Luz Helena Cordero, lo profano como sacro
Autor: Juan Manuel Roca

No me resulta fácil empezar esta nota pues son muchos los focos de atención que se me presentan en la lectura de este rumoroso libro, Eco de las sombras. De Luz Helena Cordero, de quien he seguido en lo posible su poesía, serena en el lenguaje y compleja en sus revelaciones, siempre me seduce la diversidad de registros, la huida de los tópicos, la ausencia de recetarios. Tengo la sensación de asistir a nuevos significados, a unos arcaicos sucesos que casi privativamente nos devela la poesía desde lugares sagrados y desde simples sucesos cotidianos que su palabra nos ayuda a ver, también, como sacros. Estos nuevos hallazgos son innumerables en su poesía. Por ejemplo, y recordando a César Vallejo, (¿quién no ha dicho al gato gato?), me atrapa una fulguración cuando Luz Helena habla de este felino, un anarquista de los tejados. Supongo que los gatos, de hablar entre ellos, posiblemente dirán que han adoptado nuestra orfandad, que un buen día deciden la adopción de un nuevo y engañado propietario. En su poema parece agradecerles la ración de misterio que ellos nos entregan. Los gatos, de quien nos dice que “son esa forma de conjugar cuchilla y caricia,/ silencio y orfandad”, no pueden estar más bellamente dibujados en palabras, son figuras que parecen escapadas de un oculto caballete. De paso, hay en esas líneas algo cercano a su poética, a una palabra que también conjuga caricia y cuchillo, voces habitadas y huérfanos silencios. Lo mismo le atrae el lugar de sombra de las mujeres en la mezquita que un martillo petrificado y en desuso. Esto me lleva a pensar que los martillos deben sufrir de dolores de cabeza, de cefalea, de tanto darse contra las paredes. Pero más me asombra el final de ese poema objetal: “Quieto el martillo, sin oficio,/ siente cómo le pesa la cabeza./ Igual que aquellos déspotas/ tendrá el juicio final del paredón”.

“Cada objeto es un espejo”, sentencia Charles Simic. La belleza de ese poema del martillo que calla, me parece, viene del transcurrir de su lenguaje, de la observación aguda de una existencia viva en un objeto en apariencia inerte, pero sobre todo radica en el inesperado final que lo hace al mismo tiempo que un poema de exploración de las cosas que nos acompañan, de la heroicidad de las cosas, un poema político sustentado en la feroz analogía del déspota y el martillo. Y si de objetos mudos hablamos, cómo no recordar ese poema del soldado que regresado del cautiverio aún guardaba en sus botas una aguja con la que había bordado un tiempo siempre a punto de romperse. Es un episodio de la violencia escrito con gran tino y sobriedad, como el de la costurera que a toda hora tiene la vida pendiente de un hilo.

Tiene un ojo de cronista Luz Helena Cordero, de cronista-poeta a la manera de Luis Tejada Cano. Su poema-crónica sobre la ropa que reposa en los cajones, el inventario de agendas, telegramas viejos, sufragios, bisuterías que nos acompañan y muchas veces nos sobreviven, botiquines que esperan con paciencia la llegada de una herida, nos recuerda sin alardes interpretativos o simbólicos lo que también somos y dejamos de ser en las cosas.

Luz Helena Cordero, me parece, siempre permanece en vigilancia del otro y de lo otro. “La visión del prójimo es espejo de la vida propia, nos vemos al verle”, dice María Zambrano. Apreciado de esa manera uno puede barruntar que el amor se podría dar cuando el otro, que es nuestro espejo, corresponde a lo que queremos ver de nosotros mismos reflejado. Otro tema, que más que tema en verdad es un lugar del adentro que se vuelve lenguaje, está cimentado en la entidad de la casa. La casa agazapada en el adentro, la casa de la memoria que es testigo desde su techo de lo que nos va quedando de naturaleza en la ciudad, la morada como un refugio acurrucado entre las moles y los muros cardinales: “Hoy la casa naufraga en la ciudad/ y cuando los edificios se alían para ahogarla,/ella estira su cuello de árbol y acoge a los pájaros/ que buscan su último refugio./ Vieja y hermosa, se abre como un álbum/ y exhibe el solar para contar su historia”. Pero también, a la par, está la casa “cerrada y sola”, la que tiene, como en uno de los epígrafes rulfianos del libro, una guarnición de “ruidos callados”, silencios en las cañerías, una escalera carcomida por el tiempo, una “casa cerrada donde se creó el mundo”.

Hay una sensación valiosa que deja cualquier escritura igualmente valiosa: al leer sobre cosas, lugares, gentes, animales, paisajes o costumbres que hemos visitado, sentir que por primera vez lo vemos o que no fuimos lo suficientemente avisados o pacientes para detenernos un poco más frente a ellos. Deidades momentáneas o dioses transitorios, así dicen que llamaban los griegos a las palabras. Pero a veces creemos creer que no son tan momentáneos esos dioses como en la evocación de Artaud que apunta Simic: “ninguna imagen me satisface a menos que al mismo tiempo sea un saber”. Me atrevería a decir que en estos poemas no hay el prurito de hacer imágenes por hacerlas, que realmente no son voces calcáreas sino palabras habitadas, palabras que en ninguno de sus versos resultan negligentes, voces que no parece que pudieran ser reemplazadas por otras, como tantas veces ocurre en una poesía de lenguas impostadas.

Julio de 2018

[Tomado de: Eco de las sombras. Poesía. Ediciones Exilio. Bogotá, 2019]

Los silencios de la luz
Autor: Omar Ortiz Forero

En estas calendas donde la futilidad se hace reina. En estas ruinas habitadas por seres carcomidos por la banalidad. Por estos senderos recorridos por una infinita procesión de fatuidades. Por este reino del engaño, la trapisonda, el timo y el bandidaje revestido de encaje. En estos estercoleros donde perversos taumaturgos pretenden que brille su calamitoso monólogo con el azogue. En este miserable mundo es siempre milagroso topar de pronto con la poesía. Y esta es nuestra primera emoción cuando caen en nuestras manos los poemas de Luz Helena Cordero. En su palabra desnuda, en la mágica penumbra de sus imágenes, en sus hondos silencios, en sus sencillas pero conmovedoras verdades habita el estremecedor hálito de lo poético.

Y este constante tejido de memoriosa luz que nos revela en cada uno de sus poemarios su sensibilidad de poeta frente al complejo y en veces siniestro entramado con que la realidad de un mundo deshabitado por lo humano, quiere doblegarnos, se ilumina particularmente desde su libro Eco de las sombras.

Desde el primer hasta el último poema que conforma este excepcional poemario, el lector es atrapado por el conjuro de una palabra despojada de toda pretensión como no sea el conducirnos por geografías que nuestra entumecida memoria guardaba en las heladas mansardas del olvido. Hay un estremecimiento de risueña tristeza al encontrar entrañables objetos, desvencijados pero vivos recovecos, verdaderos afectos, particulares trajes y recurrentes costureras en los primeros poemas con que Luz Helena nos instala en esa casa donde se creó el mundo.

Quienes, como lectores, buscamos no la belleza, sino los lugares donde alguna vez habitó eso que podríamos definir como “lo bello”, es motivo de fuerte exaltación que alguien nos brinde el particular tesoro que guarda el poema que nos convierte, así sea momentáneamente, en inquietos y festivos ángeles que entienden el misterio de la lluvia al desposarse con la tierra. Sí, el poema también es un atrapa sueños donde resuenan los cantos de la piedra, el rio y los pájaros, mientras el viento hace sonar el tiempo.

Eco de las sombras, es un libro para leer y releer, es una inagotable crónica de nuestro ciclo vital, donde los poetas encontrarán siempre enseñanzas para defenderse del aturdimiento y la algarabía de los farsantes de ayer, hoy y siempre.

Julio de 2018

[Tomado de: Eco de las sombras. Poesía. Ediciones Exilio. Bogotá, 2019]

Estación para volver
Autora: Mery Yolanda Sánchez

Luz Helena Cordero Villamizar nos presenta Eco de las sombras, en una segunda edición. Obra que es como una resonancia donde dialogan seres humanos revividos, espíritus que han quedado por ahí́ en el escaño de la primera casa, pero que siguen con voz; animales que aún ladran por el sur de los campos y objetos que adquieren movimiento. La autora en una suerte de repertorio, colección o muestra nos lleva a detenemos después de la lectura de cada uno de los poemas, porque nos hace pensar en nuestras estaciones donde nos emparentamos por costumbres y territorios.

La voz de Luz Helena se parece a la poética de Luz Helena, y en este libro hace textura y vuelo literario desde recuerdos de familia, cuadros donde vuelve la niña, el salto, la lluvia. Pequeñas cosas, referentes que se hacen grandes con una escritura que contiene formas de decir sin acudir a escandalosas posturas para encontrar una imagen que nos recuerde como se estira un gato o como se puede especular sobre el sueño de un perro.

Tal vez por el afán diario de la hipervivencia dejamos a un lado esos espacios donde la vida comenzó́, la historia se hizo tierra y la casa se tuvo que levantar varias veces. La poeta hace sublime el paso de los caminantes sin destino y no teme en abrir sus ventanas para leerlos, para mirarlos a los ojos y saber que un mendrugo de pan les puede provocar un bostezo de agradecimiento. Su voz es sostenida, larga y toma el tiempo necesario para guiarnos en un recorrido donde ocupa y desocupa la casa y las palabras se vuelven atmosferas en un vaivén de lluvias y viento.

En los temas que poetiza Luz Helena hay una manera para saber que los relojes tienen el hábito de devolverse tantas veces como las pausas de los silencios. Y que en cada vuelta de una manecilla vamos empujados a un lugar que nació́ hace mucho tiempo en nuestros destinos, y que siempre rebota para decirnos a dónde las maravillas de la esperanza. La poeta en una página de varias columnas y con sus lápices de colores también pinta sus pasos de hoy y mañana.

[Tomado de reseña escrita por la autora]

Poética de lo esencial
Autora: Beatriz Vanegas Athías

Eco de las sombras de Luz Helena Cordero Villamizar es un libro de 104 páginas, que posee una edición muy sobria hecha por Ediciones Exilio. Es un libro que, como objeto estético puede pasar desapercibido para el lector. Pero una vez abierto se encuentra con dos lúcidos prólogos de los poetas Juan Manuel Roca y Omar Ortiz que ofrecen al lector la llave para que entremos a esta casa construida a punta de recuerdos que la mantienen en pie.

Hay un tipo de inteligencia, muy extendida, que desdeña el detalle y se fija, por economía, en el conjunto. No es esta la inteligencia de la que hace uso la poeta Luz Helena Cordero. Ella se fija en el detalle para construir la generalidad y con ello nos enseña a ver.

Así que de este hermoso poemario en el que Luz Helena Cordero Villamizar funda una poética del canto y el cuento debo decir que asistimos a la creación de la gran historia del ser, a partir del relato de lo que comúnmente (y acaso por distracción) llamamos insignificante. En la página 60 (por iniciar estas palabras) se halla el poema titulado Samuel el campesino que olía a leña, a campo y que llegó a la casa familiar «Desatinado como un cisne en una avenida», dice la poeta. Este poema a Samuel es muestra del compromiso de la escritora por escribir una historia a partir del detalle, de lo nimio, de lo cotidiano, por eso bellamente no duda en rematar el poema-crónica-de personaje así: Nunca supo trazar una letra / pero hoy habita estas palabras.

Tres capítulos estructuran Eco de las sombras. El primero titulado 35-40, revela el compromiso de la poeta Luz Helena por narrar la casa y sus cachivaches, es en sus propias palabras «un inventario que no cabe en el poema». Y cuenta la historia familiar a través de insuflar vida a los objetos y los espacios. El recorrido va desde el canto-cuento sobre el patio, la alberca, la ramada, la mecedora, el martillo, la carretilla, los relojes, el portacomidas, la ropa, la cómoda de cedro, el baúl. Son los objetos y los espacios plagados de nostalgia en tanto se enumera con imágenes certeras su ser más profundo los que ofrecen al lector la presencia del padre, de la madre, de los hermanos a través de dos poemas que me conmocionaron hasta las lágrimas: el poema de la tienda y el poema del perro de la infancia llamado Copo. Este capítulo I parece augurar (al final) la derrota de la casa pues es el silencio quien asume su reinado.

O es quizás que la voz poética da paso al capítulo II, titulado «Ruidos y sombras», en el que se regresa a la casa pero a través de los retratos poéticos de la madre construida en la alegoría de Alicia, el padre tosco y silencioso, los amigos: ellos fundan el ruidoso silencio que se acompaña por la sombra tutelar de Juan Rulfo, presencia permanente en el libro por los pertinentes epígrafes y la necesidad de convocar a una fantasmagoría.

Y en el capítulo III titulado «Sin ton ni son» ocurre el regreso a la urbe que hoy habita, a Bogotá. Vuelve la cronista de las derrotas a brindarnos poemas narrativos con remates contundentes y certeros. Porque ello es una feliz habilidad de la poeta: saber rematar cada poema.

Luz Helena Cordero sabe de los compromisos del poeta. Consigo misma, con su entorno y con la palabra poética. Por esos sus versos logran lo que debiera todo poeta: ayudar a vivir.

[Tomado de la reseña leída públicamente por la autora en la presentación del libro en la Casa del Libro Total, Bucaramanga, 2019]

Humo de la voz. Eco de las sombras, de Luz Helena Cordero Villamizar
Autor: Claudio Anaya Lizarazo

La escritura de todo libro es una forma de regreso, a una imagen impactante, a una situación que nos dejó su marca indeleble, a una época en la cual se constituyeron nuestros primeros estupores y descubrimientos. Por eso, todo libro, sea hablado o escrito, es un regreso en el cual debe regir la exigencia de lo original y lo inusitado como búsqueda de la voz propia, como requisito de acceso al hecho estético.

Eco de las sombras, poemario de la poeta santandereana Luz Helena Cordero Villamizar, es un libro del regreso, un memorioso inventario de recuerdos y situaciones, sucesivas en el transcurso del tiempo y ahora, casuales en una memoria que al abrir las gavetas, los baúles y los álbumes, no se conforma con mirar o enumerar los objetos reencontrados, tocarlos u olerlos, sino que sigue el juego de la evocación propuesta por ellos para redescubrir y rememorar los motivos fundamentales de la vida, de una vida muy particular en la intimidad de sus rasgos; válido narcicismo que al contemplar la imagen de sí, genera las maravillas de la conciencia, la individualidad, la historia personal o colectiva, y el amor propio; fundamental actitud de rebeldía en estos tiempos de inmediatismo y amnesia general, donde todo naufraga en un alma colectiva casi desprovista de sustrato simbólico.

Con la muerte de los progenitores, regresamos a los asuntos elementales de la vida, barro genésico amasado por sus manos, por medio del cual hicimos nuestro ingreso en el mundo. Esta orfandad nos disipa las vanidades, nos entrega a la soledad meditativa como guía para ese último tercio de nuestro paso por el mundo. Entonces revisamos nuestra memoria como revisamos las gavetas, los baúles de nuestros muertos, y encontramos la historia familiar escrita o registrada de muchas maneras, con variados lenguajes y soportes, entre ellos, uno que cobra inusitada importancia es el lenguaje de los objetos, en la mudez de su reposo nos hablan de una serie de sucesos por medio de una cascada de imágenes, para quedar gravitando al margen del tiempo.

Se regresa al nombre original de las cosas para designarlas y para hablar de sus elementales usos y funciones. Sentimos, vivimos, saboreamos así, lo raizal, la médula de nuestra visión, encontrada también en nuestra relación con los elementos naturales, el sol en el boscoso patio, los gatos noctámbulos en el tejado, el áspero contacto de la madera de la rústica escalera, la sedosa superficie del papel envejecido, los objetos y herramientas en su lenta oxidación en el lienzo del recuerdo, las fotografías desteñidas, el olor de la ropa clausurada, el sereno de plateados reflejos en el cuaderno, y la blanda luz de la luna.

[Tomado de reseña leída por el autor en la presentación del libro en Casa del Libro Total, Bucaramanga, 2019 ]

La flor y la cruz
Autor: Nestor Mendoza

Luz Helena Cordero (Bucaramanga, 1961) tiene un exclusivo vínculo con los espacios. Lo que nombra la poeta colombiana está tocado por los estragos de la memoria y la imaginación. Nada parece salir ileso cuando la autora cita y retorna a las acciones pasadas, mediante la humanización de los objetos y el escándalo de los animales domésticos. En su poesía vemos una intención narrativa y una confrontación entre los temas de la ciudad y del entorno rural. En este aspecto concreto no es gratuita la cercanía vehemente que tiene Luz Helena con la obra de Juan Rulfo. Lo interesante de todo esto es la unión que parece darse en estos lugares donde la poeta ha vivido o fingido vivir: la veracidad en poesía es un recurso más y no estamos a la disposición para comprobar o desmentir lo nombrado. Luz Helena estira las asociaciones, no tanto para lograr algo insólito, sino para enseñar otras manchas en los utensilios y en los espacios. Luz Helena mancha lo que nombra: lo ensucia para hacerlo más sensorial; amasa los elementos del poema para hacerlos más personales e intransferibles. Volver a las cosas cotidianas: lo que se acumula en la casa, los trastos, los «cachivaches», también pueden ser gemas o prendas valiosísimas. Forman parte de nosotros, su polvo acumulado y su vejez aparentemente estática nos pertenece («Hubo un tiempo en que importaba el tiempo/ y el reloj ocupó el lugar central en la pared»). En un mismo nivel de efectividad, cohabitan la infancia, la historia universal y sus horrores, la cadencia y la escatología.

[Tomado de Altazor. Revista electrónica de literatura ISSN 2452-5332, 1 ÉPOCA / AÑO 4 / JUNIO / 2023

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