Postal de la memoria (Antología personal)
Poesía. Caza de Libros. Ibagué, 2010
Contenido
Por tratarse de una antología, para leer los poemas incluidos haga click en el título de la obra correspondiente.
I Por arte de palabras (2009)
Poemas seleccionados
El patio de la casa de María
Cuchillo y tabaco
Rosas
Antes del olvido
Postal
Noticias
Los convidados de piedra
Advertencia
Cúcuta, febrero de 2007
Plegaria a la fatalidad
Palabras de arena
Oficio de poeta
Eso dicen
Para escuchar con los ojos cerrados
Instrucciones para cazar una mariposa amarilla
Lapsus lingüae
Los idos
Los quedados
Obrapalabra
Cotidiana
Durmiente
Jardín de manos
Arte sin poética
Revelación
Mi mano o yo
Estar o no estar
Proyecto de un libro de poesía
II Cielo ausente (2001)
Poemas seleccionados
Vuelo
Silencio
Oficio
Escepticismo
La línea
Alguien
Fantasmas
Hace falta un poema de amor
Libélula
Lamento por Caín
Confesión
III Óyeme con los ojos (1996)
Poemas seleccionados
Yo, la peor de todas
Memoria de la sangre
Las armas
Cuando abres tu casa
Poema en pasado
Noche ciega
Desesperanza
Creación
Ejercicio nocturno
Inquisición
Retrato de mujer I
Él
La bruja
IV Poemas sin tiempo
Y todo para qué
No tenía ganas de nada, sólo de vivir
JUAN RULFO
Y mientras hablaba mi padre
veía el movimiento de sus labios
que me engullían a lo ancho y a lo hondo,
no oía su voz sino su furia,
el inflamado rostro que usaba
para dictar sus sentencias.
Tenía que aprender a esperar, a posponer.
Y todo para qué,
para tener ahora esta prisa grave,
ahora que él ya no cierra los ojos
porque tiene miedo de morir
y yo intento consolarlo
como si fuera un hijo que duele.
Mi padre, su rostro de acero derretido,
sus palabras circulares,
esa otra forma de callar.
Yo, mis dedos quebrados,
mi soliloquio de juguetes,
ese modo de no escuchar.
Nunca como entonces
estuvieron tan cerca
su voz y mi sordera,
su imposible prisión y mi ventana.
Él quería persuadir, censurar.
Yo no podía escuchar nada,
sólo tenía ganas de vivir.
Me lo dicen ahora
Y ahora vienen a decirme
que la bisabuela no ha muerto,
no murió calcinada,
que estaba ordeñando cuando le dispararon
y no pudo llorar la lumbre, el inútil orden de la casa.
Los hombres discutieron sobre asuntos menores:
si la dejarían adentro, si aún tendría leche la vaca.
Uno de ellos tuvo un destello inútil de piedad:
pidió que no la quemaran,
que alguna vez ella le había servido un plato de sopa
y así, cosas de las vísceras
que lo hacían débil para el fuego.
María de Jesús lleva un largo rato mirando nubarrones,
bebiendo su nombre de sacrificio.
Me lo vienen a decir ochenta años después,
como si consolara saberla intacta entre la tierra,
con sus manos que destilan todavía
la leche negra del llanto.
Fósil su corazón.
Prefiero que siga ardiendo en la memoria.
Algo cae
pesado y contagioso,
empujando su derrumbe,
la ola de su grito
a esa altura desentonado, seco,
tal vez sin voz de tanto frío
que a esa hora le soplaba en la risa
a ese cuerpo aún sin cicatrices.
Todos debimos verla descender,
ángel de la insensatez,
tan sola en su vuelo ofendido,
tan huérfana de dioses.
Nadie que la sujetara
en ese instante eterno
que sigue resbalando en la ventana.
Eran las ocho de la noche
cuando vimos caer un cuerpo.
La policía estuvo hurgando hasta la madrugada.
Nadie la vio por última vez,
nadie supo de qué color eran sus ojos.
Fuerte indicio de omisión.
Ahora estamos presos:
nada puede librarnos del recuerdo.
Canción para un tren loco
que me conduces a cualquier lado,
a la hora escogida por otro, por otra, que me ignora.
Tren más largo que mis pensamientos
que se anudan y se estiran por el carril del absurdo,
que van de lo nimio a la fatalidad.
Tren ciego que tanteas la noche,
que arañas la tierra cuando se apea el miedo.
Tren que me llevas con prisa
y me susurras una canción de cuna.
A ti debo las horas en que anduve perdida.
Llévame a cualquier parte,
a ese túnel donde aúllan los lobos de la infancia.
No pares tu bamboleo, déjame en la estación
donde me espera un momento feliz,
no importa si atañe al pasado o al futuro.
Traca traca tren
que me conduces a ningún lado,
toma mis brazos como carrilera,
atraviesa mi memoria hasta el abismo.
Duermes
cruzas el ancho amanecer
te hundes en el lago metafísico
bebes la sal de las horas concluidas
el magma de la rabia apagada
regresas saturado de selva
no has movido las manos
y están colmadas del camino
Te sigo hablando
pero ya estás en otro tiempo
buscas una mañana de gritos
la traes para cubrirla de sosiego
jadeas, vas a empuñar la realidad
y caes en un lugar inexistente
te persigo y te pierdo
en la inconsciencia
muelo las palabras que lanzas
como rastros
como única prueba de vida
Yo, que me he quedado súbitamente sola
adherida a tu piel
dejo en la página blanca de la sábana
este sabor de algas que extraigo de tu boca
renuncio a alcanzarte
me hago prisionera de ese cuerpo
donde no estás
donde todavía espero tu regreso.
Suma
Tristes guerras/
si no es amor la empresa./Tristes, tristes.
MIGUEL HERNÁNDEZ
Él trajo los libros, la prisa, las palabras,
la música girando en la cabeza,
piedras de su memoria, caracolas, monedas,
la trenza que conserva de una bella derrota.
Yo puse los estantes, los muros, el paisaje,
los ojos, el asombro, las esquinas,
el agua con los peces,
mi cuello para esa trenza muerta,
todo el olvido indispensable puse.
Él arrastró baúles de cartas esenciales,
el lacre que encierra sus secretos,
un ajedrez donde crecen los dedos.
Muchas voces trajo sin que yo las notara,
toda su casa subió por la escalera
y yo lancé al vacío los rincones,
expulsé los agravios, el aire maltratado,
abrí la puerta a la piel de su insomnio,
multipliqué su cuerpo en los espejos.
Finalmente sumamos los cuchillos:
docenas, cientos de los más incisivos,
juntamos todas las tallas y espesores,
comprobamos la saña del acero,
afilamos las hojas con sevicia.
Aparejados e insolentes
asaltamos el cielo.
Nadie ha de robarnos
este trozo de eternidad.
Para Efrén, hasta la redundancia
Todo es posible
me borra las palabras,
parto una manzana
y brota un astro o el fósil de una flor,
el lejano aroma de la tierra.
Cuando Galileo dijo que el mundo se pone de cabeza
todos se desplomaron de la risa o del pavor.
Asegurar la puerta para que no huya la noche
o alimentar las grietas y esperar la salamandra.
Todo es posible
cuando se quiebra la cáscara
de las certezas cotidianas.
El ojo de la aguja se abre ante el camello
y el que esté libre de sueños
que cave su tumba.
Kafka
Después de todo
si hubiera sido pájaro
no habría escapado
a la condena de la jaula.
Tal vez por eso
eligió la vida del insecto.
Desde entonces
huye sin reposo
de la fiera humanidad.
Memoria de nada
de la araña
de las aes que tejo en la penumbra
con la aguja del sueño
memoria de la ola y su sal en la garganta
del cristal generoso que todo lo despliega
de la sangre y el color de los días
de rostros y olores que llegan imprecisos
cargados de historia
como trenes imposibles de abordar
Ir y venir entre la bruma de palabras
saber tan poco
que todo se disuelve
se alarga como un hilo de agua
y la vergüenza tendida en el piso
fingiendo ser el alma de la sombra
Es la memoria otra ficción
que estamos a punto de perder.
Web: Luz Helena Cordero Villamizar luzhelena@porartedepalabras.com
Efrén Piña Rivera efren@porartedepalabras.com