Isabel, es decir, la flor, ha crecido mucho y en este momento veo que le están brotando hijos alrededor. La taza donde la he colocado se está llenando de azul. Hoy Isabel, es decir, la niña, vino a jugar conmigo. En el juego ella y yo nos casábamos y yo quise que ella cogiera la flor en sus manos para que se pareciera más a las novias de las películas. Me sentí muy feliz al imaginar que todo el juego podía ser realidad algún día y empecé a saltar muerto de la risa.

Isabel, es decir, la niña, tomó a Isabel, es decir, la flor, entre sus brazos como si se tratara de un muñeco o de un bebé imaginario, y mientras la arrullaba, cantó una canción que de tan dulce sabía a chupeta, cuya letra he olvidado. La canción decía más o menos lo siguiente:

Si una noche el miedo, si una noche el miedo,
llega hasta tu puerta, llega hasta tu puerta.
No lo escuches, no lo escuches.
Puede ser un perro, puede ser el viento,
puede ser el eco de tu voz en el silencio.
Si una noche el miedo, si una noche el miedo,
te toca la puerta, te toca la puerta.
No le abras, no le abras.
Puede ser un trueno, puede ser un grito,
puede ser tu llanto saliendo del pecho.
Si una noche el miedo, si una noche el miedo,
empuja tu puerta, empuja tu puerta.
Saca tus palabras, saca tus palabras,
Ellas son las flechas, ellas son las armas
que asustan el miedo, que matan el miedo.

Me impresioné mucho con la canción y le pregunté a Isabel:

-¿Cómo es eso de que las palabras asustan el miedo?

– Porque las palabras lo derriten como a un bloque de hielo sobre el fuego. Es como cuando puedes contar una pesadilla: en ese momento ella se hace inofensiva. El miedo es cobarde y no soporta que lo delates.

No entendí mucho, pero Isabel salió corriendo sin darme otra explicación y dejando la boda a mitad de camino. La música me quedó en los oídos como una hamaca que se sigue moviendo, aunque nadie esté acostado en ella. Fue en ese momento cuando comprendí dos cosas: una, que Isabel es como una abuela que se ha vuelto niña; dos, que la flor sirve para matar el miedo porque sus pétalos son como las palabras: cuando uno puede decirlas, ya no queda razón para seguir temblando.

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