Fausto es negro como su mamá. Ella trabaja aseando casas. El me contó que ayer, como no hubo clases, la mamá lo llevó a la casa donde trabaja. Ir no le gustó porque allí las cosas están puestas todas en vitrinas, como en un museo, y nada se puede tocar. Además, su mamá lo regañaba por todo, y él tuvo que quedarse sentado durante todo el día pensando y mirando por la ventana.
Siento un poco de tristeza por Fausto. Todas las tardes, después de salir de la escuela, llega a la pieza donde vive y se queda encerrado. Su mamá llega cuando es de noche. Cuando era pequeño ella lo amarraba a la cama para que no se fuera a la calle a jugar. Ahora que está más grandecito, ya no tiene necesidad de amarrarlo porque Fausto sabe que no puede salir. Después de servirse la comida fría, se queda dormido y sueña que está muerto. Al despertar, hace las tareas y se inventa juegos solitarios.
Él me ha contado todo esto con la condición de que no se lo diga a nadie. Fausto es un buen compañero y yo lo defiendo siempre que Camilo, el antipático que siempre cree ser el mejor, lo empuja en la fila y le dice negro mico come plátanos. La profesora nos ha dicho varias veces que todos somos personas, no importa el color que tengamos, pero me parece que a ella tampoco le gusta Fausto. El otro día le rebajó la nota porque lo vio subido en el pupitre. Y era que él estaba tratando de bajar del marco de la ventana su borrador, porque allí se lo escondieron los compañeros para verle su cara de susto.
Hace unos días le quitaron el lápiz y por este motivo tuvo que aguantar dos castigos: la mamá le dio una golpiza por no cuidar las cosas, y la maestra le puso cero por no hacer la tarea. A los dos días le dejaron el lápiz sobre el pupitre. Yo me di cuenta de todo y vi que Fausto, con rabia, lo partió en pedacitos. Así igual, pedacitos, siento que me vuelven cuando me castigan injustamente.
Fausto tiene la mirada triste pero cuando juega se le iluminan los ojos. Me ha dicho que de todos los compañeros prefiere a Pablo y de todas las niñas me prefiere a mí. Ahora Pablo no está y entonces en el recreo viene a quedarse conmigo. Mi mejor amiga es Esperanza, pero a ella no le gusta jugar con los niños. Dice que son pesados y siempre están haciendo bromas tontas. Es un poco difícil tener dos amigos que no se quieren entre ellos. A veces tengo que partirme en dos, como una naranja, para no tener problemas con ninguno. Una parte del recreo estoy hablando con Fausto, otra parte estoy jugando con Esperanza.
Esta mañana ella me contó que está muy triste porque se murió su gata. Cuando me lo contaba todavía le salían lágrimas y yo no entendía cómo se puede llorar por un gato si ellos son tan serios y egoístas. Siempre están buscando caricias, ronronean alrededor de uno, le pasan la cola por todos lados, pero no devuelven un poquito de amor. La veía llorar y para no reírme pensé en Copo. En ese momento estuve imaginando qué pasaría si ya no tuviera su hocico frío, su cola loca, cuando llego de la escuela. Qué sería de mí si un día Copo no estuviera echado entre mis pies cuando hago la tarea, si no me defendiera cuando papá llega borracho, si no me diera su abrazo calientico cuando le hablo y le cuento cosas que nadie más puede saber.
Al pensar en todo esto ya no pude aguantarme y empecé a llorar, a llorar despacito, y luego la abracé para acompañarla. Esto me hizo acordar de la muerte del abuelo y recordé que, aquel día, no se me ocurrió llorar. En ese tiempo no sabía que se llora cuando pasan cosas tristes. Tampoco sabía cuáles son las cosas tristes. Ahora sé que una cosa terriblemente triste sería la muerte de mi Copo.
Esperanza se calmó cuando pensó que yo también lloraba por su gata.
-Pero si no te gustaba Tobita! -me dijo.
Yo me quedé mirándola y se me ocurrió decirle algo bonito:
-Cuando el cielo está negro es porque viene la lluvia. Y cuando la lluvia cae, le abre paso al sol. Parece que las lágrimas son como la lluvia. Tal vez por eso hace falta llorar.
Entonces ella pareció aliviarse y me contó con detalles cómo había enterrado a Tobita con la ayuda de su papá, y luego la había desenterrado cuando se quedó sola en la casa.
-¿Y qué? -le pregunté muy afanada- ¿Encontraste en su barriga la gatica que buscabas?
-No -dijo con cara de desilusión-. Me asusté mucho cuando la vi. Estaba muy tiesa y fría, ya no le brillaban los ojos y volví a taparla con la tierra porque esa ya no era mi gata. Mi gata está ahora en el corazón.
En ese momento sonó la campana y salimos corriendo para el salón.
En la clase le hice a Esperanza el dibujo de un gato dentro de un corazón grande y se lo puse en el pupitre. Le debió gustar mucho porque me devolvió un papel con la palabra gracias. Sentí su cariño en el papel y pensé que es muy fácil hacer que un amigo sonría. Bastan unas palabras o un dibujo para que todo se olvide.
Ojalá que Esperanza nunca me haga un dibujo con un perro dentro de un corazón, porque ese día voy a estar tan triste que no voy a querer volver más a la escuela.
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