Más allá del tiempo
Autora: Beatriz Vanegas Athías

Los relatos escritos por una buena poeta siempre nos depararán una fiesta del lenguaje, un reto para la trascendencia temporal. Luz Helena Cordero es una poeta con una obra hermosa madurada a lo largo de décadas de vida y trabajo con el idioma español para hacerlo decir la belleza del dolor y la belleza por la belleza misma. No es raro, pero sí sorprendente encontrarla ahora narrando estos relatos de Todavía nos queda la insolencia con la gracia de quien configura el mundo de un poema en cada texto en prosa.

Un libro para caminar nuevamente por esa única patria que es la infancia y la infancia con escuela para mayor plenitud (o decrepitud). Caminar tomados de la palabra de una autora muy acuciosa que hace gala de su memoria enumerando y describiendo olores, objetos, sitios, sensaciones, cielos, tiempos, estados que configuran también los infiernitos que constituyen esas épocas como en Condena, ácida sátira de la niña nerd o ñoña a la que le pesa como fardo ser la mejor de la clase.

Lleva un estigma con los colores de la bandera. Cuando camina las cinco cuadras hacia la escuela, con su cola de caballo perfecta que se bambolea con aplicación, los vecinos la miran con intriga. Otros la felicitan.

«¿Qué hacer con la medalla?, ¿dónde esconderla? ¿Cómo devolverla para ser libre?»

Todavía nos queda la insolencia es también el libro en el que encontramos todas las escuelas: la que te hace feliz y te deja volar, la que anula al estudiante creativo que no se subyuga al llamado de la «normalidad», como en el relato Insolencia, en el que muestra sus fauces la violencia ocultada; o el maestro faro como el señor Mantilla:

«No sé cuánto se esforzaba el señor Mantilla por hacer estrofas con todos los temas, seguramente pasaba las noches componiendo sus rimas y al parecer las disfrutaba. Se diría que se había equivocado de asignatura y estaría más cómodo dando clases de romances y sonetos».

Y el que hace de la didáctica un descaro como en el texto Monigote en el que el autocastigo del niño es su venganza de la maestra:

He olvidado la razón del disparate. Solo sé que no encontré otro modo de expresar mi malestar. Quise ser un monigote del abuso, saltimbanqui de mi humillación.

Cruza también estos relatos la presencia de la violencia en el aula (el castigo con la regla y su secuela eterna) y la de afuera que se encuentran como dormidas, pero que al menor descuido de una lectora o lector no atento surgen, tal es el caso del relato Futbolista, breve y certero por la crueldad bien narrada.

Sir Francis Bacon, que aportó algunas de las ideas que el Dr. Johnson llevó a la práctica, dijo: «No leáis para contradecir o impugnar, ni para creer o dar por sentado, ni para hallar tema de conversación o discurso, sino para sopesar y reflexionar». Me permito fusionar a Bacon y a Johnson agregando que este libro de la poeta Luz Helena Cordero Villamizar es una invitación a sopesar y a reflexionar sobre la escuela y la infancia liberadas del imperio del tiempo, es decir, cada historia trasciende las edades del lector: puedes ir a ellas o ellas venir a ti en una suerte de tiempo maleable, que se aleja, pero también se aproxima.

Veintiocho relatos hechos de tiempo ido, pero presente; de lenguaje que enuncia con precisión este mundo de la escuela y la infancia que son definitivos para el ser.

[Tomado de: “Todavía nos queda la insolencia”. Cuentos. Ediciones Corazón de Mango. Bucaramanga, 2022]

 

Todavía nos queda la insolencia
Autora: Olga Bula

Luz Helena Cordero es una de esas autoras que en términos un tanto definitorios y no pocas veces expresado por especialistas podría llamarse una polígrafa. Polígrafa porque es autora de textos memorables desde la crónica, la poesía y la ensayística, fundamentalmente.

Así que yo y, amparándome un poco miméticamente en el título de su libro más reciente, voy a cometer la insolencia de intentar precisar lo que este notable libro encierra.

Todavía nos queda la insolencia es un libro para caminar nuevamente por esa única patria que es la infancia.

La frase de Rilke de que la única patria del hombre es la infancia, obviamente ahora y no para quedarnos en un gueto de género, tendríamos que decir que la infancia también es la patria de la mujer y que, en esa patria común, hombres y mujeres nos encontramos con los primeros asombros, las primeras perplejidades, llamémoslas así, y con asuntos que sin darnos cuenta perviven en nosotros, en eso que algunos llaman el inconsciente y que de pronto aparece sin que tenga una premeditación.

La infancia sigue pesando en nosotros para bien y para mal y eso es algo que captura, que aprehende Luz Helena Cordero en Todavía nos queda la insolencia.

«¿Qué hacer con tanta cosa vivida, atesorada y muda?», se pregunta la autora, quien cuenta aquí «la memoria de la escuela, ese lugar remoto del que aún cargamos vestigios, agravios, risas, señales en los ojos, raíces en las manos y frente al dictado del silencio todavía nos queda la insolencia».

Cuando ella afirma que le queda la insolencia está hablando precisamente de la niñez. Los niños son insolentes, disruptivos, no son excesivamente racionales, cartesianos, sino que los habita el misterio, la magia, y la imaginación.

Pues bien, este libro está centrado en eso, en la magia, en la imaginación y en la capacidad de pertenecer a una escritura de orden lúdico como todo lo que atañe a los niños de los que hablamos.

Aquí hay una treintena de cuentos que se centran en muchos aspectos que son del interés permanente de Luz Helena. Que son el juego, digamos, del niño que ve detrás de la escena de la realidad las escenas fabuladas, la imaginación que es lo propio del niño, teniendo en cuenta que imaginar es crear imágenes y en eso ella es una maestra en la prosa como lo ha sido en la poesía y también como lo ha sugerido en la ensayística.

Su libro anterior, Unas cuantas tiernas imprecisiones, es un libro que sirve, como diría Cristian Valencia, «para asistir con tiquete de primera clase al mundo». El escritor colombiano, Valencia, señala que su autora en estas diez crónicas captura una serie de universos muy personales.

Hay un asunto dialógico entre todos sus libros, cada libro es un corpus diferente, pero si uno los ve como una totalidad hay un diálogo entre ellos, un diálogo que lleva por la vereda pedregosa de la narrativa, con cuentos como La novia de Lázaro, con cuentos como Viaje en contravía, pero también ya en este último libro o en el más reciente libro, no digamos último porque no queremos ser apocalípticos, publicado por Ediciones Corazón de Mango, son lo que Beatriz Vanegas señala como «los relatos escritos por una buena poeta siempre, que deparan una fiesta del lenguaje».

Gabriel Arturo Castro lo ve como “un excelente ejercicio de la memoria individual y social por parte de Luz Helena Cordero, donde confluyen su alta formación de pedagoga y su talento de escritora… La memoria poética, escritural, es una experiencia que se interioriza y se aloja en el ser como huella duradera, siendo posible su evocación cómo signo de la vida activa, revela lo que estaba oculto y desafía a las sombras, a la máscara del tiempo”.

Hay un núcleo de mujeres escritoras en Colombia, digamos que después de la generación posterior al Nadaísmo, mujeres que están en plena efervescencia creadora, dentro de las cuales destaca sin duda, Luz Helena Cordero. Tanto que en esa manera plural que tiene de escribir transgrediendo géneros o por lo menos reuniéndolos, hace muy poco también publicó Pliegos de cordel, de la colección Respirando el verano en donde hay poemas memorables como Un gato sigue a otro, pero también ensayos que recorren desde la poesía extraordinaria, sutil, aguda de Ida Vitale, la gran autora uruguaya, como se desdobla en intereses literarios para hablarnos de Kawabata o sencillamente de hacer observaciones de orden muy personal en relación a sus lecturas. Este es un libro que, como ya lo decimos, entremezcla felizmente poesía y narrativa.

Hay personas que se quedan con un segmento de su obra y dicen que ella es una gran narradora, otros que dicen que es una gran poeta, y resulta que hay una cosa dialógica entre las dos orillas de su creación que son fundamentalmente la poesía y la narrativa, pero la ensayística no se puede descuidar, y el sentido de la libertad que la lleva en algún momento a señalar una bella imagen de Franz Kafka que dice “una jaula fue en busca de un pájaro”, y lo maravilloso de ella es que ella es al mismo tiempo jaula y pájaro porque reúne por una lado la imaginación que podría ser el pájaro y por otro lado la jaula que es la forma como contiene sus milagros literarios.

[Texto leído en la presentación del libro en la Biblioteca Nacional de Colombia.  Bogotá, 7 de marzo de 2023]

0 Comments

Submit a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *