Por Luz Helena Cordero Villamizar
Orietta,
Calle del tiempo
En la noche
escribo libros
que se desvanecen
a la luz del día
Los que traten de leerme
perderán la vista
Para comprender la poesía
hay que rumiarla
siete veces
antes que el día
haga reventar
el gaznate de los pájaros
Estos versos son de Anise Koltz y los imagino como una escalinata que asciendo para saludarte. Siento que ellos anuncian y anticipan la atmósfera de El brocal del pozo. He perdido la vista para sumergirme en tu espléndida y fértil imaginación, en ese cielo de venados. Contemplo una gacela violeta, piedras que florecen, ángeles de arena. Me invade la luz que proyectan tus palabras. Me hundo en el vértigo, entro en esos mundos y paisajes interiores que brotan de estas páginas de manera tan natural, tan vertiginosa, como cataratas simultaneas que se precipitan para llover, golpear, traspasar las dimensiones del ser.
Felicia, Irene, Berenice, Alejandra, Ana, Arturo, Jerónimo, Silencio… Cada uno ha sido esculpido en el agua, en el aire, con la materia de los sueños. Sus historias se tejen, se superponen, se desdoblan. Intemporalidad del tiempo, filigrana del tiempo, tiempo de cristal, de fuego. Como lectora me dejo ir. Me conduces, me envuelves. Abandono la lógica, la razón, me dejo seducir, como si fuera al encuentro con la música.
¿Es esta una novela? Renuncio a los moldes cuando entro en arenas movedizas. En cualquier página o párrafo brotan poemas como largos ríos. Provienen de una fuente inagotable. Personajes que se diluyen, voces diversas e integradas en la misma voz poética que por momentos cuenta, otras veces descubre, contiene, oculta. Fluyen mundos surreales, surgen la introspección, la imaginación. Como en una trama onírica, la historia es la alucinación de sentidos y sin sentidos.
Lo que ocurre aquí no es tan solo ficción. Lo que ocurren son imágenes, sensaciones, ilusiones. Me atrevo a decir que ocurre el lenguaje. Sí. La gran protagonista no es Felicia. Es la palabra poética, es la POESÍA.
Tal como lo piensa esa mujer que tiene el hambre del girasol y la sed de la esponja de mar, así como lo murmura Berenice, tu escritura es visceral, sangra, arde, acontece. Tu palabra es una sucesión de relámpagos.
Anise Koltz lo dice con lucidez y belleza y ahora lo resalto para ti: has escrito un libro en la noche para que se desvanezca a la luz del día. Tú, pájaro en desvelo, confía en que tus lectores reconocerán la magia del mundo que les ofreces. Algunos responderán a tus señales de humo, otros a tus palabras de fuego.
Conocí tu nombre aquel lejano seis de enero de mil novecientos ochenta, cuando lo vi impreso en la última página de un diario de la «Ciudad de los parques», lugar donde nací. Primera vez que oía ese nombre, Orietta, y fue una impronta. Quedó asociado por siempre a la poesía. Leí tus versos con ansiedad, casi con hambre, pues compartían páginas con uno de mis primeros cuentos. Y esa felicidad, esa casualidad, jamás se olvidan. ¿Cómo presentir que un día nos conoceríamos y que nuestra apuesta literaria persistiría hasta hoy?
Gracias a la poesía estamos aquí, transitando estas líneas. Te envío esta carta como respuesta a Felicia, como señal del silencio donde florecen tus palabras. Con la complicidad de una lectora que escarba en los abismos de lo no dicho, de lo apenas sugerido. Como lo expresas, escribir es pensar en la humanidad, aunque nos rodee la desolación. Escribir es extender, inventar, hacer crecer el mundo. Es cierto. Una lluvia epistolar puede consolar, sanar cicatrices.
Esta carta ya es un secreto público y no espera respuesta. En todo caso, en literatura hay un eterno retorno. Moro en una ciudad amordazada, en esa calle donde los colibríes se empecinan en alimentar la belleza, como lo haces tú.
Siempre,
Luz Helena
Julio de 2023