Colores. Camilo

Esta mañana estuve pensando las cosas bonitas que puedo pintarle a la maestra para la tarea que nos puso sobre las vacaciones. Todos los colores que recogí en el paseo que tuvimos el domingo: amarillo del sol encendido; azul feliz del lago quieto; blanco espumoso como encaje que se abría al paso de la lancha; verde esmeralda del césped suave que me acarició mientras quise rodar y rodar; azul niño del cielo que me servía de sombrero; verde turquesa de la falda que vestía la montaña; café del lomo calientito del caballo que monté; violeta del gigante que, trepado en una nube, me venía persiguiendo; verdes y más verdes de los árboles con salpicaduras multicolores y móviles de los pájaros: rojizo, lila, granate, naranja y limón; los colores fosforescentes de las mariposas como luces intermitentes de navidad; el rojo de la sangre que me salió del labio cuando me tropecé y caí contra las piedras; ese gris que empezó a formarse en el ambiente cuando por algo que no supe, papá y mamá discutieron y se fueron cada uno por su lado; el púrpura que se me atravesó en el corazón en ese mismo momento; el transparente de las lágrimas de ella bajándole por el rosado que se había puesto en las mejillas; y el negro negrísimo que vi cuando cerré los ojos para no ver el camino de regreso.

Pensándolo bien, para pintar sólo necesito un lápiz. Lástima que todas las cosas bonitas tengan un final en blanco y negro.

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Oración. Marysol

Estoy escondida debajo de la cama. Llevo mucho tiempo metida aquí y veo los zapatos que van y vienen. Los tacones puntilla de mi hermana que se prepara para ir a trabajar; los azules y veloces de mamá que siempre están saliendo y entrando a la cocina; los zapatos grandes de papá, con sus pasos fuertes pero inseguros, como los del equilibrista en el circo, que amenaza con caerse de la cuerda y nos pone a temblar. Van y vienen del patio hacia el cuarto esos zapatos gigantes llenos de polvo. Por momentos se acercan al sitio donde me encuentro y otra vez regresan a la cocina. Veo que la velocidad es mayor cuando los tacones de mi hermana se han ido y los de mi madre parecen correr o desesperarse, cuando se aproximan los grandes y se abalanzan hasta casi pisarlos. Tengo mucho miedo al ver esos movimientos, esa prisa en los zapatos. Podría salir y correr a interponer mis zapatos blancos entre los negros terribles y los azules de ella, pero no entiendo por qué he de hacerlo, no quiero ser el arma contra un guerrero que tiene mis ojos.

Desde mi trinchera siento el terror de la guerra, sigo viendo trastabillar los zapatos azules, pero de pronto llega Copo como una bendición, como una bola de lana caliente. Viene chillando su llanto de perro y lo abrazo, lo abrazo fuerte. En sus ojos asustados veo los míos. Juntos lloramos temblando. De pronto vemos que los tacones azules se parten mientras que los zapatos grandes pisan duro y aplastan los pies desnudos. Cierro los ojos, me aferro a Copo con toda mi desesperación y juntos rezamos para que este día se borre, para que nunca podamos recordarlo. Amén.

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