Por Luz Helena Cordero Villamizar
(Publicado en Cuadernos Culturales Nº 6. Universidad Externado de Colombia. Bogotá, 2015).
Cuando mamá negra hablaba del Chocó
le brillaba la cadena de oro en el pescuezo,
su largo pescuezo para beber agua en las totumas,
para husmear el cielo,
para chuparles la leche a los cocos.
Su pescuezo largo para dar gritos de colores con las guacamayas…
…Mamá negra se subía la falda hasta más arriba de la rodilla para pisar el agua,
tenía una cola de sirena dividida en dos pies,
y tenía también un secreto en el corazón,
porque se ponía a bailar cuando oía el tambor del mapalé.
Mamá negra se movía como el mar entre una botella,
de ella no se puede hablar sin conservar el ritmo,
y el taita le miraba los senos como si se los hubiera encontrado en la playa.
Senos como dos caracoles que le rompían la blusa,
como si el sol saliera de ellos,
unos senos más hermosos que las olas del mar.
Parto de una afirmación con la que intento seducir: Mamá negra es un ícono de la poesía universal. No solo porque el poema de Jaime Jaramillo Escobar contiene una de las más bellas descripciones del cuerpo femenino sino porque al penetrar esas imágenes nos encontramos con el erotismo del lenguaje: es un poema que se puede palpar, saborear, chupar. Mamá negra como personaje podría representar la poesía misma por esa actitud de sintonía con el cosmos, por ese pescuezo largo para husmear el cielo, por ese pescuezo largo para chuparles la leche – la esencia, el más allá – a las palabras. De ella – de la poesía – no se puede hablar sin conservar el ritmo. Robando otra imagen del poema, diremos que la poesía está en el lenguaje como el mar entre una botella, agitándose en sus sales, esperando que alguien la vierta para convertirse en marea. Así como estos versos vierten sus colores, sus jugos, su música. Por eso Mamá negra trasciende la representación local para convertirse en un modo de ser y de moverse en el mundo, para beberse el cielo a pico de estrella e instalarse como una realidad universal.
He entrado con estas imágenes y estos versos para recrear una sugestiva analogía que propone Octavio Paz en su libro La llama doble: amor y erotismo (1). Se trata de dos díadas que nos definen y nos rodean como la soga al cuello: de un lado, el amor y el erotismo; del otro, el lenguaje y la poesía. La equivalencia entre estos pares es definida así: mientras que el erotismo es poética corporal, la poesía es la erotización del lenguaje. Esta metáfora cruzada, el erotismo como poética corporal y la poesía como erótica verbal, contiene, según Paz, una transgresión al orden biológico y cultural: si el ejercicio sexual cumple con la función reproductora de la especie, el erotismo transgrede esta finalidad porque busca el placer en sí mismo. Por eso el erotismo es la metáfora del cuerpo. Por su parte, el lenguaje cumple una función comunicativa y la poesía rompe con ese encargo instrumental al trastocar el universo de signos y significantes para crear nuevos significados y múltiples sentidos, para subvertir las palabras y los mundos que ellas crean y recrean:
En el poema, la linealidad se tuerce, vuelve sobre sus pasos, serpea: la línea recta cesa de ser el arquetipo a favor del círculo y la espiral. Hay un momento en que el lenguaje deja de deslizarse y, por decirlo así, se levanta y se mece sobre el vacío; hay otro en el que cesa de fluir y se transforma en un sólido transparente –cubo, esfera, obelisco- plantado en el centro de la página. Los significados se congelan o se dispersan; de una y otra manera, se niegan. Las palabras no dicen las mismas cosas que en la prosa; el poema no aspira ya a decir sino a ser. La poesía pone entre paréntesis a la comunicación como el erotismo a la reproducción.
De aquí se desprende esta bella inferencia: “la poesía erotiza al lenguaje y al mundo porque ella misma, en su modo de operación, es ya erotismo”. Si nos cautiva esta definición de la poesía como erotismo del lenguaje, resulta redundante hablar de poesía erótica o poesía amorosa.
Es necesario hacer aquí una digresión. Este texto pretende explorar algunas manifestaciones de lo erótico y lo amoroso en la poética de algunos autores colombianos. Al hacerlo es casi inevitable caer en lo que algunos teóricos de la sociocrítica llaman la ilusión referencial y la ilusión del texto homogéneo, que es pensar que todo texto siempre es el reflejo de algo, que pertenece siempre a un género y que tiene un único sentido que hay que descubrir (2). Existe la tendencia a suponer que solo los autores y los poemas que tratan explícitamente de lo voluptuoso forman parte de la categoría erótica.
Con base en la propuesta de Octavio Paz podemos ampliar la noción de erotismo al juego verbal sugestivo y sensual de las palabras. Por eso es suficiente con ver brillar la cadena de oro en el pescuezo y ver bailar a Mamá negra al ritmo del tambor del mapalé para sentir el erotismo a flor de piel. Son eróticas las palabras cuando se abren para dar paso a nuevas formas y colores en el plano gris de un lenguaje estereotipado y lineal: El poema no aspira ya a decir sino a ser. El llamado de Vicente Huidobro (3), “Por qué cantáis a la rosa, ¡oh Poetas!/ hacedla florecer en el poema”, es aplicable también al exceso de referencias al cuerpo desnudo en versos que se presumen eróticos.
Si bien se pueden problematizar las categorías poesía erótica y poesía amorosa, no es la intención de este texto entrar en esa discusión. ¿No son también artificiales las categorías poesía colombiana o poesía femenina? La poesía es o no es en sí misma, más allá de que sus autores sean colombianos o mujeres. Esta costumbre de clasificar, de crear categorías para oponerlas entre sí, es un aprendizaje académico, un modo de pensamiento dicotómico propio de la tradición cultural de Occidente. Trazamos líneas imaginarias entre lo bueno y lo malo, entre el antes y el después, entre la realidad y la ficción, para asimilar ese maremágnum que llamamos el mundo, pleno de contradicciones, de ambigüedades, múltiple y diverso en tiempos y situaciones. Y también podríamos cuestionar, a la luz de Michel Foucault o de la teoría queer (4), la noción de autor, los esquemas binarios macho-hembra, masculino-femenino, hombre-mujer, pero eso es tema de otro debate.
“La tentación de San Antonio” de Félicien Rops, Bruselas, Biblioteca real de Bélgica, 1878.
La erótica y la mística suelen ir de la mano. Paz considera que la peligrosidad de la poesía radica en el erotismo que despliega cuando horada el lenguaje para sembrar nuevos significados y esa es la razón del recelo con que todas las iglesias han visto la poesía escrita por los místicos. Ese mismo poder es el que subraya Fray Luis de León (5) cuando dice que la poesía “saca a la luz la preñez de sentidos”. El traductor del Cantar de los cantares no escapó a la nefasta Inquisición por sus escritos. Su pluma exploraba otros cielos en donde las palabras serpenteaban hacia lo terreno:
¡Ay! por Dios señora bella,
mirad por vos, mientras dura
esa flor graciosa y pura,
que el no gozalla es perdella;
…El amor gobierna el cielo
Con ley dulce eternamente,
¿y pensáis vos ser valiente
Contra él acá en el suelo?”
San Juan de la Cruz (6) quería mantener su fidelidad a las enseñanzas de la Iglesia, pero sus cánticos gritaban otra cosa:
Gocémonos, Amado,
y vámonos a ver en tu hermosura
al monte y al collado
do mana el agua pura;
entremos más adentro en la espesura.
Y luego a las subidas
cavernas de la piedra nos iremos,
que están bien escondidas,
y allí nos entraremos,
y el mosto de granadas gustaremos.
También Sor Juana Inés de la Cruz (7) cayó en la tentación de la erótica verbal y se enfrentó a la censura de sus contemporáneos, de quienes se defendía con sus famosos versos a los “hombres necios que acusáis/ a la mujer sin razón”, introduciendo ese juego musical entre el pecar y el pagar.
En la mística criolla tenemos a Francisca Josefa del Castillo (8), quien nombra en sus septetos el placer que emana de un lenguaje sensual:
El habla delicada
del amante que estimo,
miel y leche destila
entre rosas y lirios.
Su meliflua palabra
corta como rocío,
y con ella florece
el corazón marchito…
Tan suave se introduce
su delicado silbo,
que duda el corazón,
si es el corazón mismo…
La sublimación de la experiencia amatoria a través de las metáforas hace el lenguaje exquisito, sutil, semejante a una línea de fuga que sale de la página o a un pescuezo flexible para lucir el habla. En la poesía de los místicos hay una deliciosa mezcla entre el amor celestial y el amor terreno. Pero ¿de qué lado está el amor? ¿Del lado de la poética del cuerpo, o de la orilla erótica del lenguaje? ¿Acaso no se alimenta de este doble vuelo? Hay un puente de niebla que une el cuerpo al amor y este a la poesía, y es la idea del alma, para usar dos palabras que a veces se superponen o se trastocan. Para Octavio Paz esta es la gran paradoja que rompe con el platonismo y con el cristianismo: el amante sueña con la inmortalidad y con la inmutabilidad. “El amante ama al cuerpo como si fuese alma y al alma como si fuese cuerpo. El amor mezcla la tierra con el cielo: es la gran subversión…Y amamos con el cuerpo y con el alma, en cuerpo y alma”. Y en este afán de nombrar el sentimiento, de dar forma a esa sustancia imposible de apresar, es que puede la poesía fundar un Amor constante más allá de la muerte, que confiere a una palabra que simboliza la máxima destrucción (cenizas) un poder sublime (amor) y así Francisco de Quevedo y el que crea en esta misma fuerza universal, se declara en rebeldía contra la muerte: serán ceniza, más tendrá sentido;/ Polvo serán, mas polvo enamorado (9).
De la fusión entre el alma y el cuerpo que se da en la experiencia amatoria, se deriva también su contracara: la escisión entre el goce corporal y el sentimiento de culpa, la pugna entre el deseo de la cópula y el dolor de la separación, el temor a la pérdida del ser amado. De la tradición de Occidente heredamos las cruces y las expiaciones para cubrir el lecho del deseo. Decir erotismo y amor es pasar por la censura religiosa barnizada de educación o de buenas costumbres, llevar el dardo atravesado de la culpa que también explica las formas de referirse al cuerpo y al ansia sexual, las metáforas como ropajes para cubrir la desnudez, el temor y la vergüenza. Expresiones que hoy nos resultan ingenuas, de personajes como la boyacense Gertrudis Peñuela, quien bajo el seudónimo de Laura Victoria se abrió al tema erótico en versos que reflejan casi de manera literal la doble condición de la mujer que, de un lado, arde con el deseo y, del otro, se avergüenza y se esconde entre sus pliegues. He aquí su Dualidad (10):
Yo misma no lo sé, pero vencida,
rendí a su orgullo mi virtud pagana,
y fui por un momento cortesana,
en el sarcasmo de mi propia vida.
Con beso ausente refresqué su herida,
absorta en él me le fingí lejana,
su voluntad despedacé liviana
y su pasión hallome arrepentida.
Fue un instante no más. Placer no hubo.
Pero su boca entre mi boca tuvo
amor y angustia, languidez y olvido.
Sobre el cansancio me tendí cobarde
y fui para su anhelo aquella tarde
tan grande y cruel como jamás lo he sido.
El sentimiento dual que transpiran estos endecasílabos se conserva y se repite a través de los tiempos. Lo leemos en versos formalmente libres y aparece bajo la imagen del miedo al abandono por haber excedido los límites (¿de la moral? ¿del deber ser?). No hablamos en pasado. Los versos saltan y declaran, develan y denuncian. Es también la vivencia trágica y melodramática del amor y el erotismo que pervive en poemas de diferentes épocas y de diversas facturas.
El corpus poético que he tomado como base para esta exploración es una muestra de los libros publicados en la Colección de poesía Un libro por centavos de la Universidad Externado de Colombia, que abarca poetas colombianos (algunos pocos extranjeros) de distintas generaciones e incluye una gama diversa de voces recientes, con la particularidad que de cien libros que lleva la Colección hasta el presente, solo se incluyen veintidós escritos por mujeres (21 nacidas en Colombia). Cuando ha sido necesario, he ido a otras fuentes para destacar versos o poemas emblemáticos, para convocar otros tonos o para recrear algún momento del texto.
Cito versos sueltos extraídos de modo caprichoso:
“Dejo este amor aquí,/ para que el viento/ lo deshaga y lo lleve/ a caminar la tierra./ No quiero su daga en mi pecho,/ ni su lenta/ ceñidura de espinas en la frente/ de mis sueños” (Meira del Mar). “Tanto te amé ese día que la muerte/ voló por la ciudad como mil soles” (Jorge Gaitán Durán). “En cada beso dado me pregunto/ cuánto territorio recorrido por mis labios/ sin que mis manos logren alcanzarte” (Luisa Fernanda Trujillo). “¿Cómo hacer para deshacerme de ti?/ Si por entregarme desaforadamente/ como lo hacen las hembras,/ ¿me perdí y te perdí?” (Claramercedes Arango). “Como una esclava a su faraón/ puedo entregarme,/ deshojarme entre tus brazos,/ quebrar mi corazón” (Catalina González). “Cercada por relampagueantes fuegos/ mi cuerpo irredento se hunde/ en un pavor antiguo./ El miedo como otra inevitable presencia/ que suplanta la piel/ se impone en la estancia” (Amparo Villamizar). “Cualquier tarde que ya nunca olvidarás/ el que desbarató tu casa y habitó tus cosas/ saldrá por la puerta sin decir adiós” (María Mercedes Carranza).
A menudo el amor es visto como una presencia ausente, como algo inalcanzable que se idealiza hasta la cima de la que necesariamente caerá por el peso de lo real y entonces el afán por tenerlo da paso al sufrimiento por su inminente partida. En algunos de estos versos subyace una visión de la mujer como objeto pasivo del amor, del poema y del erotismo: Poesía eres tú. Hay una aparente sumisión, no exenta de ciertas mieles y beneficios frente a su condición de objeto deseado, tan vapuleado como protegido a través de los siglos y, al mismo tiempo, se sigue adivinando en la voz de ellas una vocación de víctima, de doncella que espera la aparición de aquel que traerá el amor.
Ellos también exhalan melodrama en poemas memorables: De las noches dulces de furtivos besos pasan rápidamente a las noches trágicas; y de las desnudeces entre la roja seda van a parar no al fuego del amor sino a la llama de los cirios: “Un crucifijo pálido los brazos extendía/ ¡y estaba helada y cárdena tu boca que fue mía!” (José Asunción Silva). Estos versos de Jorge Isaacs podrían convertirse en vallenato: “Di, ¿no puedes borrar este recuerdo/ Que me oprime tenaz el corazón?…/ Ámame más porque ponzoña tiene/ La copa perfumada de tu amor.”
“Propped [Apoyada]”, de la artista Jenny Saville. Londres, Saatchi Gallery, 1992. Un lienzo de 213 x 183 cm, protagonizado por una mujer de cuerpo desbordante, ajeno a la domesticación y al espanto de la idealización. Imagen disponible en internet.
Una ligera exploración de algunas antologías de poemas amorosos y eróticos en Colombia nos lleva a dos conclusiones: la primera es que se limitan a resaltar los versos de varones que se deleitan en las grutas, flores o frutos femeninos. La otra ya fue mencionada por María Mercedes Carranza (11): las figuras literarias o tropos utilizados para referirse al cuerpo femenino y al placer que emana al tocarlo tienen que ver con el mundo vegetal y el paisaje natural: ellas son bosques inexplorados, pozos, frutas, tierra fértil, valles, colinas. Para la muestra unos botones extraídos de Boca que busca la boca (2006) (12), antología de cuarenta y dos poemas, seis escritos por mujeres. He aquí la afinidad de las imágenes:
“Venía por arbolados la voz dulce/ como acercando un bosque húmedo y fresco” (Aurelio Arturo). “…la dorada tiniebla de tu piel visible al tacto/ arde como las danzas vegetales” (Óscar Delgado). “…el deseo es vegetal/ pide caminos/ aire/ quiere temblar en fruto/ suspenderse/ pide un cuerpo abonable/ pide un labio/ pide comer y ser comido/ quiere/ entrabarse y gemir con ramas duras… quiere el follaje de su fuerza obscura” (Héctor Rojas Herazo). “…todos los ríos del mundo están en tu cuerpo,/ confluyen en ti en el momento/ en que el animal más bello del bosque/ -el ciervo, por ejemplo-/ bebe de ti y se contempla…/ El otoño se riega en tu cuerpo/ como vino rojo en la mesa” (Eduardo Cote Lamus). “Cada vez te encuentras más cerca de mi bosque:/ perenne, esbelta en tu murmullo caes, danzas./ Eres lo que entonces y siempre relatabas,/ la palabra en el aire como una rosa alada” (Carlos Obregón). “…tus senos latían/ maduros casi para ser acariciados” (José Manuel Arango). “¡Poblar los valles de tu vientre, con mi boca los pliegues de tu piel templada!” (Gabriel Jaime Franco). “Extranjera infestada de vientos más frescos que el agua,/ hembra en la alianza de los frutos” (Fernando Linero). “Más abajo/ el áspero vello/ con su olor de mares repetidos” (Fernando Herrera). “Quizás tu fruto favorito sea el mango/ como para mí es el fruto de tus besos/ como para mí es el fruto de tu cuerpo/ bajo el follaje de los árboles” (Carlos Alberto Troncoso).
¿Cómo nombrar el cuerpo y la desnudez sin caer en lugares comunes? ¿Cómo inventar el cuerpo, hacer que surja y se revele por primera vez a los ojos del poema? A la hora de sentir el amor y de vivir el sexo, así como al momento de volcarlo en palabras, las imágenes y recursos retóricos se repiten y parecen agotarse cuando se han nombrado todos los rincones y los pliegues, cuando los senos son los mismos frutos maduros y las bocas sueltan el mismo gemido, y los vientres se abren y se siembran y las pieles brillan en la oscuridad. Hasta que algo nos saca del sopor de esas imágenes y nos sorprende una nueva forma de conjugar el cuerpo, como en este Soneto a tus vísceras del argentino Baldomero Fernández Moreno que traigo a colación, para provocar y para transmitir la emoción del poema que abre un territorio virgen.
Harto ya de alabar tu piel dorada,
tus externas y muchas perfecciones,
canto al jardín azul de tus pulmones
y a tu tráquea elegante y anillada.
Canto a tu masa intestinal rosada
al bazo, al páncreas, a los epiplones,
al doble filtro gris de tus riñones
y a tu matriz profunda y renovada.
Canto al tuétano dulce de tus huesos,
a la linfa que embebe tus tejidos,
al acre olor orgánico que exhalas.
Quiero gastar tus vísceras a besos,
vivir dentro de ti con mis sentidos…
Yo soy un sapo negro con dos alas.
Pero ¿Qué dicen las poetas sobre el sexo y el amor desnudo, con qué imágenes recrean su propio cuerpo y el cuerpo masculino? Las convoco como una pléyade dispuesta al embate y al orgasmo, plenas de voz, rugientes y dulces. No suplicantes esperando el beso o el pan, no avergonzadas o medrosas. Aquí están, con sus modos de conjugar el amor y el placer, con sus imágenes del sexo visto desde la otra orilla:
“Se lo bebió de un trago/ de una sola vez/ sació sus ganas mondando pieles/ lamiendo sudores comiéndose a bocanadas/ su miembro erguido/ lo vio tendido de reojo/ preso a horcajadas de sus piernas/ esclavo en su lascivia/ abandonado de sí/ llena/ la humedad tibia refrescó/ el camino andado de los sexos/ en la búsqueda de prolongar el goce y lo bañó/ lo bañó de sí misma/ y de sí mismo” (Luisa Fernanda Trujillo). “Se amaron en silencio/ otros cuerpos soñaban a su lado/ casi sin aire se barrenan, se auscultan/ desean perdurar en el lugar del combate/ amanecer cada uno con el corazón del otro” (Eugenia Sánchez Nieto).
También sus imágenes confluyen en la misma geografía, a la que añaden categorías metafísicas de una profunda belleza:
“falda estrecha y una gran distancia/ entre tus muslos/ un bosque subterráneo y/ el saber guardar silencio/ en la sonrisa/ la muerte por delante./ Nada nuevo” (Tallulah Flores). “Soy la amante/ que estrenas/ la nueva, la eterna,/ la de muslos trigueños,/ columnas seguras/ que se abren perfectamente/ para dar paso/ a tu mar ancho y espeso./ Soy la de paralelas montañas,/ erectas, duras,/ por donde han caminado/ pájaros heridos de amor” (Orietta Lozano).
María Mercedes Carranza logra describir el momento en que una mujer se vuelca hacia sí misma para darse placer y esa intimidad se convierte en un Poema de amor que se conjuga en soledad:
…Y se desviste como para poder tocar
toda la tristeza que está en su carne.
Cuando se encuentra desnuda,
se busca, casi como un animal se olfatea,
se inclina sobre ella y se acecha:
inicia una larga confidencia tierna,
se pide respuestas, tal vez tiene la mirada turbia;
separa las rodillas y como una loba se devora.
Afuera el viento, el olor metálico de la calle.
Podríamos decir que se trata de un poema místico, en el sentido que convoca el misterio, la razón oculta, logrando la conjunción entre la carne y el espíritu (la tristeza está en su carne), pero al mismo tiempo convoca la fuerza del instinto representada en el animal que se olfatea, en la loba que se devora.
Sobre el cuerpo de la mujer hay metáforas universales, como las contenidas en el tantas veces celebrado Cantar de los cantares (14), obra máxima en su género:
Tus dientes como rebaño de ovejas trasquiladas que salen de bañarse,
todas ellas con sus crías, [que] no hay machorra entre ellas…
Tus dos tetas como dos cabritos mellizos, que [están] paciendo entre azucenas
Llama la atención que exista tanta sintonía poética entre la zoología y el erotismo. A propósito de este parentesco, hay una referencia obligada a ciertos poemas de Raúl Gómez Jattin (15), quien se atreve a tratar el tema de manera cruda, de tal modo que para el canon oficial en materia literaria y sexual, sus poemas resultan escandalosos. En ellos se da una transgresión ética cuando la voz poética reclama el derecho al placer corporal por el placer mismo, introduciendo palabras consideradas soeces y “antipoéticas”: “Pero íbamos a gozar el orgasmo/ más virgen El orgasmo de milagroso de cuatro niños/ y una burra Es hermosísimo ver a un amigo culear/ Verlo tan viril meterle su órgano niño/ en la hendidura estrecha del noble animal Pero profunda como una tinaja”.
Los poemas de Gómez Jattin reivindican una sexualidad sin límites porque se puede aspirar a ser Gran culeador del universo todo culeado. Aluden al amor y al sexo entre hombres y tienen momentos de lirismo cuando describen los cuerpos masculinos en el juego sexual: “las columnas de mis piernas, mi centro con su ímpetu, su flor erecta, mi caverna de Platón carnal y gnóstica”. Y el ángel es un símbolo de lo erótico masculino: “El ángel tiene en la diestra un airado cuchillo/ con que destroza nubes de mal entendimiento” “…El ángel me somete como a un dios derrocado/ por su rostro más bello que un sol en el otoño/ por su terrible sexo ambiguo y tormentoso/ que el mismo ángel de fuego no quisiera tener”. Al lado de estos poemas, las alusiones al amor homosexual de Porfirio Barba Jacob parecen una cándida plegaria.
Detalle de la obra “Paz Flórez de Serpa” del artista colombiano Ricardo Gómez Campuzano. Óleo sobre lienzo. ca. 1920.
Colombia puede envanecerse de bellos y memorables versos y poemas que rompen con los estereotipos de la relación de dominación hombre-mujer en la que ella aparece como la ninfa inspiradora, dócil recipiente de pasiones, siempre a la espera de su regreso, mientras él va y viene conquistando el mundo. Se trata de poemas que revelan otra visión de la relación de pareja, en la que los amantes aman a la par y se debaten entre sábanas y conflictos existenciales para nacer otra vez a la claridad.
“En su red, como en la falta dos dioses adúlteros./ Enamorados como dos locos,/ Dos astros sanguinarios, dos dinastías/ que hambrientas se disputan un reino” (Jorge Gaitán Durán). “Somos un cuerpo solo luchando contra la muerte” (Eduardo Cote Lamus). “Hoy sabemos que/ no podía ser/ de otra manera. Previsto estaba/ que el amor/ nos alcanzara/ allí donde fuéramos,/ pues uno solo/ es el hilo que anuda/ y arma el laberinto,/ y uno el que también lo deshace” (Elkin Restrepo). “En el motel, de noche,/ tú, clandestina,/ yo, secreto./ Se va la luz/ y los dos nos borramos/ del mundo./ Y en el túnel de negra/ incertidumbre,/ surges desnuda/ para darme luz” (José Luis Díaz-Granados). “Caracol del abrazo/ de dos que suman uno/ línea recomenzando sin principio ni fin/ como un capricho/ trazado por un dios sobre la sábana” (Piedad Bonnett).
La imagen de la entrega de la mujer, dibujada hasta el hartazgo, es inventada nuevamente con versos de una exquisita factura como los de Juan Manuel Roca en su poema: “Muchacha que sostiene otra punta de la lejanía, yo acudo a su noche desde la tercera orilla, que es la orilla del amor./ En esa orilla visito secretos jardines: la flor nocturna que riego debajo de su falda, la orquídea negra que crece en la grieta de sus muslos”; o estos de José Manuel Arango: “sus pechos crecen en mis palmas/ crece su respiración en mi cuello/ bajo mi cuerpo crece/ incontenible/ su cuerpo”, “desnuda eres más alta/ desnuda/ cuando cierras los ojos/ de cara al viento/ esplendes como un cuchillo”. La entrega del hombre, su sublime rendición ante ella, su confesión y su Súplica de amor, también ha sido plasmada de manera sublime en este poema de Héctor Rojas Herazo:
Por mi voz endurecida como una vieja herida;
Por la luz que revela y destruye mi rostro;
Por el oleaje de una soledad más antigua que Dios;
Por mi atrás y adelante;
Por un ramo de abuelos que reunidos me pesan;
Por el difunto que duerme en mi costado izquierdo
Y por el perro que le lame los pómulos;
Por el aullido de mi madre
Cuando mojé sus muslos como un vómito oscuro;
Por mis ojos culpables de todo lo que existe;
Por la gozosa tortura de mi saliva
Cuando palpo la tierra digerida en mi sangre;
Por saber que me pudro.
Ámame.
Y nos queda tatuada en la piel esta revelación de William Ospina:
En la punta de la flecha ya está, invisible, el corazón del pájaro.
En la hoja del remo ya está, invisible, el agua.
En torno del hocico del venado ya tiemblan, invisibles, las ondas del estanque.
En mis labios ya están, invisibles, tus labios.
Jorge Zalamea abre un mundo pródigo de imágenes sensuales y suculentas:
¿Y si me da la gana de hincar los dientes en la fruta,
en la pulpa de la niña o en el hombro de mi enemigo?
¿Y si me da la gana de llevar a la mozuela al lugar en que el bosque canta?
¿Y si me da la gana de oler sus axilas entre las altas hierbas?
¿Y si me da la gana de husmear su sexo asaltado por las escolopendras?
¿Y si me da la gana de bailar con ella la nocturna danza del amor?
¿Y si me da la gana de escuchar su dulce queja?
¿Y si me da la gana de que los gallos salvajes se esponjen en torno nuestro?
¿Y si me da la gana de que en los largos pezones de la niña se posen
[las luciérnagas?
A modo de contraste, convoco a Matilde Espinosa con su delicadeza y su fuerza en las imágenes para describir la otra cara del amor (17) :
En qué momento, amor,
se oscureció tu calle
y tu casa fue el blanco
de la sombra?
Una ola de polvo
lloroso y amargo
se estableció en la hora.
Desde entonces el tiempo
madeja silenciosa
va corriendo sus hilos
para la dura tela
que defiende mis lunas
secretas.
Lentos trascienden los días
a donde sólo llega
el temblor de la luz
en el vacío.
Algunos poemas podrían ser considerados los clásicos del amor y el erotismo, no solo por su calidad poética sino porque han ganado un lugar en la memoria colectiva. Señalo cuatro ejemplos:
Amantes de Jorge Gaitán Durán, con esos soles que se incendian en la oscuridad y esas bocas eternamente abiertas al deseo.
Desnudos afrentamos el cuerpo
Como dos ángeles equivocados,
Como dos soles rojos en un bosque oscuro,
como dos vampiros al alzarse el día,
Labios que buscan la joya del instante entre dos muslos,
Boca que busca la boca, estatuas erguidas…
…En tu cuerpo soy el incendio del ser.
Los Poemas de amor de Darío Jaramillo Agudelo y entre ellos los emblemáticos, los que se han convertido en una oración y sobre los que el poeta ya casi ha perdido su autoría:
Ese otro que también me habita,
acaso propietario, invasor quizás o exiliado en este cuerpo ajeno o de ambos,
ese otro a quien temo e ignoro, felino o ángel,
ese otro que está solo siempre que estoy solo, ave o demonio
esa sombra de piedra que ha crecido en mi adentro y en mi afuera,
eco o palabra, esa voz que responde cuando me preguntan algo,
el dueño de mi embrollo, el pesimista y el melancólico y el inmotivadamente alegre, ese otro,
también te ama.
El Escrito en la espalda de un árbol de Miguel Méndez Camacho , fascinante por lograr que una práctica popular (el grabé en la penca de un maguey tu nombre de la ranchera) se convierta en una sublime metáfora, por darle vuelo al amor y al desamor a través de esa trasposición entre el cuerpo del árbol y el alma de los pájaros:
No recuerdo si el árbol
daba frutos o sombra,
sólo sé que dio pájaros.
Que era el centro del patio
y de la infancia
que en la madera fácil
tallé tu nombre encima
de un corazón flechado.
Y no recuerdo más:
tanto subió tu nombre con el árbol
que pudiste escaparte
en la primera cosecha que dio pájaros.
Orietta Lozano es la voz poética que sobresale por su elaboración del sentir femenino sexual y erótico, por esa capacidad para sintetizar en imágenes contundentes, sin caer en la sensiblería barata, el ser de la mujer que no solo desea sino que va en busca del placer, la hembra dadora y receptora de goce, la que no espera sino que cobra el amor, la que afina su lengua como pájaro terrible para cantar su canción más luminosa. Orietta habla por todas las mujeres condenadas o amparadas en el silencio, las invita a beber su agua santa, su brebaje de esperma y sal marina:
Cien caballos galopando permanecen en mi gruta,
cien caballos desbocándose en mi abismo,
cien señales terribles que me tocan;
el silencio huye y huyen los sonidos,
todo va más allá cuando tu rojo pez
nada en mis aguas
y suavemente se tiende en mis orillas.
Rupturas y sorpresas en el modo de contar el amor y el cuerpo se encuentran en las voces de Gonzalo Arango y Jotamario Arbeláez, quienes desacralizan el ritual y abren las costuras para ver el ridículo que Fernando Pessoa endilgaba a las cartas de amor y a las criaturas que nunca escribieron cartas de amor. Gonzalo Arango (20) juega en el Poema de los amores inventados con 166 mujeres sin rostro y olvidadas, cuyos nombres figuran en el directorio telefónico y hace de Tu ombligo la capital del mundo, en un poema insulso que tiene momentos suculentos como este: “Te abrazas a tus senos como al remordimiento/ y en tu cuerpo ultrajado me quedo/ como quien pierde el último tren/ que parte a la estación del frío/ y al barrio de los hospitales”.
Jotamario Arbeláez dice que Dos seres que se besan no pesan nada y el sexo es el camino más corto de un corazón a otro y en su mamagallismo poético se vanagloria de ser un Enamorado converso que sería monógamo de mil amores. “… Y volver a hacer el amor hasta hacer del amor el acto más bello, la canción sin palabras. Rehacer el amor hasta deshacernos”.
Carnaval en vez de ceremonia, carcajadas en lugar de la solemnidad habitual que sublima el amor hasta ponerle guantes y elevarlo a la vocación de los ángeles. Es el caso de Francisco Díaz-Granados – natanael – cuando describe el acto amoroso entre mujeres:
Sus círculos y sus medios círculos
sus curvas y blanduras
sus humedales
las noches enclavadas de sus noches
sus anos y grupas agrupadas
sus florestas acuáticas
sus trajes vanidosos y trigales
No es por la mención de lo genital que nadan estos versos en el mar del erotismo. Son las palabras las que se regodean en el juego musical formando espirales y recordándonos que el amor sigue siendo barroco.
Omar Ortiz nos dice que Siempre el amor está en el poema y La palabra inútil, nada nombra. Si el amor está siempre en el poema, es redundante pretender escribir un poema de amor. Por eso vale como poema de amor el que Horacio Benavides escribe al zorro y vale también como erótica de la palabra:
Avanza entre líneas
el zorro
La brisa de su cola
en los bambúes
nos abanica el alma
Su ondular en el agua
nos deja una estela
de frescura
en el rostro
El fuego
que inicia en el bosque
quema la página
Al final de este ejercicio debo reconocer que después de haber agitado el mar dentro de la botella, me ha sorprendido un paisaje exuberante de versos y poemas. Y quisiera seguir cayendo en tentación, seguir ilustrando las líneas ondulantes del lenguaje, pero debo apagar aquí con un soplo, de manera súbita, esta llama que seguirá ardiendo de manera infinita en todos los libros que cierro, en los que no he nombrado, en los que vendrán a reclamar su lugar y su tiempo. Mamá negra flamea como la llama o la bandera y seguirá mostrando ese pescuezo largo de la poesía para chuparles la leche a las palabras. Ese mar de la poesía que se agita dentro de la botella y que espera ser liberado para crecer en sentidos y en sin sentidos, como el amor y el erotismo.
Bogotá, marzo de 2014
Referencias
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- Díaz-Granados, Francisco. –natanael-. De par en par. Bogotá: Trilce Editores, 2013.
Poemarios de la Colección Un libro por centavos de la Universidad Externado de Colombia, en orden de cita:
N° 5 Jaime Jaramillo Escobar. Los poemas de la ofensa. / N°30 Meira del Mar. Alguien pasa / N°81 Luisa Fernanda Trujillo. Trazo en sesgo la noche / N°78 Catalina González. Una palabra brilla en mitad de la noche/ N°59 Amparo Villamizar. La frontera del reino / N°6 María Mercedes Carranza. Antología / N°98 Clara Mercedes Arango. En la memoria me confundo / N°4 Jorge Gaitán Durán. Amantes y Si mañana despierto / N°9 Eduardo Cote Lamus. Antología / N°11 José Asunción Silva. Antología poética / N°15 Jorge Isaacs. Antología / N°93 Eugenia Sánchez Nieto. Visibles ademanes / N° 40 Tallulah Flores. Voces del tiempo y otros poemas / N° Orietta Lozano. Resplandor del abismo / N°37 Elkin Restrepo. La visita que no pasó del jardín / N°66 José Luis Díaz-Granados. La fiesta perpetua / N°20 Piedad Bonnett. Nadie en casa / N°8 Juan Manuel Roca. Ciudadano de la noche / N°47 José Manuel Arango. Fe de erratas / N°16 Héctor Rojas Herazo. Antología / N°28 William Ospina. Una sonrisa en la oscuridad / N°34 Omar Ortiz. Un jardín para Milena / N°96 Horacio Benavides. Como acabados de salir del diluvio.
La colección Un libro por centavos de la Universidad Externado de Colombia, durante más de dieciocho años publicó obras de poesía a través de 181 ediciones (entre octubre de 2003 y agosto del 2021) con tirajes entre 8.000 y 13.000 ejemplares por título, de distribución mensual y gratuita en bibliotecas públicas, casas de cultura, colegios, universidades, cárceles y organizaciones gubernamentales y no gubernamentales de Colombia. Un admirable trabajo con pocos antecedentes en la historia editorial de la poesía en español. Las versiones digitales de este gran proyecto son de libre acceso en https://www.uexternado.edu.co/decanatura-cultural/un-libro-por-centavos/