Fotografía de Juan Cristóbal Cobo, de la serie “La luz opaca”. Dominio público.
Por Luz Helena Cordero Villamizar
«Esa fría mañana bogotana —excúsenme, por favor, la redundancia— gastaba las horas hojeando las revistas que compra mi secretaria». Con esta frase se abre la historia de Gotardo Reina, el investigador privado que se nutre de las excrecencias y putrefacción del bajo mundo bogotano. Sí, uno de esos hombres que vive del dolor de otros, que ronda por bares y calles que asustan y va en busca de las claves y los responsables de las desapariciones de niñas y de «personas perdidas de manera involuntaria».
Este detective proviene de un hogar de clase media alta, ha entrado al negocio movido por una situación familiar, se mueve con la misma facilidad en ambientes burgueses que en antros y cuevas del bajo mundo. Sabe que las redes del crimen requieren la asociación entre quienes tienen el poder político y económico y aquellos que administran la miseria y hacen el trabajo sucio, incluida la policía y sus mafias. Por eso con Gotardo, Got para los amigos y lectores, iremos a lujosos restaurantes del norte de la ciudad y a cuchitriles cuya sola descripción crispa. Así ocurre en el «corazón sangrado de Bogotá», donde solo es posible sentir miedo. Los «ladroncitos» son lo de menos, nos dice Got, así nos desafía a penetrar por esos callejones, a los templos de los «oficiantes del mal», donde residen las «manadas de minotauros» que están emparentados con «los principales poderes de la nación».
El escalofrío que experimenta quien avanza por las páginas, mientras acompaña a Got al «Jardín de Las Últimas Santas» —así, con todas las mayúsculas—, se supera por la dosis de ironía y humor que tiene la narración, pues entre el terror y la risa hay un eslabón que en este caso está tejido con una prosa amena, con apuntes finos, inteligentes, con la jerga local, con reflexiones del narrador acerca de la vida, la política, la historia y la cultura de la ciudad y de este trágico país del sangrado corazón. No faltan en la historia otros ingredientes y las delicias del paladar y el erotismo.
A medida que conocemos la vida de nuestro detective criollo, se irán abriendo puertas a historias y personajes, como en un truco de prestidigitación de aquellos en los que nos preguntan en qué caja está la bolita, pues iremos descubriendo conexiones y misterios que quizá no se despejarán del todo, pues en este tipo de novela negra el personaje central se encarga de que los lectores queden con curiosidad y hambre para la novela siguiente.
Felipe Agudelo Tenorio fluye bien en este género, aprovecha de modo ameno e inteligente los materiales, personajes y hechos que abundan en Bogotá y en Colombia para las historias de crimen y terror. De vez en cuando al narrador se le rebela el poeta y revela la poesía de las cosas en dosis tales que añaden mayor deleite a la lectura. En algunos casos emplea unas metáforas e imágenes descabelladas que agradecemos porque nos libera la carcajada.
No es extraño que un poeta incursione en este género. Ya está el insigne precedente de Manuel Vásquez Montalbán y su inmortal Pepe Carvalho con esa saga que sigue la transición de la sociedad española entre la dictadura y el neocapitalismo. Este autor dijo que «toda literatura, absolutamente toda, se divide en novelas policiacas y novelas de amor». ¿Tendrá razón?
La novela cierra con la imagen de la noche sobre una Bogotá que no duerme y esa es la razón por la que ha perdido «todos sus sueños». Got nos dice que todos pisamos, al mismo tiempo, un camino que se dirige a la oscuridad y otro que nos conduce a la luz. De eso se trata la vida. Esas luces y sombras de Bogotá y Colombia se reflejan bien en esta “Búsqueda incesante” que retrata nuestras letrinas, nuestros dolores y esta desesperanza, pero que también encarna ese mamagallismo que nos ayuda a digerir tantos sapos.
(Reseña de la novela “Búsqueda incesante”. Bogotá, Planeta, 2019)
Bogotá, febrero de 2024
Fotografía de Juan Cristóbal Cobo, de la serie “La luz opaca”. Tomada de la página del autor. Dominio público.