Y ese martillo, ¿por qué calla?
¿Dónde ha dejado su brío,
el afán de penetrar las paredes,
lo frágil, lo blando, la conciencia?
Tanto ímpetu y alarde,
tanta demostración de fuerza
han hecho de él un réprobo
corroído azote que cae.
No hay mano que lo abrace.
Expande sus orejas
y no encuentra clavos ni muros,
dedos ni fuerza para ajustar
el placer desvencijado,
los días quebrados
en el infinito fluir del pensamiento.
Parece reír el agujero
del que no cuelga nada.
Quieto el martillo, sin oficio,
siente cómo le pesa la cabeza.
Igual que aquellos déspotas
tendrá el juicio final del paredón.

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