Los que vinieron con nosotros en el bus eran periodistas y gente dispuesta a colaborar consiguiéndonos un albergue. Eso lo supe después de que nos trajeron a esta escuela donde nos vamos a quedar por algunos días. Estamos en la época de las vacaciones y debemos irnos antes de que empiecen las clases.

En los ojos de los grandes se ve que todavía no saben qué hacer ni para dónde ir. Los veo moverse de un lado para el otro, atender a los hijos con una prisa en las manos, con una manera de gritar que habla de su preocupación. Me quedo mirándolos para adivinar qué piensan. Cuando dicen que todo va a estar bien, yo no les creo. Se nota que lo dicen por decir, sólo para que los niños no vayan a llorar.

Nos han distribuido en todos los salones de la escuela. Nos acostamos en colchonetas y antes de quedarme dormido me pongo a mirar el tablero que tengo en frente, en donde alguien ha pintado una casa con unos árboles.

A veces en mis sueños entro en esa casa y puedo ver todos los muebles que tiene, corro por el patio, salto de felicidad, voy a ponerme a jugar cuando me acuerdo que no está Lucero conmigo, la busco por todos los rincones y siempre me despierto para poder encontrarla.

Lucero, yo quiero un sitio para que tengas tus hijos, donde al fin podamos ser felices como en el final de los cuentos en el que las princesas y los príncipes, después de vencer a las brujas malas y a los ogros devoradores de niños, pueden mirarse a los ojos y suspirar.

Aunque, pensándolo bien, los cuentos siempre terminan cuando comienza la felicidad y por eso no se sabe nunca lo que pasó después: y fueron felices y comieron perdices… ¿Por qué deben morir las perdices para hacer posible la felicidad?

Bueno, Lucero, tal vez lo que necesitamos es que las cosas sigan su cauce normal –así se lo escucho decir a Humberto-. Me imagino que la vida no puede ser siempre como un río turbulento, ni tampoco como un riachuelo seco, sino que debe llegar un momento en que tenga el agua necesaria para seguir su cauce normal. Tal vez eso es lo que necesitamos, Lucero de mi corazón.

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