padre e hijo, Hitler y Franco, Javier Solana y Barack Obama, otro Nobel de Paz norteamericano, en sus guerras proxy de Afganistán, Irak y Siria, Zelensky y Putin, Roosevelt y Churchill, Biden y Netanyahu. Casi que la condición para ser líder en el mundo contemporáneo es tener en su haber uno o varios capítulos asociados al empleo de las bombas y las armas de destrucción masiva. 

Con el tiempo todos nos volvemos moralmente neutrales, diría Leonard Lewin, “no diría cínicos, sino más bien tan objetivos como hemos aprendido a ser ante otro tipo de problemas de carácter profesional”. Lo que hacemos todos es justificar una matanza a escala industrial. Aquello de las víctimas son externalidades, daños colaterales. ¡Que viva el progreso, carajo! 

Nacimiento en la iglesia evangélica luterana de Navidad en Belén, Cisjordania (2023). “Si Jesús naciera de nuevo hoy, lo haría bajo los escombros en Gaza… Para nosotros, Dios está bajo los escombros… especialmente cuando el mundo continúa justificando el asesinato y deshumanización de estos niños”.