Desde que papá y mamá se separaron, y vivo sólo con ella, ahora tengo que ayudar con los oficios de la casa. Igual que las niñas. Para que no me vuelva perezoso, papá me puso un horario que me dejó por escrito y el cual debo cumplir: me levanto a las 6, me baño, desayuno, tiendo la cama y me voy a la escuela. A la una de la tarde, cuando regreso, almuerzo y ayudo a lavar la loza. Entre las dos y las tres, mamá siempre hace la siesta. Antes la hacía con papá. Ahora que él se fue de la casa, ella quiere que yo esté con ella. Aunque no tenga sueño me acuesto a su lado y dejo que me abrace hasta que se duerme. Luego, muy despacito, me voy a hacer las tareas porque a las cuatro, si ya las he hecho, puedo ir a montar bicicleta al parque.

A las 6 debo estar en la casa para comer, puedo ver televisión dos horas, y luego me voy a la cama. Al otro día igual. Papá viene los domingos y me pregunta si he cumplido el programa.

– Sí, papá, aunque ya estoy cansado.

– ¿Por qué?

– Es que todos los días no tengo ganas de hacer las mismas cosas a la misma hora. Por lo menos si pudiera cambiar el orden…

– Orden es lo que se necesita en este país y debe aprenderse desde que uno es muchacho. Lo contrario se llama anarquía.

No le dije nada más porque vi cómo la vena de su cuello empezaba a saltar. Me quedé pensando en la palabra a-n-a-r-q-u-í-a. No sé lo que quiere decir, aunque me parece que debe ser algo divertido.

Enseguida me dijo que el año entrante va a ponerme a estudiar en un colegio interno que queda a varias horas de distancia. Para que me eduque con más orden, porque vivir sólo con mamá me va a hacer mucho daño. La noticia no me gustó.

– Es un colegio lleno de jardines por todos lados, Camilo. Además, iremos a visitarte todos los domingos.

– Será como estar en una cárcel. Una cárcel de niños.

– Ya es hora de que aprendas a ser hombre. Déjate ya de quejas.

No sé lo que significa aprender a ser hombre, pero me suena a algo triste. No pude aguantarme las ganas y, antes de que pudiera voltear la cara, una lágrima me delató. Entonces papá empezó a gritar y a decirme niña. Por eso yo le grite también:

– Lo que me gustaría es ir a un colegio de a-n-a-r-q-u-í-a!

Entonces sí que las cosas se pusieron malas. No sé qué fue lo que dije, pero debe ser como una grosería porque papá me chantó un bofetón, con tanta fuerza que me hizo caer.

Me fui llorando al cuarto y allá me di cuenta de que la boca me estaba sangrando. Él se fue a hablar con mamá, los oí discutir y luego sentí el golpe de la puerta al ser cerrada con furia.

Daría todo porque no llegue el año entrante. No volveré a ver a Esperanza ni a saber nada de mis compañeros. Sólo de imaginarlo tengo ganas de morirme. La solución debe ser la a-n-a-r-q-u-í-a…

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