
Fue fácil aprender a sumar sin necesitar a la maestra. Querer más y más era todo mi llanto. Más dulce, más parque, más juego, más risa… Devorar más y más horas hasta caer en el arca de los sueños. Pero todo fue más feliz cuando aprendí las multiplicaciones. En un dos por tres tenía seis chocolates, tres por cuatro eran doce amigos invitados a mi fiesta, doce por cuatro vasos de malteada eran cuarenta y ocho y así iban creciendo las cosas que mamá se encargaba de comprar. Qué suerte que ella sabía multiplicar por cifras más altas a la hora de pagar. Genial el que se inventó las multiplicaciones. Creo que era mujer, alguien me lo dijo.
Todo se hizo más aburrido cuando tuve que aprender las restas. ¿Cómo entender que algo desaparece sin arte de magia? Son ocho helados menos dos para los abuelos y uno para su tía, menos otro si viene su papá y debe guardar el de su primo, si llega a venir. Solo me quedan tres, gracias a que mamá está en dieta. No pueden ser justas las restas y mucho menos las divisiones. ¡Qué difícil ha sido entenderlas! ¿Cómo es eso de que un número le presta a otro? ¿Si son catorce balones para cuarenta y un estudiantes significa que nos debemos juntar por tríos y nos toca menos de un balón? Las divisiones les ganan a las restas en antipatía. No son justas y por eso no quiero aprenderlas y me acabo de levantar para escribir en el tablero: «¡Que mueran las restas y las divisiones!» Y todo el salón se sacude de risa y todos nos paramos sobre las sillas y tiramos lápices por las ventanas, borradores contra las tareas y se arma una guerra de bolas de papel y en ese momento entra la profesora con cara de pantera y mira hacia el tablero. Entonces yo grito: «¡Mueran las matemáticas!» y en ese instante se desploman las paredes, llegan dragones como naves espaciales, todos nos montamos en ellas, nos elevamos sobre la escuela y veo los números allá abajo haciéndose polvo, las divisiones dividiéndose hasta desaparecer, las restas cada vez más chicas convirtiéndose en puntos y me río y me río y me río hasta desmayarme, floto hasta convertirme en el gigante de las nubes que veo todos los días en el cielo, el mundo sin matemáticas se va volviendo muy pequeño, infinitamente pequeño hasta desaparecer y ya no veo a mi familia, ya no tengo amigos, todos se han dividido y me entran esas ganas de llorar que se multiplican y se multiplican…
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