Al ángel de la memoria que todavía habita la antigua escuela derribada. 

A quienes no borraron esa muda lección.

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Los niños son anarquistas
que huyen del presidio escolar
cuando suena la campana.
Los adultos lo advierten
y entre tibias caricias
deciden enjaularlos
en corrales de nácar.

JUAN MANUEL ROCA

 

¿Qué hacer con tanta cosa vivida, atesorada y muda? Con la memoria sucede algo semejante a lo que ocurre cuando nos miramos al espejo: al ver la imagen frente a nosotros la creemos propia, pero si nos alejamos de ella, la imagen desaparece o cambia y ya no estamos seguros de que nos pertenece. Así los recuerdos cuando se narran, cuando se escuchan.

Agradezco a quienes me susurraron su historia al oído, pues el aire la transformó en ficción y ahora pertenece a todos. Tal vez el lector pueda ocupar de nuevo su puesto en el pupitre, repasar la lección, recuperar su voz atorada y contar la historia que falta.

Se cuenta aquí la memoria de la escuela, ese lugar remoto del que aún cargamos vestigios, agravios, risas, señales en los ojos, raíces en las manos… Frente al dictado del silencio, todavía nos queda la insolencia.

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