Una vieja imagen para un nuevo tiempo. “Soldadito de plomo”. Facsimil de la Colección de la Biblioteca Pública de Nueva York, a propósito del cuento de Hans C. Andersen. Imagen disponible en la red.

Por Efrén Piña Rivera

Hace mil días que comenzó esta guerra (¿la tercera?), tan mundial como el campeonato de la Fifa, el reinado internacional de belleza, o los Olímpicos. Comenzó en su modalidad de guerra proxy, in crescendo. Admitirla como hecho o invisibilizarla depende del interés político de sus actores, o del manejo de la atención y las expectativas desde los medios. ¿Quién establece cuándo empieza una guerra?, ¿cuándo es mundial? y ¿qué número ordinal le corresponde? ¿Quién es el árbitro que baja la bandera para declarar el arranque?, ¿y cómo elige ese momento?  Las versiones cambian con arreglo a lo que cada relator quiera destacar.  No será noticia oír la declaración formal del inicio de la Tercera Guerra Mundial. ¿Llamarla la Tercera? No hace falta. Lo que falta es asumir que esto no es un videojuego o una mala película. Nos pasa lo mismo que frente a un “culebrero” o un mago que anuncia lo que está por venir y que no llega, cuando anuncia una y otra vez lo que ya está pasando y todos seguimos tan atentos, sin ver lo que tenemos al frente, sin entender de qué se trata.

Por qué no decir, por ejemplo, que con el lanzamiento de los misiles gringos ATACMS hoy, continuamos la misma guerra mundial que viene del siglo XX, esa vieja guerra que se teje y suma con el viejo propósito de genocidio palestino, made in Israel, que no para en Oriente Medio. Performatividad es la palabra clave. Al fin, en todos los lugares se trata de los mismos agentes y financiadores… los mismos señores de la guerra, empresarios y gestores, ellos sí, con una muy clara visión mundial.

Al marcar en el calendario el día mil de las “operaciones militares especiales” de Rusia en Ucrania, que según el Kremlin cumplía el objetivo de “salvar las vidas y proteger la integridad física, psicológica y cultural de los civiles en la región de Donbás”, admitámoslo… por cuenta de ese acto humanitario del Kremlin y de la respuesta igualmente humanitaria de la OTAN, desde ese día de febrero vivimos la experiencia de una guerra mundial. Una guerra como muchas, en nombre de la gente, de un marco de verdad y de justicia. Una guerra como muchas, en nombre del humanismo.

Ya lo podemos anotar en nuestros diarios, en esquelas o memes, como un referente que se integra a otros momentos significativos de nuestra vida, como cuando nuestro equipo favorito obtuvo un título, como la ocasión de aquel acto sacramental, o como lo fue cierta pandemia: estamos en medio de la guerra mundial de nuestro tiempo.

Desde hace mil días vivimos el incremento constante de la agresividad, la ampliación del número de involucrados en conflictos en tantas partes, en tantas fronteras… Rusia y Ucrania completaron ya el millón de muertos en mil días. Entre ellos, los ridículos soldaditos de plomo que creyeron que salvaban a su patria, los peones mercenarios que buscaron fama y dinero, los miserables reclutados que pagaban escondederos para que no cargaran con ellos, muchos niños y viejos sacados a la fuerza de sus casas rusas y ucranianas y, otros, jóvenes perseguidos por la humanitaria policía de la Unión Europea entre bares, carreteras y estaciones de tren o de bus en el hoy triste “jardín de Borrell”[1]. Cuerpos prestos para alimentar esa trituradora de carne que llaman “el frente”. Siguen muriendo miles y miles de civiles, tantas familias completas, en esta máquina de muerte para los afortunados del negocio de las armas y la atención de quienes la seguimos en línea. Y no solo es lo que pasa en Europa del Este. Es también lo que viene sucediendo en el Magreb y el África allende el Sáhara, en el Pacífico y América Latina. En todos los casos, en nombre de la humanidad… Es el talante del siglo XXI.

Estamos en medio de una guerra mundial no declarada que va a peor, para disfrute de la audiencia. Como en un juego interactivo, las operaciones especiales incluyen el paso a niveles más avanzados, con variaciones y nuevos juguetes explosivos, con nuevos retos. 

Se anuncian diferentes escenarios para los siguientes soldados y arlequines, para reclutas y mercenarios, con su renovada y bien paga provisión de bombas y proyectiles. Y llegan más personajes para el circo: ya no solo será el viejito gagá de Washington, el ególatra de ultra derecha de Moscú, los absurdos saltimbanquis de Bruselas y Berlín, de Paris y Londres, sacando los dientes y escondiendo la mano, incitando a esos fantoches al servicio de la cruel risa y de la muerte: Zelensky, estrella de las pantallas en Kiev, Netanyahu desde su réplica de jardín, a orillas de un mar de sangre.

Están por llegar nuevos protagonistas de la Comedia, grandes humanistas para esta vieja guerra mundial. Como los otros, cada uno se mantendrá en su respectivo búnker, haciendo palmas y corrillos, animando el show para nuestro entretenimiento… todo en nombre de un humanismo puro y duro.

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[1] La referencia es por las declaraciones de Josep Borrell, alto representante de la Unión Europea para los Asuntos Exteriores, en octubre de 2022, en medio de esta guerra, cuando comparó a Europa con un jardín y al resto del mundo con la jungla. “Europa es un jardín. Hemos construido un jardín. Todo funciona”, dijo en la inauguración de la Academia Diplomática Europea en Brujas (Bélgica). El Viejo Continente es “la mejor combinación de libertad política, prosperidad económica y cohesión social que la humanidad ha sido capaz de construir: las tres cosas juntas” continuó. “Los jardineros tienen que ir a la jungla [y para proteger el jardín] los europeos tienen que involucrarse mucho más con el resto del mundo. De lo contrario, el resto del mundo nos invadirá, por diferentes vías y medios”. Todo este asunto es una provocación para escribir sobre “jardines” y esa extraña sensación de “mundo” que tenemos hoy. Ya veremos.

En los medios y las redes hoy se presentan las formas y las sombras de misiles balísticos de largo alcance, made in USA, surcando cielos azules como la señal de los nuevos tiempos, una nueva fase de la  guerra entre Ucrania, la OTAN y Rusia. Es la atractiva imagen de un gran negocio, el de la muerte por venir.