Hoy otra vez Fausto se escapó de la casa para venir a verme, y hoy sí lo traje hasta la cueva. Claro que con una condición: que debía tener los ojos cerrados y dejarse conducir por mí, en el momento de llegar y en el de salir. Así puedo estar seguro de que no le dirá a nadie cómo se llega hasta mi casa. Le gustó mucho como la tengo por dentro.
– ¿Y de dónde sacaste todos esos adornos, Pablo? – me dijo muy admirado.
– ¿De dónde crees? De la naturaleza. No pensarás que me los trajo el niño Dios.
Adentro todo está tapizado de un verde muy fuerte. He hecho un trabajo de limpieza y he sembrado enredaderas que cubren las paredes de la cueva. Ya casi no queda un espacio donde las uñas vegetales no se hayan clavado. En el piso he sembrado gramilla y sobre ella he tendido mi cama. La cama la he construido con varios troncos que encontré en los alrededores y algunas tablas que me ha traído Isabel. Encima he puesto muchas hojas que sirven de colchón. Sobre todo esto tiendo mis lindas y calienticas cobijas.
Al lado de la cama, tengo mi banco rojo y una mesita que construí con más troncos y dos tablas. La mesa tiene un mantel hecho de flores y pedazos de tela; tengo un espejo invisible con un marco dorado; el disco de un teléfono; la mitad de un balón y una muñeca cosida con una cuerda de cometa. Sobre la mesa, está Isabel, quiero decir, la flor.
Antes de que Fausto siguiera preguntando, se lo aclaré todo:
– La muñeca es de Isabel, es decir, la niña. Es ella quien me ha traído la flor y casi todo lo demás. Ella viene a verme de vez en cuando y siempre me trae un regalo.
– ¿Pero quién es Isabel?
Es mi mejor amiga. La flor que me regaló es contra el miedo. Isabel recoge palabras lindas y arma rompecabezas con ellas.
– ¿Cómo así? – siguió preguntando Fausto.
Entonces le conté la historia de la muñeca, el peine, el espejo, el teléfono y todo lo demás.
En ese momento vi cómo a Fausto se le iluminaron los ojos que de tan blancos ya no cabían en la cueva y me contó algo, después de hacerme jurar que no se lo diría a nadie más. Se lo juré por todos los pájaros del cielo y, de paso, por Isabel, ya que me hubiera sido difícil escoger qué es lo que yo más quiero en el mundo.
Fue así como me contó la historia de una señora llamada ANA que prometió ir a la escuela para hacer felices a todos los niños, pero que en realidad metió en problemas a Camilo. Con todos los detalles Fausto me narró lo que sucedió en el salón esta mañana y el castigo que seguramente le espera al osado Camilo. De pronto tuve una idea.
– ¿Quieres ayudarme en un plan?
– Claro que sí. – me dijo Fausto muy animado.
Pasamos mucho tiempo poniéndonos de acuerdo y diciendo todas las cosas que se nos ocurrían. La alegría nos recorrió el cuerpo y terminamos saltando de sentirnos tan amigos.
Al final, lo puse nuevamente en el camino y salió corriendo muy afanado, como siempre. Cuando ya iba a desaparecer de mi vista, desde lo lejos, se volvió para gritarme:
– No se te olvide llevar a Isabel, a la flor, la flor contra el miedo. ¡Nos va a hacer mucha falta a todos!
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