En las noches la flor se abre y riega su perfume por la cueva. Es como los búhos: duerme de día y abre sus ojos en la noche. Parece saber que de noche el miedo crece y se hace fuerte, mientras uno se encoge y se convierte en enano. La flor se mueve con mi respiración y hace como si saludara.

Los murciélagos se espantaron de la cueva desde que yo vivo en ella. Tal vez tuvieron miedo de mí o quisieron dejarme solo para no incomodarme. Hoy encontré una amiga. La niña apareció en el camino cuando bajé de los árboles y se acercó para hablarme. Tiene la cara sucia y los ojos le brillan. Me contó que no tiene casa y me alegré porque en algo nos parecemos. Camina por las calles buscando cosas inservibles y olvidadas por la gente:

– Es como pescar cosas que no se mueven. -Me dijo.

Le pregunté qué cosas había recogido.

– La pierna de una muñeca, la mitad de un balón, una peinilla sin dientes, la voz de un teléfono, dos ruedas de un carro, un pedazo de tela, la imagen en un espejo…

– ¡Un momento! -La interrumpí enojado- ¿Y eso para qué sirve?

– A la gente no le sirve para nada. A mí me sirve para todo.

– ¿Para qué te sirve? – le pregunté.

– Para armar rompecabezas.

– ¡Estás loca! ¡¡Absolutamente loca!

– Rompecabezas de todo lo que la gente ha perdido. Yo lo armo mientras invento una historia

-Cuéntame la historia.

Érase una vez una muñeca linda que jugaba con un balón mientras su mamá trataba de peinarla con una peinilla de oro. En un espejo se veía a la niña llena de felicidad con su vestido rosado. Sonó el teléfono y era una amiga que la llamaba para invitarla a una fiesta. En ese momento su balón saltó hacia la calle y la muñeca salió a traerla, pero !oh desgracia!, un carro pasaba y con sus dos ruedas la cogió. El balón se partió por la mitad, la peinilla perdió sus dientes, la voz de su amiga se quedó en el teléfono y la imagen de la muñeca quedó para siempre congelada en el espejo.

– Es bonita, pero es triste. Además ¿Para qué sirven las historias?

Le volví la espalda y seguí mi camino. Pero ella me dijo:

– ¿Y para qué sirven los pájaros?

Mi sorpresa fue grandísima. Di marcha atrás para preguntarle:

-¿Cómo sabes que me gustan los pájaros?

-Todo el mundo lo sabe. Son tus hermanos. Y sirven para que los ojos vuelen y para darle color a la mirada.

Me dejó mudo. Se fue y me quedé mirándola. Cuando iba muy lejos le grité:

– ¿Cómo te llamas?

– Isabeeeeel

Y se perdió en el camino.

He decidido que mi flor se va a llamar Isabel. Porque me quita el miedo y porque ella me ha enseñado que también con las palabras se puede jugar y armar rompecabezas.

***