

Crónica sobre lo sucedido en una biblioteca pública en Bogotá el 9 de octubre de 2024, a modo de un cadáver exquisito. [1]
Por Luz Helena Cordero Villamizar / Efrén Piña Rivera
¿Y ahora qué?
¿Nos rendimos ante esta terrible violencia…
o insistimos en que debe y puede haber paz?
Daniel Barenboim
¿Quién osa perturbar nuestra tranquilidad? El lunes 7 de octubre de 2024 se cumplió un año del inicio de la última tragedia del pueblo palestino. Sí. Aquel día también se produjo el asalto violento por parte de Hamas contra ciudadanos de Israel, con graves y dolorosas consecuencias. No menciono el número de asesinados de cada lado porque no se trata de cuántos inocentes mueren a cambio de cuántos agresores. Ningún ataque armado nos deja en paz ni a salvo. Es la última tragedia palestina porque sabemos que desde la creación del Estado de Israel en 1948 inició la Nakba, esta historia de ocupación, de abusos, expropiaciones, detenciones ilegales, torturas, apartheid, masacres e injusticias. Quien no esté al tanto hoy de lo que está pasando en el Medio Oriente debe ser habitante de la luna.
Y es una catástrofe porque lo que ocurre no se define con la palabra guerra. En este caso uno de los ejércitos más poderosos del mundo tiene la misión de arrasar un pueblo entero, y de paso, se da la licencia de celebrar las explosiones, la muerte de cada niño, de cada mujer, de cada civil asesinado. Esto no ocurre solamente en el llamado Oriente Medio. Sucede aquí, en este instante, en nuestras manos, en la pantalla de nuestro teléfono, ante nuestros ojos abismados. ¿Qué hacer? ¿Mirar a otro lado? ¿Borrar los mensajes, los videos? ¿Silenciar el móvil, apagar el corazón?
No celebramos las violentas incursiones de Hamas en lo que históricamente fue tierra de palestinos, en aquel terreno dividido por cercas alambradas en las que de un lado están las colonias invasoras, suceden fiestas ostentosas y, del otro, campea la miseria de los confinados en la reclusión a cielo abierto más grande del mundo. No avalamos la violencia contra los advenedizos colonos de Israel, esos que deambulan armados con fusiles, al lado de fuerzas paramilitares al servicio del sionismo invasor, que acosan y desplazan a los habitantes históricos del lugar, los ilegales usurpadores del territorio legítimamente palestino para borrar y repoblar, como lo hacen de manera sistemática desde hace más de setenta años.
No justificamos las muertes y los secuestros, los desmanes transmitidos en directo contra civiles israelíes, ni contra las mujeres, hombres y niños de Palestina, en una sucesión de hechos previamente anunciada y conocida por la más sofisticada fuerza militar de la región, las Fuerzas de Defensa de Israel, FDI, y por una de las agencias de inteligencia más eficaces del planeta, el Mossad. Unas y otra parecían esperar que sucediera aquella inadmisible masacre contra su propia gente para poder desencadenar la “solución final” de la cuestión palestina. Y sucedió aquel 7 de octubre.
No. Nada justifica la destrucción masiva, la guerra total de exterminio contra una población palestina inerme. Ningún argumento de legítima defensa avala cerca de 186 mil muertes en territorio ajeno en un año, más de 42 mil palestinos registrados, según datos acreditados por la OMS, más los que se calculan bajo los escombros, cerca del 9 por ciento de la población gazatí. Son decenas de miles de muertos por bombardeos, por agresiones directas, por el hambre y por las enfermedades sobrevinientes, según las estimaciones de The Lancet. Nada justifica que hoy cientos de miles estén condenados a morir por inanición, ni por las 75 mil toneladas de bombas, 36 kilos de explosivos por cada palestino en el año que se completó a comienzos de octubre de 2024. Nada excusa el asesinato del equivalente a una clase llena de niños, todos los días durante un año entero. Nada justifica nuestra comodidad, nuestro silencio.
El 9 de octubre de 2024, justo en la semana de conmemoración de esta catástrofe sin fin, la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá, institución pública, presentó un concierto de piano del músico israelí David Greilsammer. ¿Casualidad? Una hora antes del concierto nos vimos en un café cerca de la biblioteca. Era difícil ocultar esa sensación de sofoco y tensión, antes de lanzarnos al vacío sin la certeza de encontrar agua fresca en el fondo del abismo. Esa misma mañana bogotana despertamos con ese molesto bochorno, alimentado con las noticias sobre las recientes incursiones de los soldados y las bombas de Israel en el Líbano, sobre nuevas víctimas mortales en Gaza y Cisjordania; sobre la continuidad del bloqueo a la entrada de cualquier ayuda humanitaria, el agua, el alimento y los medicamentos; sobre la hipocresía internacional y los ataques a las instituciones de las Naciones Unidas; sobre la máquina de guerra y sus acciones impunes.
No sabíamos qué tipo de auditorio encontraríamos esa noche del 9 de octubre. Un público despistado quizás, ignorante de lo que sucedía o con la versión light tejida a punta de memes. O quizás un público temeroso. Incluso imaginamos a voceros de un sionismo envalentonado acompañando a uno de los suyos, sacando pecho por los avances militares de su ejército allende el Mediterráneo. Uno a uno, los convocados fueron arribando. Éramos pocos. Algunos compartieron sus razones para no llegar a la cita, otros sencillamente no aparecieron. No importaba. Si hubiéramos acudido solo dos, igual lo habríamos hecho.
Aunque dudábamos de la efectividad de nuestro gesto, era claro que no nos interesaba arruinar el concierto de piano, y menos profanar uno de los pocos bellos espacios de música de la capital, por su agenda uno de los principales auditorios musicales en Colombia, accesible como pocos. Pero, ¿quién y por qué decidió programar a un artista de Israel justamente la misma semana en que se conmemora un año de aquel fatídico 7 de octubre? ¿Cuál sería el mensaje del artista en estos tiempos de penuria? Queríamos ser voz pública en un escenario público. En todos los espacios debe visibilizarse el genocidio, la masacre desatada por Israel. Aunque sin confrontaciones directas, el nuestro era un acto de protesta contra la normalización de la vergüenza. Buscábamos sensibilizar, desafiar el confort, la apatía.
Muhamad Abu Ida es un niño de once años. Nos cuenta que cuando escuchó la explosión se cubrió la cabeza con las manos y en el hospital le amputaron su mano derecha. Ahora trata de tocar el oud utilizando su muñón. Con gran dificultad logra rasgar las cuerdas, oye su música y nos sonríe.
A Renad Attalah le brillan los ojos y la risa. A sus diez dice ser chef, habla firme a la cámara en medio de las ruinas, nos enseña a preparar una ensalada gazatí utilizando pepino, tomate, limón, pimiento verde. Luego la prueba, dice que es fantástica. Nos aclara que sonríe para intentar olvidar la tragedia, la miseria y el miedo con los que convive. Ha visto cosas que quisiera borrar.
Rasha es otra niña de diez años. El otro día encontraron una hoja de cuaderno con su letra bajo los escombros. Es una carta que hizo como testamento: “Por favor, no lloren por mí, porque me pondría triste. Espero que mi ropa pueda ser donada a los necesitados y mis accesorios a Rahaf, Lana y Batool. Las cajas de abalorios deberían ser donadas a Batool. En cuanto a mi asignación mensual de 50 shekels, quiero que la mitad sea para Rahaf y la otra mitad para Ahmad. Me gustaría que Batool tenga mis juguetes. Por último, por favor, no le griten a mi hermano Ahmad. Por favor, cumplan estos deseos”. Ella no sabía que su hermano Ahmad de ocho años sería asesinado junto a ella.
La periodista palestina Wafa Al-Udaini grabó un video en el que conversa con Malek, su hijo de seis años. Escuchamos su voz mientras vemos al niño dibujar con un pincel y témperas. Ella le pregunta qué está pintando. Mientras retiñe los colores, él responde que dos árboles, el cielo, el sol, un avión, una casa con pasto. La mamá quiere saber si se trata de un avión palestino. El niño responde con firmeza que no, que es un avión de la ocupación israelí. Ella averigua si a él le gusta ese avión. Claro que no. ¿Entonces por qué lo has pintado? Malek se toca la cabeza y le dice que lo pinta porque hace ruido en su cerebro, al tiempo que imita el sonido del avión. Por último, Wafa le pregunta si le gusta que ese avión esté en su cielo. Por supuesto que no porque el avión mata niños y los aterroriza. El video circula con un mensaje aclaratorio sobre la muerte de la periodista tras un ataque aéreo israelí contra su casa familiar en Deir el-Balah, centro de Gaza. En el bombardeo también murieron sus hijos, incluido Malek.
Podríamos contar cientos de historias, ver miles de imágenes de niños con sus miembros amputados, niñas heridas que gimen, los rescatados de los escombros, los que lloran a sus padres, esos que pescan una gota de agua en la tierra, que buscan alimento en la basura, que comen hierba, cientos de miles de niños amortajados, medios niños, carne de espanto. Y nos preguntamos dónde guardar tanto dolor, qué hacer con todo eso, cómo tocar el violín, cómo disfrutar esa ensalada, qué pintar después de Malek, cómo escribir estas líneas.
Casi todo lo que veo, casi todo lo que leo o escucho lo mueve mi dedo, se pierde en la pantalla, se sepulta en el teléfono, lo trago con mis lágrimas. Y cuando no puedo más, cuando necesito compartir una dosis mínima de espanto, mi dedo pulsa y lo envía a unos grupos de contacto en las redes sociales. Casi siempre cunde el silencio. Otras veces alguien pone enseguida un chiste, como respuesta envían mensajes con consejos para disfrutar la vida. ¿Quién osa perturbar nuestra tranquilidad? ¿Somos mensajeros de la catástrofe? ¿Debemos disculparnos?

Carátula del programa de mano del concierto. David Greilsammer. Piano. Recorridos por la música de cámara. Temporada nacional de conciertos, Banco de la República, 2024. Imagen disponible en redes sociales.
¿Tiene sentido asistir a un concierto musical en medio de la muerte? Sin duda. Aquella fue una hora de música continua en la que el pianista israelí, David Greilsammer, rompió los moldes convencionales de un concierto con una fusión ecléctica e innovadora de obras, de distintos estilos y épocas[2]. Ese bello caos que fluyó ininterrumpidamente en su Labyrinth, un intrincado recorrido con el que soñó Greilsammer cuando era muy joven, “entre lo melancólico y lo intempestuoso” según las palabras del mismo artista, sugería que asistíamos a una especie de cadáver exquisito musical, al mejor estilo de los surrealistas. Al rehacer el viaje propuesto para aquella noche con Bach y Ligeti, Beethoven, Enrique Granados, Satie y Scriabin, el checo nacionalista Janáček y el cortesano francés Lully, no podíamos olvidar que estamos en medio de la peor masacre del siglo XXI.
Entonces evocamos nombres como el de Pavel Haas, alumno del mismo Janáček, Kurt Weill, socio de Bertolt Brecht, Hans Eisler y su maestro Arnold Schönberg, perseguidos por ser judíos, durante la que llamaron Segunda Guerra Mundial. Nos acercamos a las conmovedoras historias de esas otras grandes víctimas del antisemitismo, la de Viktor Ullmann e Ilse Weber, confinados y asesinados en Auschwitz. Todos grandes artistas que desafiaron con sus obras el fin de los tiempos, parafraseando el título del Cuarteto de Olivier Messiaen[3]. Que opusieron la música a la muerte misma, como respondiendo a aquel filósofo que entendía que “después de Auschwitz, ya no es posible escribir poemas”. Ninguno de aquellos músicos calló, porque no es posible callar ante la barbarie, ni mirar hacia otra parte. Cómo dudar de que nuestro pianista israelí conoce mejor que nosotros no solo la obra sino también esas historias de estos grandes músicos perseguidos, todos judíos.
En la galardonada película La zona de interés dirigida por Jonathan Glazer, el comandante de Auschwitz, Rudolf Höss, su esposa Hedwig y sus pequeños hijos, habitan en una casa contigua al campo de concentración, hecha a la medida de sus sueños: jardines, huerto, piscina, fuentes, espacios interiores confortables con elegantes mobiliarios y además personal cautivo a su servicio. Su vida cotidiana es la de cualquier familia burguesa y todo lo que ocurre adentro es una macabra ironía que transcurre a espaldas del horror que les rodea. En el paseo en bote por el lago han tropezado con trozos de cuerpos humanos. Mientras cenan, en medio de juegos y conversaciones, con frecuencia a lo lejos se oyen disparos. ¿Quién osa perturbar su sueño?
Antes de sentarse al piano, Greilsammer se dirigió al público en un castellano aceptable, explicó el repertorio de su Labyrinth sin referirse a uno solo de los catorce compositores que lo nutrían. Solo habló de él mismo y de cierta inspiración onírica en sus años mozos. Eso sonó bastante arrogante. A propósito, cómo olvidar al director Riccardo Muti en la Opera de Roma, cuando después de dirigir Nabucco de Verdi se volvió en medio de los aplausos hacia el auditorio, en el que estaban Silvio Berlusconi y varios políticos más, y arengó a los asistentes a no callar más ante la vergonzosa situación política de Italia. Con el coro en pleno, la orquesta y el público del teatro, cantaron a Berlusconi ese himno de rebelión del pueblo italiano contra la opresión, Va Pensiero[4]. Aquel acto fue una protesta política en vivo y en directo, una lección del inocultable contacto entre arte y política.
No esperábamos que nuestro amigo israelí se convirtiera en el dilecto napolitano, pero era la noche del 9 de octubre y no hubo mención sobre lo que pasaba en ese momento en su tierra, sobre uno de los mayores y más descarados desastres humanitarios, el genocidio ejecutado por las FDI. Como Riccardo Muti y Daniel Barenboim, ante esta coyuntura el artista no puede callar. Ambos, autoridades éticas y artísticas de este tiempo, hacen de su música y de sus silencios un elocuente grito, dan cuenta del lugar de la música, del arte y del artista con la realidad de hoy. En otra ocasión Muti había reivindicado el derecho de existir del pueblo armenio, víctima de ese otro genocidio.
Que sean hoy los líderes del gobierno israelí los grandes responsables de la muerte de tantos seres humanos en el último año, es algo que no se puede pasar por alto. Asistimos a un concierto en medio de un genocidio, o mejor, asistimos a un genocidio en medio de un concierto. Y no solo es el inexcusable accionar criminal de gobiernos y comunidades (pro)sionistas contra el pueblo palestino, es también la repetición de las técnicas de muerte aplicadas al Otro deshumanizado de las que fueron víctimas sus padres y sus abuelos. Además, es inaceptable que tan execrable crimen lo estén cometiendo en nombre de la comunidad judía. Nunca como ahora tantas voces y tan distintas, en todo el mundo, cuestionan a Israel. Son tiempos en que tanto la islamofobia como el antisemitismo se inflan por doquier y hoy son los gobiernos y comunidades (pro)sionistas los grandes responsables.
Y hay que mencionarlos. Porque los causantes de tanta muerte, no solo en Palestina y en el Líbano sino en Israel, así como los responsables del grave detrimento de la imagen de la comunidad hebrea en el mundo, tienen nombres propios: Benjamin Netanyahu, Itamar Ben Gvir, Bezalel Smotrich, Yoav Galant, jefes militares como Ghassan Alian, Herzl Halevi, y promotores de la muerte como Ayelet Shaked, entre muchos. Es claro que estos voceros de la ultraderecha israelí no son los únicos. También son responsables los poderosos de Estados Unidos, públicos o desconocidos, los gobiernos de Occidente, de los países árabes y tantos más que financian, que aplauden descaradamente o que miran para otro lado, con su insoportable paciencia, con su irritante indolencia, como carroñeros.
Cómplices también somos todos con el silencio, por nuestra apatía y normalización.

Facsimil de uno de los carteles expuestos la noche del 9 de octubre de 2024 al cierre del concierto de la Biblioteca Luis Ángel Arango, en Bogotá.
Y es más grave si pensamos que esta inmensa y descontrolada masacre de mujeres y hombres, de viejos y niños, que se repite día a día, habilita de aquí en adelante la autorización expresa para que se prolongue este juego de muerte sin consecuencia alguna. Muchas comunidades judías en el mundo han sido vehementes denunciantes de los abusos de Israel. En la primera semana de octubre de 2024, de acuerdo con el diario israelí Haaretz el 53 por ciento de los ciudadanos de Israel estaba en contra de la guerra. Es un pueblo tan dividido y polarizado como el nuestro, un pueblo lleno de miedo y de agresividad como nosotros y como tantos. El pianista Barenboim lo expresaba así: “Israel es muy poderoso, pero lo único más fuerte que su poder es su temor. Poder con miedo es mucho peor que miedo sin poder”.
Hay demasiado miedo hoy. Y se alimenta con tanta difusión de muerte e ignominia en las redes. Algunos de los amigos que no llegaron a la cita del concierto en la Biblioteca para hacer nuestro acto, a pesar de haber comprado tiquetes para el ingreso, suponemos que no lo hicieron por miedo. Eso se entiende. En Colombia no se puede jugar a ser valiente sin consecuencias. El miedo será inevitable pero no puede normalizarse. Nosotros, lejos de pasar de temerarios, también sentíamos el miedo desde días atrás. Este se incrementó cuando nos acercábamos al auditorio. Y fue mayor cuando en las sillas contiguas a las nuestras, dos gigantes, uno en traje camuflado, y el otro rapado, se acomodaron acartonados, sin dejar de mirar de reojo alrededor, al mismo tiempo que salía nuestro músico a escena.
Estábamos dispuestos a aceptar cierto nivel de confrontación. Era claro que nuestro gesto rompería con los protocolos de la sala de música, desafiaría la normalidad de este tipo de eventos, provocaría reacciones, pues buscaba llamar la atención, incomodar. Alguna reacción fuerte vendría de parte de algún energúmeno descontrolado, animado por su fanatismo proisraelí. Ese para quienes solo somos vulgares aliados del terrorismo islámico o descarados emisarios de ese presidente advenedizo, “comunista y antisemita”, opuesto a la libertad ¡carajo!, al progreso colonial y civilizatorio y al derecho natural de aquel pueblo con la gracia divina, para hacer lo que le venga en gana, pues es su destino manifiesto. O quizás la reacción vendría de aquel que se siente dueño del espacio, con autoridad para reconvenir y vituperar si es necesario, para lanzarse con el propósito policivo de hacer valer el orden y el concierto, nunca mejor dicho. Aquel defensor irrestricto de lo moralmente correcto, de acuerdo con las normas del buen comportamiento en los escenarios y eventos de música culta. Aquel para quien somos unos sediciosos, o al menos, unos maleducados fuera de contexto, que deben ser expulsados, muy lejos de la “gente de bien”: “¡Lo que hay que aguantar en estos lugares públicos!” Esperábamos la reacción de cualquiera de los dos personajes, pues a ambos desafiábamos. Estabamos dispuestos a la confrontación, pero tambien esperabamos la complicidad, el apoyo de otros asistentes, con cierto nivel de conciencia y solidaridad con esta causa. Imaginábamos que reaccionarían con algún gesto de aprobación y beneplácito.
Después de su pulcra interpretación el artista se levantó para hacer la venia. En ese momento en tres puntos distintos del auditorio desplegamos carteles con frases de Daniel Barenboim, personalidad emblemática por lo que representa[5]. Pianista y director de orquesta. Latinoamericano y universal, israelí y palestino, gestor, al lado de su colega Edward Said, del encuentro entre el pueblo judío y el palestino desde la música. Por su postura pacifista y su crítica a las acciones del gobierno de Israel. Nuestro estandarte eran sus palabras. Quisimos que Barenboim estuviera presente diciendo: “Por mis venas corre la sangre judía y mi corazón late por la causa palestina”.
Lo cierto es que esas formas de reacción que presumimos, las encontramos en la escena. El que imaginamos fanático, el que suponemos usa “ese perfume de aspecto caro que llamamos Fascism”, muy popular entre los ganadores de las elecciones parlamentarias de Israel de 2019[6], ese estuvo ahí. El que en nombre de las buenas costumbres y de la salud pública decidiera posar de técnico en control de plagas, ese se hizo notar también. Por fortuna, este último, el del guiño de empatía, la mujer que se acercó a dar un saludo tímido de apoyo a nuestra pequeña acción, también se dejó ver. Eso sí con disimulo, como evitando desentonar con la formalidad del lugar. Los guardias fueron testigos pasivos de excepción. Como otros asistentes se limitaron a registrar lo sucedido con sus cámaras y teléfonos. Al final, esperábamos más. Para decepción nuestra predominó la apatía.
Cualquiera de nosotros estaba preparado para dar razones, para explicar sentidos, para hablar en caso de alguna interpelación. Que se está ejecutando un gran plan sistemático de exterminio y arrasamiento, auspiciado con US$23 mil millones entregados por el gobierno norteamericano durante ese año, sin contar recursos adicionales de otros gobiernos europeos. Que según la OMS se han registrado más de mil ataques contra los servicios de salud. Que Israel ha asesinado a más de 130 periodistas en solo un año y al menos 32 fueron atacados deliberadamente, para acallarlos, según Reporteros sin fronteras, mientras la desinformación y el blanqueamiento de crímenes del Estado israelí, controlado por lo más rancio del racismo sionista, descuella. Que todo esto también es un suicidio para Israel.
David Greilsammer detuvo su mirada frente a un cartel y fue notorio el cambio en su expresión. En el centro de la sala otro cartel gritaba: “Soy palestino y también israelí… Es posible ser ambas cosas [Daniel Barenboim]”. Otro más decía: “Los israelíes tendrán seguridad cuando los palestinos sientan esperanza, es decir justicia [Daniel Barenboim]”. Y uno más afirmaba: “Israel es muy poderoso, pero más fuerte que su poder es su temor. Poder con miedo es peor que miedo sin poder”.
No. El arte no es neutral. Y menos frente a una realidad tan apabullante como esta. Los carteles en medio de los aplausos funcionaron como malas noticias. Por un instante la sonrisa de Greilsammer se trocó en un gesto de desconcierto. Su respuesta fue el silencio.
No es aceptable. Un pianista de nacionalidad israelí, director titular de la Filarmónica de Medellín, en una fecha como esta, no puede pasar por desentendido. Quizás no merecía la habitual ovación. Y efectivamente efectivamente no ocurrió. Así como bajaron los reflectores, se apagaron pronto los aplausos.
Teníamos claro que no íbamos a gritar consignas, tampoco interrumpiríamos el concierto ni invadiríamos la tarima. No queríamos que alguien instrumentalizara nuestra acción. Nada de eso. No queríamos ser parte del caos en el lugar de la música. El silencio es también una forma de reclamo frente al ruido. ¿Quién se atrevería a confrontar las frases de Daniel Barenboim?
A la salida del auditorio vino la embestida. Una mujer se abalanzó sobre el primer cartel, rasgándolo con violencia y diciendo: “¡Fue una falta de respeto con el artista!” Otro dijo: “¡Este no es el lugar para la protesta, vayan a marchar a la calle!” Alguien más agregó: “Sería más grato si no mezclaran la política con el arte”. Todo con ese tono pijo característico de cierto público bogotano. La mujer tomó mayor confianza, regresó y se lanzó sobre los otros carteles hasta destruirlos todos. Los agresores y su aire triunfalista como el de los rostros de los soldados israelíes frente a los escombros. Los agresores callando a Barenboim con un manotazo. Ojalá hayan indagado quién es Daniel Barenboim. Ellos fueron parte importante de nuestro acto, fueron los protagonistas al dejar en evidencia lo que son y lo que representan.
Esperamos que el juiciosamente escuchado David Greilsammer se haya inquietado con lo sucedido. Que se haya sentido interpelado. “Beethoven se interesaba por la política porque le interesaba profundamente la humanidad”, nos recuerda el mismo Barenboim. Justamente de esto trataba nuestro acto.
Ojalá estas palabras lleguen a aquellos asistentes al concierto del 9 de octubre en la Luis Ángel Arango. Sobre todo a los perfumados, tan sensibles a la buena música, a los que se incomodaron con nuestros carteles, hechos a mano alzada y en papel kraft. Ojalá tengan la oportunidad de encontrarse con este texto que ya circula en las redes y que esto amerite una conversación, repasar el sentido de lo que dijeron Beethoven, Daniel Barenboim, Riccardo Muti, Edward Said. Que se encuentren con los poemas de Mahmud Darwish cuando dice “La esperanza es la fuerza indómita del débil”, o con la vida y la muerte de la cantante judía Ilse Weber, con sus estrofas concebidas en un campo de concentración y que hoy hacen coro con las mujeres palestinas.
En este lugar, todos estamos condenados, / una multitud avergonzada y desesperada.
Todos los instrumentos son contrabando, / no se permite la música.
Soportamos la miseria y la crueldad, / cada tormento que inventan.
Que prueben más nuestros espíritus, / del polvo nos levantaremos.
Debemos ser fuertes en nuestro interior, / no sea que en la desesperación y el pavor nos ahoguemos.
Debemos cantar hasta que la canción disuelva / estos muros, y nuestra alegría los derribe.
¿Quién osa perturbar el concierto? ¿Por qué mezclar la política con el arte? ¿La muerte es política? ¿Qué dirá Barenboim ante sus frases rotas? ¿Qué nos diría Muhamad, el niño que intenta tocar el oud con su muñón? ¿Qué responderían Rasha cuando prepara sus ensaladas bajo los cohetes, o Malek, el pequeño dibujante, víctima del avión que pintó y que lo aterrorizaba?
El escritor español Santiago Alba Rico en un reciente artículo habla del intento que hizo para “empatizar con el sargento Blancovich en Gaza”, después de ver el documental de Al Jazeera sobre el año transcurrido “después de las matanzas de Hamás”[7]. Después de describir escenas en las que los soldados celebran la destrucción y las muertes como si se trataran de una fiesta, el autor suelta una frase que golpea hondo: “Hay que ver el documental de Al Jazeera e intentarlo y fracasar con un nudo en la garganta. Nos merecemos al menos ese nudo”.
¿Quién osó perturbar el concierto? Aunque David Greilsammer no lo haya advertido, o haya simulado que no pasaba nada; a pesar de que muy pocos asistentes hayan reaccionado frente a nuestro mensaje; aunque algunos no sepan quién es Daniel Barenboim, aquel pequeño acto fue un llamado de atención necesario y este escrito es su testimonio. El pianista israelí merecía al menos ese desconcierto y aquella minoría del público que reaccionó en contra, merecía ese disgusto. Todos nos merecemos al menos ese nudo en la garganta.
Bogotá, 24 de octubre de 2024.

Sala de conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá. Foto de archivo disponible en las redes e internet.
Notas:
[1]Un cadáver exquisito es un relato escrito a varias manos, de acuerdo con los juegos literarios propuestos por los surrealistas en los inicios del siglo XX.
[2] Remitimos al sitio oficial del artista israelí David Greilsammer donde está descrito su proyecto musical Labyrinth. http://davidgreilsammer.com/
[3] Alusión al Cuarteto para el fin de los tiempos [Quatuor pour la fin du temps], composición del francés Olivier Messiaen. Creada en el campo de prisioneros de guerra alemán de Görlitz y estrenada en enero de 1941.
[4] El gesto político del director napolitano Riccardo Muti frente al manejo de Berlusconi en aquella memorable ocasión del 12 de marzo de 2011 en Roma, quedó registrado por la RAI y está disponible en redes. “Vuela, pensamiento” (coro de los esclavos judíos) fue asimilado por los italianos en tiempos de Verdi como un canto contra la opresión extranjera en que vivían. Muy pertinente asociación con la persecución de los palestinos en manos de un ejército y colonos invasores, en la actualidad.
[5] Todas las frases de Daniel Barenboim aquí incluidas y utilizadas en el acto son transcripciones literales, tomadas de diferentes intervenciones públicas, artículos y entrevistas del pianista y director argentino y disponibles en la internet.
[6] En referencia al anuncio publicitario de aquella ministra de Justicia del gobierno de Israel, Ayelet Shaked, rociándose un perfume llamado “Fascism”, durante la campaña de su partido de la ultraderecha sionista, Casa judía, en las elecciones parlamentarias de 2019. Ver: https://youtu.be/0XvIvYAtuX8?si=4ukC6Puy_dWlY9XM
[7] Nos referimos a la columna del escritor Santiago Alba Rico con el título “Empatizar con el sargento Blancovich en Gaza”, publicado en la versión digital del diario El País de España, el día 10 de octubre de 2024. Disponible en: https://elpais.com/opinion/2024-10-11/empatizar-con-el-sargento-blancovich.html

Daniel Barenboim y Edward Said. Imagen disponible en internet tomada de la página oficial de la Barenboim-Said Foundation. https://barenboim-said.org/