Después del recreo nos dejaron ir de la escuela sin explicarnos por qué. Cuando llegué a casa, mamá no me creyó. Fue a preguntarle a la vecina si era verdad que la escuela había soltado temprano a los niños. Ella le dijo que no porque todavía Milton, el hijo que está en tercero, no había llegado. Cuando mamá iba a castigarme porque, según ella, me había volado de la escuela, afortunadamente pasó por el frente de la casa una niña que llevaba puesto el uniforme. Mamá se contuvo. De todas maneras, fue como si me hubiera pegado. Seguía dudando y me miraba raro.

Las mentiras son cosas que usan los mayores cuando no saben qué decir, cuando olvidan una promesa o sacan una ventaja al mentir. Los niños aprenden a mentir cuando tienen miedo de decir la verdad. El miedo es como un animal que te coge del cuello y ya no te suelta. Entonces tienes que inventar cualquier cosa. Mamá cree que miento cuando ella supone que tengo miedo de decirle la verdad. Yo he aprendido a decir mentiras para evitarle el disgusto. Pero esta vez no miento y ella no me cree.

A la hora de la comida escuchamos unos gritos en la casa vecina. Era Milton que saltaba de dolor porque su mamá lo castigaba por haberse ido a jugar a la cancha. Escuchamos cómo le decía que no fuera mentiroso, que ella sabía que la escuela había cerrado temprano porque me había visto llegar hace varias horas.

Miré a mamá y me pareció que estaba satisfecha. No me gustó oír los gritos de dolor de Milton, ni me alegré porque esta vez me hubiera salvado del castigo. Al contrario, escuchaba los correazos en su cuerpo y me parecía que eran en mi piel. Hubiera podido ser al revés: Milton escuchando los correazos en mi cuerpo.

Sigo pensando en la mentira: si Milton no hubiera tenido miedo de decir que quería ir a jugar a la cancha; si a su mamá no le pareciera malo que él quisiera jugar en la cancha; si el uno no se sintiera obligado a mentir y la otra a castigar; entonces, tal vez a esta hora estarían los dos comiendo en paz. Y de sus cabezas saldrían, como en las tiras cómicas, unas palabras que no pueden leerse, metidas en dos corazones.

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