A Fausto le encanta decir mentiras. Para él realmente son sus verdades más apetecibles porque le brotan del alma. La verdad es como una especie de balón usado que todos se pelotean de aquí para allá y que, en realidad, pertenece a todos y a nadie. Sus mentiras son sólo de él y nadie tiene por qué conocerlas.
– Esta mañana la profesora me preguntó cuáles son las clases de pinos que existen en el mundo y yo le respondí muy rápido y en voz alta: son ciento dieciocho pinos. Y le dije sus nombres, sin equivocarme, en 8 minutos y 15 segundos. Por eso me colocó cinco.
– ¡Qué bien mi amor! me gusta que seas inteligente. Me haces feliz. – dijo mamá muy emocionada.
¿No es hermoso mentir para ganarse un beso, o para hacer feliz a mamá, que tantos trabajos pasa? ¿No vale la pena para verla sonreír?
Sus mentiras no hacen daño a nadie. En cambio, ha aprendido que la verdad resulta como un garrotazo en pleno rostro.
– No es cierto, Fausto, -le dijo Marysol-. La verdad es bonita. También nos hace sonreír.
Lo que sucede es que Fausto no ha conocido verdades que lo hagan reír de buena gana. Para él las cosas verdaderas siempre han sido como el acero: el cansancio de mamá, su encierro en el cuarto, la rutina de comer solo la comida que no tiene ganas de calentar y que sabe a manos afanadas. Por eso necesita esas dulces mentiras que lo hacen destornillarse de la risa, esos juegos terribles de morirse de varias maneras y resucitar hecho un trompo feliz.
Fausto cree que la mentira (que para él es verdad porque es su propia manera de imaginar y sentir) es algo que sólo se puede compartir con los chicos, porque los grandes no la aguantan.
-Es al revés. -le dijo Camilo- Los mayores siempre están exigiendo la verdad a los niños. Pero, entre ellos, siempre se dicen mentiras.
Esto puso a pensar seriamente a Fausto. Si esto era cierto, entonces no se sentiría culpable por decir mentiras. Total, no se las estaba inventando por hipocresía sino por miedo.
El miedo, siempre el miedo. El miedo al castigo de papá o mamá; el miedo a que la profesora te ponga una mala nota o te saque a pellizcos de la clase; el miedo a que te dejen solo; el miedo a la oscuridad, a un animal real o imaginario; el miedo a que no te dejen hacer lo que más quieres. Y finalmente, ¿qué es el miedo?
– Es el método para quedar tonto por siempre.
– Es la única manera de lograr que obedezcas todo y nunca sepas por qué.
-Es el método más rápido de fabricar personas sumisas y con sello de garantía.
Don Miedo es un hombre muy viejo, con una estatura enorme que no cabe en ninguna parte del mundo. Por eso debe andar encogido y escondido en el lomo de las montañas que surcan el planeta. Su piel es como un fuelle, pues de tanto crecer ha ido formando pliegues y pliegues. No tiene ojos porque el miedo es ciego e indefenso. Su voz es una mezcla de gritos y susurros de viento. No sabe hablar. Donde encuentra palabras, don Miedo tiene que huir aterrado porque ellas siempre tratan de descubrirlo y acosarlo hasta que acaban con él.
Se alimenta de pesadillas, de cosas sin cabeza, de extraños presentimientos; de lo que piensan los adultos cuando la vida es como una ropa grande que no pueden vestir; de lo que sienten los niños cuando los grandes los aplastan. Por eso don Miedo nunca se preocupa por el alimento; le basta y sobra todo el que rueda por el mundo.
Don Miedo es el amigo preferido de doñas Mentiras. Ellas son unas criaturas traviesas, mitad animal, mitad globo. Con su parte de animal respiran y miran hacia todos lados, en busca de una oportunidad para meterse en la boca de las personas. Con la parte de globo flotan, se alimentan de aire y se hacen ligeras.
Las hay de todos los tamaños y condiciones: pequeñas, gigantes, regordetas, delgadas, flácidas, fuertes. Son transparentes porque deben pasar inadvertidas a los ojos de todos y tienen una consistencia viscosa. Por eso cuando alguien sospecha que está cerca de una Mentira, debe chuzarla con un alfiler y doña Mentira ¡Plaff! se estalla y deja escapar un líquido aceitoso. En ese momento toma un color púrpura y no hay manera de que vuelva a recuperarse.
Doñas Mentiras no son malas por naturaleza. Ellas viven para divertirse y les gusta servir a las personas en el momento en que se les acaban las palabras. Sin embargo, algunos se aprovechan de su inocencia para usarlas de manera malintencionada.
Las más chicas y juguetonas les sirven a los niños y les libran de golpizas y malas palabras. Algunas gigantes viven subidas en las cabezas de ciertos adultos y viajan con ellos como si fueran sus sombreros.
Don Miedo y Doñas Mentiras son buenos amigos y generalmente no pueden vivir el uno sin las otras. Mientras él toma su alimento de niños y adultos, ellas buscan la oportunidad para entrar y colarse en la cabeza.
La escuela está plagada de doñas Mentiras porque allí también vive Don Miedo, arrastrándose con su panzota de kilómetros y kilómetros. No sólo se alimenta feliz de todo lo que sienten los niños. También devora los pensamientos de los maestros que, aunque parecen tan firmes y bien dispuestos, llevan un rosario de pesadillas y vacíos en todo el cuerpo.
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