Acuarela de Carlos Mejía
Por Luz Helena Cordero Villamizar
Y cuando estábamos a punto de acostumbrarnos a temer a los besos, a desconfiar de quienes andaban con el rostro descubierto; cuando habíamos perdido el hábito del abrazo y nos frotábamos las manos en los lavabos como arrancándonos la piel, casi con violencia; cuando un estornudo de abierta bocaza y una tos sin recato constituían una pesadilla; cuando la mejor imagen de todos era la que teníamos en la pantalla, y aprendimos a ocultarnos tras nuestro nombre, entonces se acabó la pandemia.
Aunque costaba trabajo creerlo, el tiempo no se detuvo. Duró lo que duró y aprendimos a contarlo de una manera distinta. ¿Lunes, martes, sábado o domingo? Quizá era viernes, no estaba segura. La desorientación era otra forma de la libertad. Día y noche se convirtieron en un continuo impreciso, la calle estaba casi vacía, empezamos a escuchar los pájaros en la ventana. El extrañamiento era por la ausencia de prisa. Ya no debía saltar de la cama como impulsada por un golpe en las tinieblas de la madrugada, ya no me tragaba a sorbos calientes el café, ni me desbarrancaba por la escalera para salir echando chispas por el tráfico, los pitos, el semáforo, o maldiciendo al que zigzagueaba y repartía su peste de humo.
Algunos pensamos que la pandemia era un tiempo para la literatura. Hubo autores que lo vieron como una oportunidad para promocionarse y vender, otros lo sintieron como un momento íntimo de creación o de conversación. Se compartieron cuentos, relatos, reflexiones, recitales de poesía, canciones, recetas. Muchos, en un arrebato místico, creyeron que después de la pandemia el mundo sería mejor. ¿Por qué iba a serlo? ¿Acaso hay una conciencia global que se alinea con el bienestar de la gente y del planeta? ¿Alguien pensó que se acabarían las fábricas de armas y esa milenaria costumbre de matar? ¿Inventaron una vacuna para hacernos más compasivos, más nobles?
Hay suficiente evidencia para afirmar que esta crisis mundial no nos hizo mejores, al contrario, el mundo siguió su viraje hacia el abismo, hacia la guerra, hacia el genocidio, hacia la destrucción del planeta. Las trasnacionales de la tecnología aprovecharon su oportunidad millonaria, nos capturaron con sus aplicaciones, nos engrupieron, nos mantienen cautivos. ¿Por qué preocuparnos si ahora tenemos inteligencia artificial?
¿Qué puede decirnos la poesía de ese tiempo de encierro? Descendió la niebla, se acalló el silencio. Francisco Díaz-Granados, Natanael para amigos y lectores, escribió su poemario Amén durante ese extraño 2020. Son sesenta poemas cargados de desazón, pavor, ironía y belleza, que nos hacen experimentar aquella atmósfera de temor e incertidumbre, aunque sin caer en la derrota. Es una voz que resalta la fuerza vital, que tiene claro el lugar de la palabra poética en un mundo de restricciones médicas y policiales, que mira y late alto, como dice Rafael Alberti, con una voz que brota desde ese corazón sin muros del poeta. Natanael desde su trinchera de versos hace de su palabra un acto de resistencia frente a la dictadura del miedo. Así sea.
¡ESTAMOS TAN LEJOS DE LA VIDA!
decía el ermitaño
en las florestas de Walden
feliz en su encierro solitario
lejos de la guerra y de los hombres
acompasando su pulso con los bosques
¡viajero en casa!
muy ocupado con sus manos de su techo
su ropa y su alimento
y de su hogar y de su cama
ese otro abrigo, al abrigo de la casa
con pocos libros
para escuchar mejor y en calma
la lengua de los pájaros
El poeta, en su oficio de vigía, deambula días tras días, instante tras instante, ahora y en la hora, peregrino en su cuarto, con su sombra en cuarentena, traza un itinerario del desconcierto, del silencio, de la imaginación. Acecha por las ventanas, presiente los pasos de la muerte en los andenes, siente su ulular por las calles, se anticipa y empuña sus palabras contra la bestia mínima que viene por el aire y arrasa los pulmones.
AUNQUE LOS DÍAS SE PARECEN A LOS DÍAS
como catrinas sin gala
y el tic-tac de las sombras amplifica la monotonía
en esta noche sin reversa
cancelaré las puertas y ventanas
al mutismo aterrador de los rebaños
y del mundo —que anda postrado
pues se infectó de realidad
y no se cura
Me resulta poderosa esta idea: estamos infectados de realidad. Y contra esa enfermedad necesitamos la imaginación, el vuelo creativo, la inteligencia sensible. En cautiverio pululan las preguntas, florecen las palabras y es oportunidad para explorar en la selva doméstica, pasear en la cocina, llenar los bolsillos de sal, indagar ante el muro del espejo, en el tic-tac de las sombras. El poeta se solidariza con quienes están en la cárcel, en el exilio de los hospitales, sufre por los que yacen con su soledad, con las sangres azules del ahogo / flotando en el silencio sin lenguaje.
EN ESTA HORA MEFÍTICA
en esta hora del azoro
y de las puertas selladas
pregunto por el gesto sin testigo
en el exilio de los hospitales
y por los gestos arcanos —sin mímica visible
de los cuerpos sedados
con las sangres azules del ahogo
flotando en el silencio sin lenguaje
Como la hidra de múltiples cabezas, la pandemia tuvo rostros diversos y generó consecuencias distintas, dependiendo del lugar y de las condiciones de cada uno, de individuos y grupos. Aquel momento aciago de la humanidad, cuando la muerte se llevó a tantos desconocidos, a tantas personas cercanas al corazón, representó la debacle para muchos y una oportunidad de cambio para algunos. Sí. Fue también el tiempo del reposo, del alivio—por fin puedo decirlo sin culpas— para quienes pudimos decir hasta aquí llegó esta vida y aquí empieza esta otra.
Natanael merodea en el adentro de cuartos y rincones, pero también en el adentro de la razón poética que María Zambrano nos legó, en los intersticios entre el yo y lo otro, entre la conciencia, el amor y esos múltiples planos de lo real para preguntarse y sentir por los demás.
MIENTRAS LOS OTROS DUERMEN
muere la gente —ya se sabe
sin poder inhalar la luz del día
ni el pañuelo azul celeste
con un nombre bordado
Como un monje apóstata, desde una torre abolida, estropea la cruz, trastoca la oración, ingenia señas sin santos, se pregunta por los amantes y sus bocas selladas, aúlla bajo el tapabocas, profiere chillidos que se estrellan en terrazas y balcones, alerta contra los indolentes, contra el banquero ladrón que suma eructos mientras muchos agitan el trapo rojo en agujeros y sus bronquios cansados supuran tinieblas.
QUÉ MUERTE TAN SOLITARIA
si morimos
ahogados por la peste y por la angustia
sin el agua de agonía
que daba al moribundo la mano familiar
de las mujeres y los hombres
que un día se eligieron
y juntaron sus mesas y cubiertos
y caminaron de la mano —bajo el sol y la lluvia
respirando la vida
y suspirando
Y como el poeta sabe que su voz no es su voz, es la de muchos y muchas, entona un canto a la piel del desierto, a la piel de los campos y los mares, se pregunta por todas las criaturas, por el planeta succionado de avaricia, por los irasoles, los odios y las flores de cuchillos, por los adictos a las orquídeas y al cielo, por los que pierden la esperanza con el beso de la peste.
Y así nos trae y nos lleva del marasmo a la lucha por el aire, a la fraternidad de los balcones y la amistad de los pájaros, a salir a la vida que todavía nos reclama, a cultivar las preguntas, las miradas, la certeza dulce amarga de la vida.
EXPLORA SIN PRISA TUS DOMINIOS
el cuarto, el fogón, el escritorio
los bolsillos, el espejo,
y cultiva tus preguntas y miradas
porque no estás de paso
La poesía es esa araña que trabaja entre la vigilia y el sueño, que teje en solitario, en silencio, que arma una red invisible donde se alimenta, desde donde ataca, une y envuelve la muerte con la vida. Quizá de eso se trata, de resistir mientras se teje el aire. Así sea.
INSTANTE TRAS INSTANTE
Tu tarea es titánica
que no avance el desierto
y sepulte tu casa
No sé cuál es el balance de la literatura que habla de esta pandemia, quizá del magma editorial estén por descubrirse obras memorables, que sean la huella estética de este tiempo, así como perviven El Decamerón de Boccaccio, La peste de Camus, Muerte en Venecia de Thomas Mann y unos cuantos clásicos sobre epidemias. En esta ocasión el protagonismo lo tuvieron las redes sociales, por ellas circularon ensayos, textos médicos, reflexiones, diarios, cartas, testimonios, textos de autoayuda, manuales del duelo, poemas, artículos científicos, filosóficos, políticos, económicos, que indagaban no solo en el fenómeno SAR-Cov-2 sino en los efectos del confinamiento y lo que implicó a nivel psicológico y socioeconómico. Una literatura que surge del trauma, por lo menos una buena parte de ella, es perecedera o de baja resonancia.
Amén sabe tomarle el pulso a ese tiempo del encierro y relata su atmósfera, palpa ese desconcierto, esa conmoción. Que el pavor y las pestes no menoscaben la belleza. ¡Así sea!
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Natanael. Amén. Terranova, Bogotá, 2022.
Febrero de 2024
Acuarela de Carlos Mejía, 2022 (Libro Amén Natanael. Terranova)