
Nos contó que era el primero de la clase, el siempre listo al momento de borrar el tablero, pendiente de acomodar los libros en la mesa cuando los profesores llegaban cargados de paquetes y materiales. Ágil a la hora de mover los pupitres, de recoger papeles. Atento a retomar el hilo de la clase pasada, el orden, la última frase. Hábil para los apuntes y las respuestas rápidas. Hacía de reloj, de grabadora. Era pañuelo, escoba, campanilla, agenda, manubrio, a veces timonel. Eso lo llenaba de orgullo. Todos en el colegio sabían su nombre, desde el portero hasta la rectora. Miguel siempre dispuesto y cortés. Miguel de los Ángeles, niño ejemplar y limpio, como pocos. Un modelo para todos. Quién podía imaginar que llevaba la procesión por dentro –entonces no se escuchaba nada, solo susurros, gestos de aflicción–, cosas que uno no quisiera saber ni repetir. Todo lo decían a sus espaldas, pero él lo adivinaba. Mírenlo tan correcto, su ropa remendada pero limpia, suelas despegadas y zapatos lustrosos. Hay que hacer algo antes de que se pierda.
Lo recuerda todo con escrupulosa obsesión e inicia nuevamente: Que era el primero de la clase, el lápiz con punta, el borrador, el agua, a veces fue oreja para el pellizco… Hizo lo imposible por seguir. Se afana al explicar, se le corta la voz. Le creemos, lo interrumpimos. Ahora hace de aguja, de cuchillo, nos punza, nos extrae el hígado. Alguien le dice que ya es suficiente, está clara su historia. No es el único que no pudo graduarse. Cientos, miles, tampoco tuvieron un cartón, no pudieron exhibirlo en la sala, enmarcado en la pared… explican que es un problema estructural, que ahora las cosas son distintas, lo dicen las estadísticas, hoy tenemos ayudas del gobierno y hasta becas. ¡Usted no tuvo suerte… eso es todo! Nació en el tiempo equivocado, pero tal vez sus hijos o sus nietos…
El hombre baja un momento la cabeza y, de pronto, reinicia su retahíla: Vuelve al cuaderno, al reloj, a la campana, al borrador… No hay forma de callarlo. Empezamos a salir del auditorio. Me quedo atrás y antes de cerrar la puerta tras de mí, lo veo levantarse y limpiar con su pañuelo la silla en que estuvo sentado.
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