El patio de la casa de María
El patio de la casa de María
La casa de María tenía un patio de lluvia,
ollas rotas en lugar de macetas
donde lombrices de tierra plegaban el misterio,
tréboles morados semejaban mariposas,
un caracol asomaba sus tentáculos
y su concha tenía la forma del secreto.
La enredadera, a falta de pared,
se abrazaba alrededor de sí misma
formando nudos que los gatos reventaban
con sus uñas de juguetería.
El suelo del patio de la casa de María
era verdoso de tan húmedo,
su baba pintaba mis dedos -parientes de las hojas-,
el universo cabía entre mis manos.
Por los canales y las paredes
del patio de la casa de María
bajaba el agua a borbotones
o salpicaba con el sonido triste de las cinco de la tarde,
la hora en que María empezaba a regresar.
Entonces yo, que hablaba el lenguaje húmedo
de la lombriz o el caracol,
iba reptando hasta el tiempo en que habría de saber
que María no tenía casa,
la casa no tenía patio
y el patio era una forma de la memoria.
La casa de María tenía un patio de lluvia,
ollas rotas en lugar de macetas
donde lombrices de tierra plegaban el misterio,
tréboles morados semejaban mariposas,
un caracol asomaba sus tentáculos
y su concha tenía la forma del secreto.
La enredadera, a falta de pared,
se abrazaba alrededor de sí misma
formando nudos que los gatos reventaban
con sus uñas de juguetería.
El suelo del patio de la casa de María
era verdoso de tan húmedo,
su baba pintaba mis dedos -parientes de las hojas-,
el universo cabía entre mis manos.
Por los canales y las paredes
del patio de la casa de María
bajaba el agua a borbotones
o salpicaba con el sonido triste de las cinco de la tarde,
la hora en que María empezaba a regresar.
Entonces yo, que hablaba el lenguaje húmedo
de la lombriz o el caracol,
iba reptando hasta el tiempo en que habría de saber
que María no tenía casa,
la casa no tenía patio
y el patio era una forma de la memoria.